La Señora

Capítulo 6

—Sólo llegué a visitarla —Lucía se deja caer sobre la silla frente a Ignacio —Me echo de la casa y me trató como una cualquiera —las lágrimas rodaban sobre las mejillas de ella, Ignacio se levanta, toma un vaso y lo llena de agua.

—Lo siento, realmente no sé lo que está pasando con Casandra.

—Lo que pasa que está sacando las uñas, nunca nadie me había tratado tan mal como ella.

Ignacio la escucha, se disculpa varias veces, está noche hablaría con ella.

Al llegar a casa sus ojos se detienen en la mesa, ya no hay comida servida esperando por él, un año entero viendo la comida y después de desaparecer por cinco días, ella ya no le cocinaba, sube las escaleras, camina por el largo pasillo, al tocar la puerta no obtiene respuesta, era la primera vez que llegaba a la habitación de ella por la noche, abre la puerta, no la ve en la cama, la puerta de la salita está entreabierta, escucha la voz profunda y masculina de un hombre, camina rápidamente, empuja la puerta, ella está sentada frente a la computadora, lleva un camisón corto rojo de seda con un enorme escote en V, ella al verlo, rápidamente cierra la computadora, se pone de pie, Ignacio no evita mirarla de la cabeza a los pies, su cabello suelto, sus hombros cremosos, sus senos llenos, tentadores mostrando el valle de sus senos, el camisón era corto mostrando sus bonitas piernas, nunca la había visto como mujer, pero en este momento no podía evitarlo.

—¿Qué haces en mi habitación? —pregunta con hostilidad.

—Eres mi esposa —responde molesto ¿acaso tenía un amante? —¿Con quién hablabas? —tiene el ceño fruncido.

—¿Ahora soy tu esposa? —se cruza de brazos —He sido un mueble más en esta casa en todo este año, no tienes derecho de entrar a mi habitación —levanta el rostro y hace como si está olfateando —Hueles a perfume barato de zorra.

Ignacio presiona la mandíbula.

—¿Qué es lo que pasa contigo Casandra? —mete las manos en los bolsillos de su pantalón —Tratas mal a Lucía que lo único que quiere es ayudarnos.

—¿Ayudarme? —sonríe llena de burla —Supongo que ella piensa que el revolcarse con mi esposo es una gran ayuda la que me presta.

—¡Cállate! —grita furioso —Eres tan corriente —la furia en Amaia crece, era cinturón negro, con fuerza empuja a Ignacio que este cae de espaldas al suelo, ella rápidamente sube a horcajadas sobre él, lo sujeta con fuerza de la corbata, él trataba de empujarla, porque lo estaba dejando sin aire.

—Corriente eres tu Ignacio Bailléres, tratas de aparentar una imagen de hombre de sociedad, pero eres un cerdo revolcándote en el lodo con la pérdida de Lucía Ferrer ¡Quiero el divorcio! —lo suelta, él se sienta, sus pulmones ardían por la lucha de encontrar aire —No soy tan estúpida como crees, no firmamos ningún acuerdo prenupcial, el 50% de todas tus empresas, me corresponden, así como la mitad de tu fortuna, te dejaré libre para que vivas tu romance.

Él estaba sorprendido por la actuación de Casandra, daba la impresión de ser una mujer débil, pero en cuestión de segundos lo tenía en el suelo, ahorcandolo.

—¡Vete de mi cuarto, maldito imbécil!

Ignacio se pone de pie, sus ojos se oscurecen, jamás había pegado a una mujer y no pensaba hacerlo, pero Casandra había llegado muy lejos.

—Supongo tu petición de divorcio es por el hombre con el que estabas hablando, pero déjame decirte que no te daré el divorcio.

—¿Crees que necesito tu permiso? —levanta la barbilla.

—Diré que estas perdiendo la razón, todos dirán lo mismo, después de los cinco días que desapareciste, actúas diferente y agresiva.

Amaia se acerca al hombre alto, tenía que levantar la cabeza para verlo.

—Está bien, no me divorciare, pero te anuncio que haré de tu vida y la de Lucía Ferrer un infierno que desearás haberlo hecho está noche, última vez que vienes a mí para reclamarme por Lucía Ferrer, te juro que no me importará el escándalo y ventilare por los periódicos, la televisión, la radio, por Internet que me eres infiel desde antes de casarnos.

—¿Qué? —pregunta atónito Ignacio.

—Tengo fotos de ti y ella en el Yate, brindando con Champagne, la sociedad entera de Valdoria se volcará a favor de la esposa sufrida, ah y sabrán que encima tu amante se atreve a venir a mi casa a amenzarme.

—¿De qué hablas Casandra?

—Supongo eres de esos tipos estúpidos que ven a una mujer derramar unas cuantas lágrimas y crees todo, lo dijo Lucía después que se marchó, que hablaría contigo, supongo esperaba que me amarraras a un árbol y me azotaras —ríe llena de burla —Pobre hombre estúpido, lo perderás todo por no respetar el matrimonio.

—¿Y tú lo estas haciendo? —apunta la computadora —¡Mira como estas vestida, hablabas con un hombre!

—¡Sal de mi cuarto, ve hacerle escenas dramáticas a tu amante! —lo empuja sacándolo de la salita, él se detiene y la mira.

—¡Eres mi esposa, puedo reclamarte las veces que quiera!

—Para mi, Ignacio Bailléres, no eres nada, ni siquiera una mosca molesta, el respeto y admiración que te pude haber tenido en el pasado —hablaba por su hermana —Murió, eres una basura.

Él abre los ojos como plato.

—¡Jamás me he acostado con Lucía!

—Si fuera el caso, que lo dudo, la infidelidad maldito, no es solo carnal, tu tiempo libre lo pasas con esa mujer, no comes en casa, tu mundo es Lucía Ferrer, eres un maldito infiel.

—¡Me estabas envenenando, cada vez que probaba tú comida, enfermaba del estómago!

—¿Qué? —Amaia mira sorprendida a Ignacio, su hermana lloró en el hospital cuando le contó que a los tres meses después de casados, él dejó de cenar lo que ella le preparaba, la servidumbre se reía de ella al ver la comida intacta en la mesa.

—Si, al principio no lo creía, te veías tan inocente, incapaz de hacer algo malo, pero pasaba mal después de probar tu comida.

Amaia no responde su mente está procesando las palabras de Ignacio.

—¿Porqué nunca lo dijiste? Algún condimento te estaba haciendo daño.




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