La Señora

Capítulo 7

—¿Cómo te sientes? —Thiago había llegado de visita a la casa de los Arrubal.

—Mejor —Adriel sonríe, su cuerpo estaba más delgado, llevaba una bala de oxígeno portátil.

—Debes descansar —Thiago vestia impecable, un elegante traje oscuro hecho a la medida.

En ese momento Aitana entra a la sala, llevaba una bandeja de plata, con té para ella y su padre, se detiene al verlo, sus mejillas se tornaron rojas al verlo, llevaba un sencillo vestido de color amarillo, de tirantes, el cabello suelto, sandalias planas, sin maquillaje, quería gritar de frustración, las dos veces que había llegado Thiago, la encontraba sin arreglar.

—Buenas tardes Señor Thiago —el hombre enarca una ceja al escucharla —No sabia que estaba con papá, pido disculpas por la interrupción, ¿Desea té?

Él se ha quedado en silencio por un momento, ella era diferente, se portaba tan educada, calmada, hasta su forma de vestir había cambiado.

—Gracias Amaia, si me gustaría beber té —la mirada penetrante de Thiago no se aparto de la chica, le gustaba que ahora ella se relajaba en casa y se vestia más cómoda, dejando la ropa de marca guardada para estar en casa, se veía más joven y más bonita sin maquillaje.

Las manos de Aitana temblaban, sentía la mirada de él, sobre ella, debía pensar que era una mujer descuidada con su aspecto, sintió tristeza, quizás por eso Ignacio jamás le prestó atención, no era como Lucía Ferrer que vestia bien y bonito cada día.

—Hija —su padre interrumpe sus pensamientos —No olvides que el té a Thiago le gusta con leche y un terrón de azúcar —ella asiente agradecida con su padre por darle ese detalle.

Les sirvió el té a ambos.

—Los dejó conversar, cualquier cosa papá, me llamas.

—Gracias hija.

Cuando ella se marcha, Thiago desvía la mirada hacia la foto que hay en una repisa, estaba Adriel con su hija Amaia.

—Si no fuera porque nunca dieron con el paradero de la gemela de Amaia, juraría que la joven que he visto estas dos últimas veces es otra persona.

Adriel solo sonríe, la vida de Aitana estaba en peligro, así que no revelaría que había encontrado a su hija.

Thiago y el hombre mayor estuvieron conversando por un largo rato.

Cuando Thiago se fue y subió a su auto, cerró los ojos.

—¿Crees que la Señorita Arrubal este enferma? —abre los ojos para encontrarse con la mirada de su secretario en el retrovisor.

—¿Sigue actuando extraño?

—Si, esta muy educada, se disculpa cuando cree que ha hecho algo malo.

—¿Se habrá golpeado la cabeza? —pregunta asombrado el secretario —La Señorita Arrubal jamás se disculpa, nunca olvidaré cuando me sacó a zapatazos de su oficina porque no me marchaba para dejarla hablando con usted —Thiago sonríe al recordar como Amaia se había quitado el zapato de medio tacón y comenzó a golpear a su secretario en el trasero, hasta que este se marchó, ella era impetuosa, irrespetuosa, él la conoció después que su madre había muerto y su gemela había desaparecido, no hablaba, no jugaba, pero cuando logró hablar, era una niña muy temperamental, si algo no le parecía no dudaba en darles una paliza a la gente.

—Puede se haya golpeado la cabeza —se responde así mismo Thiago —La mujer que está en la mansión Arrubal es totalmente diferente a la Amaia del pasado.

—¿Cuál le gusta más?

Thiago no responde, quería averiguar si esta versión de Amaia le gustaba más que la del pasado.

*****

—¿Me echa? —Rosa mira a Amaia.

—Así es, no te quiero más en la cocina, ella es Bertilda, la nueva cocinera, nadie puede acercarse siquiera a servirse los alimentos, sólo Bertilda tiene autorizado para servir los alimentos.

—Si Señora —responde el personal al unísono.

—¿No le gusta mi comida? —pregunta Rosa.

—La respuesta es obvia, tengo una nueva cocinera, de ahora en adelante, te dedicaras a la lavandería.

—¿Qué? —suelta un gritó.

—Si no te parece, puedes marcharte — Amaia guía a Bertilda a la cocina, había buscado a alguien en quién confiar, ya con lo que le dijo Ignacio que lo estaban envenenando, Rosa podía estar haciendo lo mismo con ella.

*****

—¿Qué quieres? —la voz de Lucía fue áspera, Rosa separa el móvil de su oreja, para corroborar que había llamado a Lucía.

—Señorita Ferrer, es Rosa, ¿puedo trabajar en su casa?

— ¡Por supuesto que no! ¿Crees que quiero en casa a una chismosa?

—¿Chismosa? —Rosa palidece, jamás pensó que la Señorita Ferrer la tratara mal.

—Te he pagado bien, usa el mismo polvo que se le ponía en la comida de Ignacio a la comida de esa maldita de Casandra, la quiero muerta, no murió en el accidente, pues morirá envenenada —no esperó respuesta, cortando la llamada.

Rosa suspira, jamás pensó que la Señorita Ferrer fuera capaz de hablarle como lo había hecho, pensó que le caía bien, tal vez estaba molesta por la manera en que Casandra le había hablado, cumpliría al pie de la letra su petición.

*****

Lucía entra a la oficina de Ignacio, llevaba el almuerzo.

—Querido he traído tu almuerzo —saco los recipientes y comienza a distribuir la comida —¿Qué tal tu mañana?

Ignacio mira la pantalla de su computadora llevaba toda la mañana tratando de redactar un correo y solo tenia dos líneas, sus pensamientos estaban en la noche anterior, se había casado porque su abuela se lo había pedido, cuando Casandra llegó al hospital donde los casarian porque su abuela estaba al borde de la muerte, le pareció que era una mujer insulsa, llevaba un vestido blanco totalmente flojo, era como si no era de ella y no le importó ponerse algo más grande que ella, el cabello desordenado, nunca miró a Ignacio a los ojos, mantuvo la cabeza agachada mientras el representante del ayuntamiento les recitaba las palabras del matrimonio, él no prestó atención su mirada estaba puesta sobre la abuela.

No dudo en decir que aceptaba a Casandra Blanco como su esposa, ella aceptó, le puso el anillo, se negó a darle un beso, no la conocía, era una total extraña para él, cuando el hombre que los casó, sorpresivamente la abuela se sentía mejor. En un año no se había molestado en pensar que hacía Casandra en su día a día, anoche la vio totalmente diferente, su cuerpo se veía tentador en su camisón de seda rojo, pero no lo usaba por él, era para su maldito amante.




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