La selección

XIII:

     Llevaba un vestido verde botella, adornado con preciosas y pequeñas perlitas en la zona del pecho, la decoración iba disminuyendo a medida que bajaba por el vestido, de modo que por la zona de la cintura ya había pocas perlas. Era de tirantes, pero contaba con unos trozos de tela semitransparentes que simulaban unas mangas cortas ya que descansaban sobre sus hombros. El vestido era ceñido hasta la cintura, pero luego se separaba con gracia, dejando una falda larga y elegante, de varias capas de una tela fina y delicada que Evelyn solo había visto llevar a la gente que tenía mucho dinero.

    Los tacones eran demasiado altos para su gusto, pero no podía negar que eran preciosos. Contaban con una correa que rodeaba su tobillo y lo aseguraba al zapato. Esta correa se unía mediante otra a una que iba de un lado a otro del tacón por encima de sus dedos y estaban todas ellas adornadas con florecillas blancas. Los pendientes eran largos y plateados; consistían en un pequeño diamante redondo del que colgaban tres pequeñas cadenas, adornadas con flores blancas al final. El collar también era plateado, aunque no estaba adornado con flores. Consistía en una fina cadena de la que colgaban pequeños diamantes redondos.

    Observó fascinada el recogido que Lulú le había hecho y, aunque no estaba muy conforme con tanta cantidad de maquillaje, era innegable que parecía una persona totalmente diferente. Hasta podría parecer de la realeza pensó.

- Habla demasiado pero es muy buena en su trabajo.

    Evelyn se giró al escuchar una agradable y musical voz femenina, aunque no estaba segura de si le hablaban a ella. Se encontró con una joven alta y delgada que lucía un vestido azul celeste. A diferencia de Evelyn llevaba la larga cabellera color miel semirrecogida, por lo que varios mechones caían con gracia sobre su espalda. Supuso que también estaba cargada de maquillaje, aunque no pudo asegurarlo al cien por cien, si lo estaba no se le notaba y podía articular todas las partes de su cara con facilidad.

- Soy Iris Orerain, ¿siempre eres así de tímida o es por la situación? – Le preguntó la joven sonriendo naturalmente. Y Evelyn pensó que su sonrisa era hermosa y los ligeros pensamientos que había tenido durante un efímero segundo de que podía llamar la atención de los príncipes se esfumaron tan rápido como habían aparecido.

- No, lo lamento, me llamo Evelyn Aberdeen, es que... todo es tan fascinante.

- Sí, debe ser fascinante la primera vez si no estás acostumbrada a ello.

- ¿Sois de la realeza? – Preguntó Evelyn intentando averiguar qué significaban aquellas palabras.

- Sin formalidades, por favor. – Pidió Iris riendo con demasiada gracia. – No, no soy de la realeza, pero mi familia ha asistido a bastantes bailes y ceremonias, al final te acostumbras a que te maquillen y se encarguen de tu aspecto.

- Sí...

    Evelyn no supo qué responder, ¿qué debía decir? ¿Cómo debía comportarse? Saltaba a la vista que no estaba preparada para la vida real, llena de lujos y comodidades y la estancia en palacio se le presentó difícil y extenuante. Se contuvo un profundo suspiro e intentó ofrecerle una sonrisa a la muchacha que tenía delante, a diferencia de ella, Iris si sabía lo que hacía y, más importante aún: lo que debía hacer.

    Por suerte para nuestra protagonista no tuvo que soportar la incomodidad de no saber qué temas de conversación sacar durante mucho tiempo más, ya que Lulú comenzó a dar indicaciones a pleno pulmón:

- Bien, formad una fila, no os preocupéis, todas tendréis vuestro tiempo para hablar con ambos príncipes así que no quiero nada de peleas por ir las primeras o las últimas, que estropeáis todo nuestro trabajo. Sed educadas y agradables y esforzaros en causar una buena primera impresión. Mucha suerte.

    Evelyn se dejó arrastrar, no tenía ganas de ir la primera en la fila ni tampoco al final, ni tenía ganas de pelearse con el resto de jóvenes por ningún puesto en específico, así que dejó que las demás la colocaran. Acabó más o menos en el medio de la fila, detrás de una chica con el pelo corto y oscuro, casi tan oscuro como el suyo.

    Lulú esperó a que todas las chicas estuviesen en la fila y permaneciesen en silencio antes de abrir unas grandes puertas que comunicaban con una sala igual de grande que la habitación en la que estaban.

    Comenzaron a caminar despacio hacia el final de la sala, dónde se encontraban los príncipes. Estaban sentados cada uno en un sillón, a varios metros de distancia y ambos tenían frente a ellos otro asiento, vacío.

    Nadie dijo ni les explicó nada más, la primera chica de la fila se acercó hacia el príncipe que estaba a la izquierda de la sala, que resultaba ser Stefan. Estuvieron hablando tres minutos, tal y como le había explicado Lulú a Evelyn, y resultaron ser muy estrictos con el tiempo: había dos guardias de palacio, uno detrás de cada príncipe, a pocos metros, con un pequeño reloj de arena cada uno, en cuanto el último grano caía, las chicas debían levantarse del asiento y dejar a la siguiente. Una de ellas intentó permanecer más tiempo; uno de los guardias hizo que se moviera a la fuerza.

    Evelyn se dedicó a observar la habitación y a examinar a los príncipes mientras esperaba su turno. La sala contaba con mesas distribuidas por todo el espacio, como pupitres de una escuela y, aunque no se dedicó a contarlos, Evelyn supuso que habría sesenta y cuatro, uno para cada chica. Estaba poco decorada y tenía varias entradas, una daba a la habitación en la que se habían preparado, por la que habían entrado; otra daba a un hermoso patio, que supuso era el mismo al que se accedía desde el gran salón, por lo que la última puerta debía comunicar directamente con este.

    Cuando estaba algo más cerca de los príncipes, solo tenía a seis chicas delante, los estuvo observando. Entendió al momento por qué habían puesto a Stefan el primero con el que hablar: Kristian no estaba los tres minutos con ninguna joven, Evelyn dudaba que si quiera llegasen al minuto; aunque eso consideraba que era una ventaja: menos tendría que preocuparse del tema de conversación.




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