La Semilla del Mal

I

Lavinia

En el momento que caigo de bruces contra el suelo, siento como mis rodillas arden ante el asfalto y mis manos se raspan en un intento de detener la caída.

Probablemente fue una idea estúpida retar a una de mis compañeras a una especie de duelo. Y más teniendo en cuenta que no tengo ningún poder que me permita defenderme.

Se suponía que, una vez cumplidos los dieciocho años, cada una de nosotras tiene que demostrar su poder. Como brujas, hemos nacido con un don especial que nos permite proteger a nuestro grupo. Sin embargo, han pasado cinco años y a mis veintitrés no he desarrollado ningún poder especial más que el de hacer enojar a las personas en cuestión de segundos.

Razón por la cual estoy tirada en el suelo a punto de comer asfalto. En cuanto logro levantar la mirada un poco, veo como Felicia me da una sonrisa lobuna. Su cabello rojizo y esa sonrisa extraña siempre me han provocado un sentimiento extraño. Ella me recuerda a esa clase de zorrillos, con esa mirada astuta y esos ojos rasgados que observan con atención a su presa antes de matarla.

—Mírate, casi una humana. Apenas puedes evitar una caída, ¿estás segura de que perteneces al aquelarre?

Aprieto los dientes con tal fuerza que sé que puedo quebrarlos. De nuevo ahí estaba esa pregunta, la que he recibido año con año desde que cumplí los dieciocho.

¿De verdad eres bruja? ¿De verdad eres una de nosotras?

Incluso mi madre llegó a preguntarme en una ocasión. Y en todas esas veces nunca supe qué decir. La única prueba que podía demostrar mi sangre mágica era una marca de medialuna que se asomaba en la parte de mi clavícula.

Como brujas, una forma de confirmar nuestra ascendencia es la marca de nacimiento. Básicamente es como una especie de tatuaje o sello que indica tu linaje. Esa marca en mi clavícula es hasta el momento la única prueba que tengo de que soy una de ellas.

Trato de convencerme a diario que pertenezco, que merezco estar aquí, pero hay veces como esta, donde estoy en el suelo y me siento tan indefensa bajo el foco de los demás. Como si fuera un bicho que ellos necesitan analizar una y otra vez.

Felicia es una de las brujas más brillantes de nuestra generación y desde que demostró su poder para mover las cosas en el aire, pareció tener un gusto demasiado poco agradable de tirar a los demás al suelo. Como si los demás fuéramos sus juguetes.

Me levanto del suelo, limpiándome las manos en mi falda. Es probable que estén sangrando, pero decido ignorar el dolor y miro a Felicia con una sonrisa. No puedo mostrarme débil ante ella nunca.

Quizá no tenga ningún poder por ahora, pero algo que sí tengo es el talento de desquiciarla. Y me encanta ver cuando su rostro se enrojece de la vergüenza.

—Y tú mírate, parece que tu única forma de llamar la atención es tirar a las personas al suelo. ¿Estás segura de qué tienes cerebro? —respondo.

Mi comentario se gana varias risas de nuestras compañeras e incluso del grupito de amigas crueles de Felicia. Entonces noto como ella tensa su mandíbula y me está lanzando dagas con sus ojos.

—No deberías tentar a la suerte, Lavinia Raven. Recuerda que es muy fácil acabar con los débiles que aspiran a ser algo que nunca podrán ser.

—En ese caso deberías tener cuidado, Felicia. Nada es más odioso que una persona que usa la violencia para intimidar a los demás. Como dices, un débil qué solo aspira a ser algo más.

Inclino mi cabeza, sonriendo. Sé que solo estoy metiendo el dedo en la llaga. Pero Felicia se lo ha buscado. Ahora es obvio que mi comentario le ha picado porque en vez de usar sus poderes decide empujarme directamente con sus manos. Sin embargo, soy mucho más rápida que ella y la jalo de los brazos, trayéndola conmigo y ambas terminamos en el suelo.

De alguna forma, me las arreglo para terminar encima de ella con mis manos en su cuello. Sería muy fácil apretar con fuerza…

—¿Ves? No necesito de ningún poder para acabar contigo, si hay alguien débil aquí, eres tú —hablo en voz baja y un tono burlón que sé que no apreciará.

Felicia aprieta su mandíbula y un gruñido gutural sale de ella. Antes de que me mande por los aires de nuevo, alguien me jala de la cintura, apartándome de ella.

Ni siquiera tengo la oportunidad de ver su rostro de humillación y estoy furiosa de no poder ser testigo. Me retuerzo en los brazos de quien sea que me esté cargando en contra de mi voluntad. ¿Cómo se atreve a alejarme?

—¡Detente Lavinia! ¡Maldita sea!

Es una voz masculina que reconozco. Es mi hermano menor Emil.

Aunque estoy bastante molesta, detengo mis movimientos y él me suelta, para ese momento ya nos hemos alejado de Felicia y su grupito. Alza una ceja, esperando una explicación.

—¿Por qué simplemente no lo dejas estar? Es lo que ella quiere, meterse en tu piel —comenta.

Me cruzo de brazos. Es fácil para él decir que lo deje estar, él no ha tenido que cargar con el peso de las expectativas de los demás. Emil es el hijo predilecto, lo que mis padres siempre desearon. Yo en cambio, soy la oveja negra de la familia, la que siempre causa problemas.




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