La selección

XXXIV:

Cuando llevaban hora y media de clase la puerta de la habitación se abrió de manera pausada y Evelyn dirigió su mirada rápidamente para ver si se trataba de Kristian. Para su decepción, fue un guardia de palacio quien apareció: un hombre de mediana edad con los ojos achinados.

- El príncipe desea ver a la señorita Aberdeen. - Anunció sin mover sus ojos de un punto en el horizonte con el que no establecía contacto visual con nadie en la sala.

La seleccionada se levantó de su asiento automáticamente y comenzó a caminar hacia la salida sin esperar a que la señorita Elise le diese permiso y pasando por alto el peso de las miradas del resto de seleccionadas.

Salieron de la habitación sin decir nada, simplemente con una ligera inclinación de cabeza por parte del guardia, y sumidos en el mismo silencio emprendieron la marcha hacia una zona de palacio en la que Evelyn no había estado antes, aunque también había que tener en cuenta que Evelyn se había movido bastante poco por palacio.

- El príncipe le espera dentro. - Anunció el guardia deteniéndose abruptamente frente a una puerta de madera oscura.

- De acuerdo. Gracias.

Al ver que el guardia no tenía pensado abrir la puerta y que nadie lo iba a hacer desde dentro, fue Evelyn la que la abrió; un movimiento rápido. Entró y cerró a sus espaldas.

La habitación en la que se encontraba era, sin lugar a dudas, un despacho. Las paredes estaban tapizadas con estanterías y había dos escritorios de madera de caoba de gran tamaño situados en el centro, uno frente al otro. La pared contraria a la puerta contaba con un gran ventanal, con unas maravillosas vistas, al igual que desde todos los ventanales de palacio.

Kristian se encontraba frente al escritorio de la izquierda, observando a Evelyn con seriedad pero el gesto relajado.

- Buenos días.

- Buenos días, alteza.

- Tienes papel y pluma sobre el escritorio, siéntete libre de escribir cuanto desees.

Evelyn agradeció al príncipe realizando una ligera reverencia y se dirigió al escritorio de la izquierda. Efectivamente, había varias hojas de papel, una pluma y un sobre. Se sentó en la única silla que había, también de madera de caoba y con un pequeño colchón aterciopelado de un color burdeos con detalles dorados.

El tener al príncipe frente a ella observándola de vez en cuando consiguió ponerla nerviosa al principio, aunque cuando comenzó a escribir prácticamente se olvidó de su presencia. Se explayó largo y tendido en la carta, explicándoles, además de su experiencia, la causa por la que no había escrito antes y las condiciones que le habían impuesto para poder escribir.

Preguntó por todos y cada uno de los miembros de su familia y expresó todo lo que había estado reteniendo en la mísera semana que había permanecido en palacio. Cerca de media hora más tarde, ya había terminado.

- ¿Has acabado? - Preguntó el príncipe al ver que la mano de Evelyn había dejado de moverse.

- Sí.

Automáticamente Kristian cogió los folios que Evelyn había utilizado y se apoyó en el borde de la mesa del escritorio, leyendo con atención. La situación le resultó a la joven algo intimidante, aunque podría haber sido peor: podría seguir sin poder escribirle cartas a su familia.

- Está bien, no hay nada inapropiado, se puede enviar. - Anunció el príncipe varios minutos después, volviendo a erguirse totalmente.

Un alivio inundó el cuerpo de Evelyn al escuchar esas palabras:

- Me complace escuchar eso.

Kristian se acercó a ella para doblar los folios, guardarlos en el sobre y sellarlo con cera. Evelyn estaba absorta observándolo trabajar; consideraba que se encontraba bastante cerca y el corazón comenzó a latirle con fuerza cuando tenía el perfil del príncipe a pocos centímetros.

Se veía relajado y muy tranquilo, si él también estaba nervioso no lo demostraba. Evelyn no pudo evitar pensar en Stefan y compararlos: Kristian parecía ser mucho más serio pero, en ese momento que había compartido con él, más que serio Evelyn diría sereno. Su hermano era todo lo contrario.

Recordó el mar, aunque nunca lo había visto en su vida, solamente en una postal cuando su padre viajó a la zona de costa y ella tenía siete años. Pero recordaba esa postal como si la hubiese visto esa mañana y el color de los ojos de los príncipes le recordaba al color que tenía el océano. Kristian sería el mar en calma, sereno, cuando parecía que no estaba en movimiento; y Stefan sería el mar en un día agitado, aunque no tempestuoso.

- Ya está, un guardia de palacio la enviará ahora mismo, posiblemente mañana llegue la respuesta. - Explicó el príncipe sin alejarse ni un milímetro de la joven y dirigiendo su mirada directamente a sus ojos.

- Estupendo, muchas gracias. - Susurró ella, perdiéndose en sus ojos azules.

- Puedes volver con las demás, el mismo hombre que te ha acompañado hacia aquí te acompañará de vuelta, no quisiera que perdieras clase.

Mientras pronunciaba esas palabras el príncipe acabó separándose y caminó hasta la única puerta que había en el despacho.

- Qué considerado de vuestra parte, a pesar de que aprendería lo mismo estando como si no. - Susurró la seleccionada mientras se levantaba de la silla y seguía al príncipe.

- ¿Y eso?

- La sala es demasiado amplia y la señorita Elise no cuenta con una potente voz; yo estoy sentada al final de la habitación, ¿puede sacar conclusiones usted solo?

Kristian no se tomó a malas la última pregunta que le había hecho Evelyn, de hecho, le entretuvo y estuvo a punto de sonreír, aunque no llegó a hacerlo.

- Si tan mal lo pasas por no poder escuchar, tienes permitido visitar la biblioteca de la primera planta de palacio. ¿Puedes entender tú sola a dónde quiero llegar?

- Lo comprendo, alteza, gracias por preocuparse por una simple plebeya. Sin embargo, podría asistir a la biblioteca en mi tiempo libre, que se reduce a los sábados y domingos y, justo esos días, suelo tener planes.




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