La Semilla del Mal

XX

Lavinia

«Ustedes no merecen nuestra amabilidad»

Repito las palabras de Darian en mi mente y siguen siendo ridículas. Malditos los cazadores y su orden oscura, malditos ellos y sus aires de superioridad. Como si por matar demonios o seres sobrenaturales merecieran ser llamados héroes cuando la realidad es que solo son asesinos despiadados. Si no fuera por el acuerdo entre la orden y el aquelarre de hace años, seguiríamos en guerra. Ellos nos darían caza y estaríamos muertas.

Una parte de mí deseó golpear al cazador que tengo de compañero cuando dijo eso, pero simplemente estaba cansada y no deseaba quedarme en esa cama. Así que sí, me dormí en el sillón y estoy segura que fue mil veces mejor.

Para cuando desperté por la mañana, Darian aun seguía profundamente dormido y yo no pude evitar observarlo durante unos minutos. Supongo que hasta ese momento, realmente me tomé el tiempo de fijarme en él. Tras aquellas máscaras de odio que siempre me dirigía, al dormir solo se veía mucho más joven incluso tenía un aspecto inocente. Su cabello lacio y dorado caía sobre la almohada, siempre lucía perfecto cuando estaba despierto pero en ese momento estaba despeinado. Y su rostro...

Era como esos rostros que veías en televisión y parecían irreales. La diferencia era la dureza de sus rasgos al mirarte. Sus cejas eran un poco más oscuras que su cabello rubio y sus labios carnosos.

Lo cierto es que Darian Black no era un adefesio. Y eso me provocaba odiarlo más. Lo consideraría atractivo si no fuera por la mueca de odio que siempre me dirige, como si fuera algo que apenas merece la pena dar atención.

Aprieto mis manos.

Odio cuando me hace sentir así, cuando sus palabras buscan cortar como una navaja y logran el efecto deseado. Ahora está dormido, sería muy fácil tomar la daga qué está en buró y enterrarla en su corazón. Pero ni siquiera yo soy capaz de hacer algo así. Sería muy bajo y si voy a matarle tengo que asegurarme que me vea. Que sepa que fui yo quien lo hizo.

Me alejo de la cama y hago un gesto a Onix para que me siga. Es claro que necesito estar lejos del cazador antes de cometer una locura. Onix se restriega contra mis tobillos y me sigue de cerca cuando salgo al estacionamiento del motel. Deben ser cerca de las diez de la mañana porque ya varios autos se han ido y solo veo el nuestro.

Ya lejos de la habitación y del cazador, me permito pensar con más claridad todo lo sucedido anoche. El enfrentamiento con ese demonio y como me acusaba de matar a otro. Al principio, no lo entendía, entonces recordé mi encuentro con aquel demonio en el callejón. El demonio que murió enfrente mío.

No lograba comprender como eso fue posible, como yo de entre todas las personas pudo matarlo. Mi teoría era que había alguien más esa noche, tenía que serlo. Yo no tenía ningún poder especial, si así fuera lo sabría y muchas cosas cambiarían. Ni el aquelarre ni la orden me tratarían con tanto desprecio. Si fuera realmente capaz de acabar con los demonios así de fácil, sería poderosa, imparable.

¿Qué sería de mí con un poder así?

No estaba segura.

El sonido de mi teléfono interrumpe mis pensamientos. Es Emil.

—Hola, ¿es que aun recuerdas que tienes un hermano? —reclama enseguida.

—Hola, Emil.

—No puedo creer que te hayas ido sin despedirte. Imagina mi sorpresa cuando Zarina vino a buscarte ayer por la mañana y descubre que no estás en tu habitación.

Cierro mis ojos.

No me había despedido de nadie porque no me sentía de ánimos, además, tenía que encontrarme muy temprano con Darian. No quería más motivos para llamar la atención, en especial de los otros grupos. Maldigo por lo bajo.

—Teníamos que salir temprano, Darian...

—No me importa, se suponía que íbamos a despedirnos.

—Emil, no me iré para siempre, solo serán unas semanas.

—¡Aun así! ¿Por qué sigues insistiendo en actuar sola todo el tiempo como si no tuvieras a nadie a tu lado? Soy tu hermano, Lavinia. Déjame apoyarte.

Muerdo mi labio, sintiéndome incómoda. Tras la última conversación con mi madre, no me habían quedado deseos de hablar con ella o con Emil. En especial con él y es que estaba consciente de que no tenía la culpa de que mi madre siempre lo prefiriera a él. Sin embargo, dolía pensarlo.

No podía evitarlo, era la maldita envidia. Emil siempre había sido amable conmigo, siempre ha estado conmigo en las buenas y las malas. A pesar de los problemas que constantemente causo.

—Lo lamento, ¿si?

De verdad lo hacía.

Quizá era momento de dejar de ser injusta con él, después de todo, la del problema era nuestra madre no él.

—Bien, puedo perdonarte si me cuentas lo que ha pasado hasta el momento con esa misión y ese cazador.

Aprieto mis labios, sé que puedo confiar en Emil. Así que le cuento todo lo que sucedió desde que llegamos a aquella gasolinera y como esa mujer demonio me amenazó.

Para esto, me veo obligada también a contarle la ocasión que llegué a casa con cortes y golpes, todo a causa de Darian. No me sorprende que mi hermano esté furioso al punto de querer salir del teléfono y matar al cazador por sí mismo. Lo único que él sabía era que había llegado herida aquella vez, más no sabía la verdadera razón.

—Lavinia, escúchame bien, no puedes permitirte momentos de debilidad con ese cazador. Es claro que quiere matarte en cuanto tenga la oportunidad, tienes que estar preparada para matarle antes.

Sus palabras son tan serias y peligrosas que por primera vez me siento pequeña. Es cierto que desde que mi vida se conectó con la de aquel cazador todo parece ir en picado. Siempre he corrido peligro con los de mi clase, pero esta misión lejos de ser peligrosa ya de por sí, lo empeora estar al lado de un cazador que me odia.

Ahora lo sé.

Tengo que cuidar de mí misma y protegerme de Darian. No hay puntos medios en esto, al menos si quiero seguir viva. Me despido de Emil prometiéndole que voy a tener cuidado con mi compañero y regreso a la habitación del motel. Al llegar, me encuentro con un Darian que se ve perfectamente. Nada de inocencia o amabilidad se muestran en sus rasgos. A diferencia de esa expresión casi inocente qué tiene al dormir, cuando sus ojos recaen sobre mí, un brillo extraño cruza por ellos.




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