La Semilla de los Animales y de la Vida

Capítulo 2: El Templo de las Arenas

Nefertari deslizó sus dedos por los jeroglíficos grabados en la pared, descifrando su historia ancestral, buscando el símbolo exacto que abría la puerta. Cuando su yema lo encontró y lo presionó, la pesada puerta del templo se abrió con un crujido, dejando entrar una avalancha de arena que cubrió los primeros escalones.

—Espera aquí, Amir—, le dijo, con la mirada fija en la oscuridad.

La entrada era estrecha y baja; tuvo que agacharse para cruzar el umbral. El olor a polvo y encierro la golpeó, un escalofrío recorrió su espalda. El templo era subterráneo. La luz del sol apenas se filtraba, creando sombras danzantes que jugaban con su imaginación. Las paredes estaban cubiertas de jeroglíficos y pinturas. Al fondo, la oscuridad se tragaba varios caminos.

Ya adentro, encendió la linterna de su teléfono. La luz tenue danzó sobre la fría piedra y los grabados, testigos silenciosos de una historia milenaria. Al posar sus manos sobre la pared, un recuerdo la invadió.

Se vio a sí misma de niña, de la mano de su mentora, cruzando ese mismo umbral. Llevaba una túnica sencilla de lino color crema, suelta y fresca, con un fino cordón dorado anudado a la cintura. Su cabello, aún corto, rebotaba libremente sobre sus hombros. La figura enigmática, que no era su madre, era alta, con una túnica blanca inmaculada, brazaletes de oro que brillaban bajo la luz del sol y un aura divina. Nefertari sintió asombro y curiosidad ante el templo.

—Mira a tu alrededor, Nefertari—, le decía la mentora, su voz resonaba con un eco suave y profundo. —El poder no se escoge, se hereda. Y la magia es un ecosistema que se debe proteger. El mundo aún no está preparado para utilizarlo.

La mentora se arrodilló, sosteniendo su pequeño rostro entre las manos. —Aquí está custodiada nuestra más preciada posesión: la semilla del futuro, el legado de nuestra familia. ¿Sabes cuál es el poder de la reliquia?

—Sí, poder ver el futuro—, respondió una joven Nefertari, entusiasmada.

—Exacto, por eso recuerda: si la semilla cae en la oscuridad, el mundo caerá junto a ella—, advirtió su mentora.

Nefertari sintió la calidez de su mano y el eco de su sabiduría: "El tiempo es relativo. La magia está en todas partes".

Ahora, la responsabilidad de ese legado recaía sobre sus hombros de Guardiana. La convicción de su mentora la impulsó. Apoyó su mano con fuerza en la pared, tratando de activar su clarividencia. Sintió el poder latente, pero este se negó a fluir. Se resistía como un río caudaloso que no se dejaba guiar.

Un suspiro de frustración escapó de sus labios. Odiaba no poder forzar su don, pero sabía que su magia se manifestaría solo cuando el destino lo requiriera.

—Al menos sé que la piedra está a salvo por ahora—, se dijo Nefertari, y un pequeño alivio se extendió por su cuerpo. Sin embargo, la preocupación seguía presente. La oscuridad del templo parecía susurrarle sobre el peligro. No podía, no debía fallar.

“Las trampas no serán suficientes”, pensó. Necesitaba acción, no solo fe.

Nefertari iba a darse la vuelta, pero la oscuridad del templo la llamó.

Sintió un impulso frío e inexplicable que tiraba de ella hacia el fondo del templo, hacia la negrura que se tragaba los pasajes. Era una fuerza magnética y desconocida. La oscuridad parecía respirar a su alrededor. Sintió cómo una fuerza invisible tiraba del escarabajo de su collar. En ese mismo instante, su mano se dirigió a su pecho, sintiendo una energía latente y vibrante que nunca había experimentado.

Nefertari luchó contra el impulso, forzándose a regresar. El miedo no era suyo; lo percibía desde su collar, como si el escarabajo tuviera vida, una sensación que le provocó escalofríos. Con determinación, Nefertari salió del templo.

Cerró la puerta con cuidado. El sol brillaba intensamente, contrastando con la penumbra que acababa de dejar. Amir la esperaba junto al todoterreno.

—Todo está a salvo por ahora—, dijo Nefertari. —Pero no debemos bajar la guardia—.

Subieron al todoterreno. Mientras se dirigían de nuevo a El Cairo, Nefertari lanzó sus órdenes a Amir, con tono directo y sin rodeos.

—Necesito que los Guardianes estén alerta, vigilando cualquier eventualidad en la ciudad. Sé que tenemos guardianes en la policía local, ¿cierto? —

—Así es—, confirmó Amir. —Varios agentes son parte de la guardia—.

—Excelente. Hablaré con mi padre para que use nuestra influencia y envíe patrullas al templo las 24 horas. La protección física es la prioridad—.

Nefertari observó la ciudad, su mente ya en Venezuela. “No sé quiénes son nuestros enemigos”, pensó, “pero sé que están ahí, acechando en las sombras. Debemos estar preparados para lo que viene después”.

Finalmente, el todoterreno llegó a la agencia de turismo. Karim esperaba junto al Mercedes-Benz. Nefertari se despidió de Amir con un gesto de agradecimiento y se dirigió al coche.

—Karim—, dijo Nefertari. —Llévame a la oficina de mi padre—.

—Enseguida, señorita—, respondió Karim, abriendo la puerta.

Al entrar en el coche, Nefertari sintió el frescor del aire acondicionado que la envolvió como un abrazo. La comodidad la relajó al instante. Mientras el Mercedes-Benz se deslizaba por las calles, Nefertari repasaba los puntos clave que quería tratar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.