Érase una vez en una hectárea de flores de todo tipo de especies, colores y aromas pero había una en especial, una flor peculiar; distinguida por su gran pigmentación colorida que la hacía la más hermosa y mágica del prado. Era el centro de atención y a la que todas la llamaban la reina.
Pero aunque todo pareciese ser hermoso y perfecto en todas las flores yasía una gran tristeza al saber que aquella gran flor que llenaba de vida a los nuevos nacimientos y de hambiante al lugar con sus hermosas melodías y sombra, con sus enormes pétalos e hojas que al mismo tiempo creaba fuertes ráfagas de viento fresco, estaba a punto de morir.
En todas las flores del lugar; había una gran tristeza por la pronta partida de la reina; el cuál cada día moría lentamente. Pero de igual manera tenían fe todas las flores del prado y esperanza en que aquella semilla que la reina portaba en su estambre; tomaría su lugar tan pronto y la reina murase; para que no se perdiera la magia del único ejemplar que el paraíso tenía.
Pero los años pasaron, la reina murió y aquella semilla no caía al suelo, el viento soplaba; pero la semilla parecía estar atada a la gran flor muerta. La semilla sólo miraba, no entendía nada, ella sólo miraba lo hermoso que era el lugar en donde vivía, se sentía bien, tranquilo, agusto pero un día se cansó de ver a las flores morir y de ver nuevas flores nacer y así sucesivamente.
Comprendió un día al ver a otras semillas caer al suelo qué ése era su propósito, caer para renacer, disfrutar y morir. Supo que era difícil pero que era lo correcto y a la vez comprendió tantas cosas, que se dio cuenta que debía apresurarse con su vida.
Decidió aventarse al fondo sin pensarlo dos veces, una ráfaga de viento lo acompañaba en su decisión tan precipitada y una vez ya en el suelo, los vientos lo cubrieron de tierra; enterrando más y más a la semilla y aquel paraíso de colores y aromas ya no existían más en su vista. Ahora estaba en el fondo de la tierra, acompañado de oscuridad, raíces, y lombrices hambrientas.