La Semilla del Mal

VI

Lavinia

ESTA debe ser la idea más loca que se me ha ocurrido en mucho tiempo. Lo sé.

Después de la reunión del consejo, Zarina intentó convencerme de que era una mala idea pero no tuvo éxito. Tan pronto comprendí la idea de obtener reconocimiento y gloria, no iba a soltarla tan fácil.

Sé que suena ridículo, ¿por qué me importa tanto que me reconozcan? Simplemente no he manifestado poderes, no es algo terrible. Sin embargo, en este mundo si lo es. He vivido bajo la sombra de mi familia, de sus poderes. Mi madre es una heroína, mi hermano el brujo perfecto.

Yo… yo no tengo nada.

Pero al menos sé que encontrar a la semilla del mal no es una tarea imposible. No requiero de poderes mágicos, solo necesito usar mi cerebro. Eso puedo hacerlo. Es lo único que tengo y al menos considero que si funciona bien.

Ahora, a dos días después del anuncio, todo el aquelarre está agitado. Brujas y brujos de todas las edades presentan su solicitud para tomar la misión como el representante. Y lo cierto es que el consejo no puso ninguna restricción más que la de pertenecer al aquelarre así que tenemos el camino libre. O al menos eso pensaba hasta que veo a Felicia acercarse justo en el momento que estoy anotando mi nombre en la convocatoria que pegaron en el pasillo de la mansión.

—Es un chiste ¿verdad? Tú, prácticamente una humana ¿quieres apuntarte a la misión de salvar el mundo?

Detrás mío alguien se echa a reír. Felicia sonríe satisfecha. Yo aprieto el lapicero contra la hoja con fuerza.

—Sí, quiero y lo voy hacer —respondo.

Felicia se echa a reír.

—Oh cariño, me das tanta pena. Si sabes que para tomar una misión debes presentar un poder primero ¿no?

—No en esta.

—Incluso aunque pudieras aplicar, ¿Quién en su sano juicio le daría una misión a alguien tan poco fiable como tú?

—Cállate Felicia, nadie pidió tu opinión —escucho la voz de Zarina detrás mío.

Felicia alza una ceja. No va a meterse conmigo, al menos no ahora con Zarina a mi lado.

—Solo estoy dando mi humilde opinión.

—Hubiera estado increíble que te la hubiera pedido —sonrío.

Ella y su grupito se largan no sin antes fulminarnos con la mirada. Zarina pone los ojos en blanco.

—No le hagas caso.

—No lo hago —alzo mis hombros.

Aunque una parte de mí sí que sabe que las misiones solo se las asignan a brujas con poderes ya establecidos. Prefiero no mencionar el tema con Zarina y darle más argumentos para insistir en que lo deje.

Tengo que tomar esta misión cueste lo que cueste. Incluso si debo vencer a Felicia.

***

Cuando despierto, siento el aire helado golpear mi rostro y la oscura noche me da la bienvenida. No logro comprender como es que llegué aquí, pero la única luz que tengo es la de la luna. Al mirar hacia abajo, solo logro visualizar los jardines de la mansión. Debo de estar a metros de altura, en la azotea.

Mi cuerpo se encuentra sostenido por una cuerda. Estoy recostada sobre una barra de metal que apenas se sostiene así misma y las cuerdas sujetan mi cuerpo. Me mareo inmediatamente al notar el nivel de altura y el fuerte viento golpeando.

Ahogo un grito.

Voy a caer, voy a morir.

Entonces una risita me devuelve a la realidad. Todos mis instintos me dicen que me mueva, que haga algo. Reconozco la risa de Felicia y cuando por fin logro alzar un poco la cabeza ahí está sonriendo como una psicópata. Sus amigos también están ahí tomando fotos.

—Mirenla, tan patética. Y así quiere salvar el mundo —comenta, causando más risas.

Aprieto la mandíbula.

Era obvio que iba a vengarse, aunque no pensé que lo hiciera tan pronto.

—¿De verdad? ¿Así de infantil eres, Felicia?

Ella alza sus hombros desde el balcón.

—Retira tu nombre de la convocatoria de la misión y te subimos de nuevo.

Así que su plan se trata de esto. Amenazarme para que quite mi solicitud. Ni siquiera tiene sentido, ¿por qué le importaría? Justo en la mañana seguía diciendo que no me aceptarían.

Eso solo puede significar una cosa, realmente me ve como una contrincante. Un rival.

Alzo mi voz para que escuche entre el fuerte viento.

—No voy a hacer eso.

—Entonces vas a tener que quedarte ahí, quizá algo te motive.

Hace un gesto para que uno de sus amigos mueva con fuerza la barra a la que estoy amarrada. El tipo es un tío alto y fornido, no tiene que hacer mucho para lograr que la barra se incline hacia abajo.

Gimo por lo bajo, sintiendo toda la sangre de mi cuerpo ir hacia abajo. La caída debe ser de unos cinco pisos aproximadamente.

—¡Basta! ¡Basta ya!

—¡Retírate y te subimos! ¡Oh, ya sé! ¡Usa tus poderes!




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