La semilla del caos - El viaje del caballero

Parte 2

Estaba sentada en los escalones fuera de la torre principal de la fortaleza. En plena mañana, todos estaban trabajando. Las criadas iban de aquí para allá con sus quehaceres, Tim, el caballerizo principal, salía y entraba del establo con los fardos de henos, Dike estaba pagando por los suministros para la fortaleza, era el mayordomo de Torre de la Doncella desde que el abuelo de Lynette gobernaba; Gadrik, el herrero, terminaba una buena colección de flechas «ella se lo pedía todas las mañanas, le gustaba practicar con el arco cada día,» le había pedido en contadas ocasiones a Cletus que insista a su señor padre para contratar un maestro de armas, pero no había conseguido aun convencerlo, según su padre: no lo necesitaba, aunque ella soñaba practicar con la espada, tampoco tenia un compañero con quien practicar, el hijo de Tim, Jozz, había fallecido ya hace dos años, le gustaba la idea de pedirle que entrene con ella, robar unas espadas de la sala de Gadrik y ver que tal le iba pero nunca se animo y la fiebre se lo llevo antes que ella hablara con el.

 Walter llegó con Cletus y dijo:

—Hija, ¿quieres acompañarnos hasta Troy? Parecía extrañamente alegre. 

—Pensaba en practicar con el arco... Gadrik está terminando las flechas que les pedí —contestó ella.

—Venga, mi lady, mira qué día hace... acompáñanos —sugirió desde atrás Cletus.                              «Ciertamente era una mañana despejada, cálida y no lo veía con tan malos ojos salir a despejarse.»

—¿Qué asuntos tenemos en Troy? —preguntó Lynette a ambos.

—Debo visitar a mi primo Jory —contesto su padre, —continuo— Cletus recibió un mensaje de ataques a viajeros desde las tierras del dorado cerca de Redal hasta Troy. Si atacan nuestras tierras, uniremos fuerzas con Lord Jory y saldremos a buscarlos.

—Forajidos, lady... se hacen llamar los Hermanos de Bosque Viejo. Atacan a viajeros que se cruzan en los senderos.

—Está bien, le diré a Tim...

—No —interrumpió Walter—. Cletus irá a decirle que apronte los caballos. Tú ven, caminemos hasta afuera.

Caminaban en silencio hasta la puerta. Lord Walter hizo señas para que abrieran las puertas y se decidió hablar con su hija.

—Se ha acordado todo con Lord Birchwood. Ya llegó el último mensaje de Villadosrosas y es muy bueno. Los hijos que puedas tener con Lord Argus algún día podrán gobernar ambas tierras. No será como los Moller del pasado, pero será bueno... bueno para la familia —añadió—.

al ver que Lynette no decía nada, calló y esperó los caballos. 

Alguna vez los Moller habían sido legítimos reyes de las tierras del dorado y tenían una gran porción de tierra en el Reino de los Ríos. Ciertamente, a todos les parecía un buen trato menos a ella. Aunque había algo que la tranquilizaba. «Lord Argus rondaba los sesenta años, contaba con tres viudas y ningún hijo. Posiblemente seria estéril y cuando el viejo lord muriera, algún hermano suyo lo remplazaría como lord de Villadosrosas, tenia varios que esperaban con ansias ese día, y así ella se libraría de el, si es que no lo consiguiera antes. 

Iban por el sendero hacia Troy. Walter iba delante junto a Cletus hablando y Lynette iba detrás. El sol era agradable. La trenza larga de Lynette le golpeaba la espalda al cabalgar. Las zonas cercanas a Troy eran tranquilizantes. Se podía oler la bahía del dorado y oír las gaviotas de la ciudad de Stockton. No estaban lejos, ciertamente. El río Dorado se vio enseguida, su cauce iba lento y el agua parecía dorada por la manera que el sol daba por las mañanas y las tardes, si se observaba bien se podía ver algunos peces. Estaban acercándose a Troy. Tras cruzar su caudal del río estarían en Troy, pero un puente conectaba los lugares. «Se cuenta que los Troy se asentaron en ese monte cerca de la ribera del Dorado hace unos quinientos años atrás, donde construyeron su fuerte. Considerados por muchos como una zona estratégica para el comercio y la defensa.» Walter paró cerca del puente hacia la fortaleza y los esperó. 

—Hija, si esperas aquí, podremos ir a Stockton y llevarnos unos pasteles de manzana de la pastelería de la ciudad a casa, «los pasteles de manzana de Stockton eran de los más sabrosos, los favoritos de Lynette,» —Claro —le contestó ella. 

Se bajó de su yegua para esperar, se apartó del camino para no molestar a los viajeros y se sentó entre la maleza. Recostada entre la maleza, veía el cielo. Su yegua estaba a su lado, comiendo pasto tranquilamente. Escuchó un caballo en su dirección, levantó la vista y la luz del sol la encandilaba, no podía distinguir. 

—Lynnie —dijo una voz que no reconocía—, ¿en serio eres tú?

Ella se levantó rápidamente y trató de ver mejor, se froto sus ojos, y observó otra vez. Era un joven, notó que era apuesto. Iba vestido con un jubón celeste, pantalones de lana y una capa.

—Soy Hendry —dijo sorprendido. Enseguida ella recordó. Era Hendry Hanley de Rocamar. Hacía siete años que no se veían. La última vez, ella tenía doce años y él quince. Estaba más apuesto de lo que recordaba. Su melena rubia iba suelta contra la brisa y el color claro de sus ojos combinaba con su vestimenta.

—Claro, Hendry, —dijo ella,

—Sir... ahora soy un caballero ungido y reconocido. Tenías razón cuando me decías que iba a ganar renombre por mi habilidad con la espada —ella sonrió. Ciertamente, alguna vez se había sentido atraída por él, y sí, cuando lo veía entrenarse con la espada, esas tardes en las que Hendry daba espectáculos siendo un joven de solo catorce años. Desde su caballo, él estaba imponente, atractivo. La espada que llevaba a un lado lo hacía ver incluso mejor, como todo un guerrero. El rubor en sus mejillas la delataba. Trataba de pasar desapercibida. 

—E-qu-qué has hecho? —titubeaba—. O sea, ¿qué haces por aquí? —Estaba nerviosa.

—Me casaré con Lady Thalda de Rigby. Ya es tiempo, está próximo mi cumpleaños número veintidós. Pero cuéntame tú, ¿qué haces aquí sola en Troy?




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