Los días pasaron de forma tortuosa conforme arreglaba todos los detalles. Había ido de compras más de tres veces, olvidándome algo que perfeccionaba lo que iba a usar ese fin de semana, debido al mismo nerviosismo que me traicionaba. Mis hermanos no decían palabra, debido a que mi padre debió haberlos amenazado con tal de que no me molestasen. Y era agradable contar con algo de paz, sin recibir sus comentarios hirientes como era costumbre y sus endiabladas bromas.
Sin embargo, que el día se acercase me infundía una gran ansiedad, debido que volvería a ver al apuesto príncipe del que había quedado prendada. Pero, también no sabía cómo le enfrentaría luego de haberlo besado. ¿Debería de fingir demencia y que nunca había pasado? ¿Hacer como si fuéramos casi extraños, como lo éramos?
Pensaba en todo aquello conforme volvía a adentrarme en la entrada del castillo con mi carruaje, el que también había sido preparado por demás ante la ocasión. La imponencia del lugar hacía que volviera a pensar en él. Y era un martirio. Era desesperante seguir con todos esos sentimientos.
El corsé me apretaba por demás, a pesar de que hacía que mi cintura luciera aún más pequeña. El vestido, de un color rosado y champagne, era quizás más adecuado para un baile que para una simple merienda. Pero quería lucir de lo más bella para él. Mi cabello se encontraba semirrecogido, adornado con unas trenzas, mientras que en mi pecho resaltaba una joya de diamante rosado que mi familia había adquirido por una cuantiosa suma.
Por fin, el carruaje se detuvo frente a la puerta del palacio, donde me esperaba el mayordomo. Bajé, con la ayuda del hombre experimentado en su servicio, y me guió por el lugar hasta donde estaba esperándome el príncipe Halian.
Por un momento, recordé a mi padre, tan fuerte e imponente, de quien estaba atemorizada. El ver hacia su puerta hacía que mis piernas flaqueasen. Pero, ahora, estaba nuevamente esperando tras una puerta, solo que con muchas ansias estas se abran para ver a la persona dentro. Era muy distinto a lo que vivía y sentía en mi casa.
El mayordomo, luego de tocar la puerta, la abrió anunciándome.
—La señorita Evonny, Su Alteza.
Dando un paso hacia el costado, me permitió ver a la persona que se había colado en mis sueños todas aquellas noches, por quien mis labios y estómago cosquilleaban sin razón. Él. Se veía tan guapo con algo más sencillo y relajado que en el banquete, luciendo un traje a medida de color crema. Le quedaba perfecto. A su vez, sus ojos parecían estar iluminados por las luces del lugar, ya que el balcón se encontraba a su derecha, haciendo que toda la luz entrara e hiciera brillar esos ojos tan brillantes y llamativos.
Como si no fuera suficiente con tanta belleza, el príncipe sonrió, haciendo que el piso en el que me encontraba se derritiera. Mis piernas volvieron a flaquear y logró robarme el aliento, obligándome a sostenerme del marco de la puerta mientras fingía hacer una reverencia. Era demasiado difícil mantener la compostura frente a él.
—Es un honor para mí que haya aceptado mi invitación, señorita Evonny —comentó con dulzura, haciéndole cobrar un ligero rubor en las mejillas.
—El honor es mío al recibir tan grande honor de reunirme con Su Alteza, el príncipe.
Al ver que el protocolo estaba demasiado impuesto, el príncipe me sonrió, asumiendo ambos que queríamos decirnos muchas cosas, que aún no teníamos permitido.
—Por favor, siéntese en el lugar que he preparado especialmente para usted —indicó señalando a una silla frente a él. Así, tomé asiento.
De soslayo, pude notar cómo el príncipe había quedado prendado de mi aspecto por unos pocos segundos, admirando la apariencia de la que me tomé tanto trabajo en construir esos días antes de la cita. Por ende, me sentí orgullosa de mi labor. Incluso, me hizo pensar en que quizás el príncipe deseaba volver a besarme como aquella vez. No tenía ninguna seguridad con esto, pero el soñar hacía que me sintiera mejor.
—Por favor, pruebe este nuevo té. Es un regalo del reino del norte que trajeron hace poco. Aún no lo he probado, así que será algo nuevo para los dos.
—Se lo agradezco mucho, príncipe.
La mención de su título, hizo que frunciera los labios en respuesta, como si le molestara que le llamara de esa forma o de que creara esa distancia. Pero era necesario. Era lo ético. Mi padre me degollaría viva si llegara a faltarle el respeto a la monarquía.
Tomé la taza de la más fina cerámica, apoyando mis labios con delicadeza, a la vez que trataba de percibir con todos mis sentidos aquella bebida. Tenía un aroma fresco, dulce, pero con tintes amargos en el sabor. No era uno de mis favoritos, ya que siempre he preferido los alimentos dulces. Pero tampoco podía desilusionar al pobre príncipe, que ya se había tomado las molestias de preparar aquel té, por lo que, hice lo más lógico, y mentí.
—Está delicioso, Su Majestad.
Con esas simples palabras, el príncipe sonrió de oreja a oreja, sin poder contener toda la felicidad que le suministraba que me haya gustado. Al parecer, se había esforzado más de lo que había podido percibir. Y eso hacía que luciera aún más tierno y dulce a mis ojos, siendo que nadie nunca se había tomado tales molestias.
—Me alegro que así sea.
Se le notaba nervioso, ya que reía y hacía algunos comentarios para tratar de amenizar el ambiente. Pero se notaba la tensión en ambos, aquellos nervios de colegiales, de enamorados, aunque era muy pronto, se sentía en el aire.
—Me gustaría, si no es molestia, conocer un poco más de usted.
Ante aquella mención, sonreí con pesar. No le gustaría conocerme más en profundidad. Pero tampoco podía negarme o escabullirme de aquel pedido con facilidad.
—¿Qué le gustaría saber? —inquirí mientras llevaba la taza de té a mis labios.
—No lo sé. Podríamos empezar conociendo sus gustos básicos, como su color preferido, flor preferida.