La Señora

Capítulo 4

—¿Les pido que hagan sus maletas? —pregunta Hector

—No —Amaia se estaba cepillando el cabello —Lo he pensado, irse es premiarlos.

El móvil de Hector suena, responde y al terminar mira a Amaia.

—La Señorita ha despertado —Amaia deja el cepillo en el tocador, rápidamente se pone de pie y toma su bolso.

Al bajar las escaleras, toda la servidumbre estaba limpiando con más ahínco, la vieron y palidecieron, Rosa se acerca.

—¿Va a salir?

—Al parecer necesitas un examen de la vista ¿ o piensas que saco el bolso a pasear por toda la casa?

—La Señorita Ferrer viene en camino, no olvide que odia que la dejen plantada —Amaia era una mujer impulsiva, cada día se hacia el propósito de controlarse, pero con furia empuja a Rosa contra la pared y lleva su mano a su cuello con fuerza, los empleados estaban atónitos, Hector acostumbrado a la situación, saca un cigarrillo y lo enciende.

—¿Quién es la Señora de esta casa? —Rosa con las piernas temblando por que esta vez la mujer no agacho la cabeza, no se giró y subió las escaleras a esperar a Lucía. —¡Responde!

—Us...Usted.

—¿Quién es la Señora Baillères?

—Us...Usted

—Si me entero que esa mujer entra a mi casa, no les irá nada bien a ninguno de ustedes.—la suelta y esta cae al suelo —Limpia donde te orinaste.

La mujer sale de la casa sin mirar atrás, los empleados corrieron para ayudar a Rosa.

—Esa maldita loca, cree que la Señorita Ferrer no acabará con ella.

****

Casandra estaba preocupada, había abierto los ojos, en un hospital, los médicos la examinaron, pero no le dijeron nada. Necesitaba noticias de su esposo.

La puerta se abre, ella abre los ojos, pero cree que está soñando, la mujer camina hacia ella con una gracia.

—Aitana —su voz como la de ella, piensa es un sueño, la mujer toma su mano entre las suyas —¿Estás bien?

Casandra tiene los ojos como plato, sus ojos están fijos en su mismo rostro.

—He muerto —susurra, pero la mano calida de la mujer, acuna su mejilla.

—No, gracias a Dios sobreviviste al accidente.

Casandra frunce el ceño.

—Si no he muerto ¿Cómo explicas que tú estás aquí?

Amaia frunce el ceño.

—Papá y yo te hemos buscado, hasta que te encontramos.

La joven niega.

—¡Tú moriste en el accidente con mamá! —las lágrimas recorren sus mejillas —Todo fue mi culpa, nunca debí quitarme el cinturón.

—¿De qué hablas? —Amaia trata de calmarla, toca el botón y rápidamente llega una enfermera.

—La Señorita Arrubal, necesita un calmante —la enfermera asiente, busca al médico y rápidamente inyectan algo en la vena de Aitana, la joven empieza a tranquilizarse, a dejar de llorar, Amaia se sienta junto a ella, deben hablar antes que se duerma —No mori, Elena te robó del hospital, todos estos años papá ha tratado de localizarla, pero ha sido imposible, hasta que al fin dimos con Elena y ella nos llevó a ti.

—¿Papá no me abandonó? —Amaia niega —¿No me culpa por la muerte de mamá?

—No —niega rotundamente Amaia.

—Mi esposo —trata de levantarse al recordar el accidente.

—Tu esposo esta muy bien, fue una falsa alarma —Aitana se relaja al saberlo —Tu accidente fue provocado, alguien quiso acabar con tu vida, lo estoy averiguando.

—¿Qué?

—Hoy hay una cena con la abuela, no sé quién rayos es, pero si ella te ha tratado mal, las pagará.

—Ella ha sido muy buena conmigo, creo es la única de la familia Baillères que me acepta —Amaia observa a su hermana.

—He ocupado tu lugar —su hermana la mira desconcertada —Voy a averiguar quien trató de matarte —mira su reloj —Necesito que viajes a Elarion, papá necesita verte, ya hablé con el médico, en tres días puedes viajar las diez horas sin inconvenientes.

—Yo... nunca he viajado.

—Ahora lo harás, nadie debe saber quién eres, solo papá, quién sea tu enemigo puede seguirte hasta Elarion. Necesito me hables de la cena de hoy, quién está presente y que me hables de cada uno de ellos y por supuesto háblame de tu matrimonio con ese hombre.

*******

—Supongo Casandra viene en camino — ya todos estaban en la mansión, los padres de Ignacio miraban impaciente el reloj.

—Es una total maleducada, viene tarde, deberíamos iniciar —declara furiosa Raquel Baillères.

—Buenas noches —todos se giran para ver a Casandra llegar, se han quedado mudos, ella lleva un vestido de alta costura, largo hasta el suelo, con un corte sirena que resalta su figura delgada, es de un tono esmeralda profundo que resaltan sus ojos verdes, tiene unos bordados delicados en hilo dorado y pedrería en el escote y la cintura. Lleva un collar de diamantes sencillo, pero elegante, pendientes a juego y una pulsera fina, regalo de su padre, su bolso es un clutch dorado con detalles en pedrería, sus zapatos de tacon altos en dorado, con un diseño elegante y sofisticado.

Su maquillaje es glamuroso con sombras doradas y verdes, sus ojos delineados en color negro, la pintura de sus labios es en tono nude, el cabello lo lleva suelto con ondas suaves.

—Querida estas preciosa —Ia abuela la abraza.

— ¿Dónde alquilaste ese vestido? —Raquel hace un gesto despectivo.

—No creí que la familia Baillères fuera tan pobre que no puede pagar un vestido de 10,000,000 Rubíes de Valdoria —Responde Amaia a su suegra.

—¿Cómo te atreves a responderme de esa manera?

—Casandra —la reprende Ignacio —Respeta a mi madre.

Amaia sonríe.

—Respeto merece respeto, siempre permites que tu madre me falte el respeto y no dices nada, y ahora que me defiendo si tienes voz.

—Debes respetarme malcriada —Responde Raquel, el padre de Ignacio la mira con severidad.

Amaia levanta la barbilla y la mira desafiante.

—También usted debe respetarme, le recuerdo, que también soy la Señora Baillères, a como usted, esposa del heredero del Conglomerado Baillères, primogénito de su familia —se gira hacia la abuela —Disculpa abuela, pero esta noche no me apetece cenar con serpientes —da un beso en la mejilla de la mujer y se marcha dejando el delicioso olor de su perfume.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.