—¡No! Otra vez —repetía la amargada señora conforme golpeaba su regla de madera en la mesa, cerca de mis nudillos donde ya había impactado.
Tomé un suspiro antes de volver a repetir el libro de ética y moral volumen IV, tratando de sonar más natural y de hablar de forma segura. Mis palabras eran perfectas, solo que a veces trastabillaba conforme trataba de recordar. A final de cuentas, el memorizar libros completos no era una tarea sencilla, más si era a la forma de la señora Nudellss.
Como final de la lección, golpeó la mesa una vez más. Aquello era la señal de que pasaríamos a algo más. En este caso, debíamos pasar a la danza, lo que sería algo primordial en el concurso de señoritas, que de seguro presentaría algún banquete. Era muy buena en ello como para preocuparme. Pero la señora Nudellss siempre estaba en busca de la perfección.
—¡No! Otra vez —espetó cerca de mi rostro.
Esta vez, la regla chocó contra mis muslos, los que sintieron arder. Quise emitir un pequeño gemido, pero sabía por experiencia que eso sería peor. Por eso mismo, tragué saliva y fingí que no dolía, volviendo a intentar los pasos de baile que ya me había marcado.
Una y otra y otra vez. Intento. Fallo. Golpe. Intento. Fallo. Golpe. Cualquiera se sentiría enloquecer con esto y yo no era una excepción. Así, hasta que por fin caí rendida debido a que mi tobillo se dobló. Eso no era más que malas noticias, ya que vendrían solo varios golpes seguidos hasta que la señora Nudellss se sintiera mejor. Toda su frustración hacia mi falta de excelencia iba a mis pobres muslos, los que de rojizos habían pasado a morados.
—Sigues siendo tan poco inteligente como de antes. Hay cosas que no cambian.
Sobé mis piernas conforme intentaba ponerme de pie para continuar. Sin embargo, sus retos no habían quedado allí, por lo que golpeó mi hombro con la regla, obligándome a volver a estar de rodillas.
—Aún no he terminado —indicó para luego continuar sus reproches—. Pareciera que has olvidado todo lo que te he enseñado, y solo tenemos dos semanas para corregir tu falta de memoria e inteligencia.
—Sí, señora Nudellss.
No podía hacer más que aceptar sus palabras. Era lo mejor.
Luego de todo un día de preparación, me dejé caer en la cama rendida, sintiendo que todo mi cuerpo ardía y dolía, ya sea por el extenuante ejercicio o por los golpes recibidos. Solo quería dejarme morir allí y que nadie más me molestara.
Así, repitiéndose este proceso donde hallaba un deleite el pensarme sin vida para continuar esa tortura, pasaron las dos semanas. Finalmente había llegado el día donde las jovencitas deberíamos reunirnos en el castillo. El requerimiento básico era el título de la casa, siendo el título de Barón el más bajo autorizado. Por eso mismo, ni bien pude entrar en el castillo con mi gran carruaje, con el símbolo del ducado, todos mostraron un gran respeto sin siquiera haberme visto el rostro.
El chofer abrió la puerta y me ayudó a bajar, conforme ignoraba todas las miradas curiosas de las jovencitas. Cada una de ellas sabía que yo era su mayor competencia, una a la que era imposible de igualar. Aún así, todas querían mantener algo de esperanza en ser las elegidas.
Comencé a caminar hacia donde se encontraba el anunciante del rey, junto con un mensaje en mano. Al parecer, allí se nos daría la bienvenida y explicaría un poco más.
—Señoritas, el rey las ha invitado a ingresar al salón hortensia para dar paso al primer desafío que se les dará. Si son tan amables de seguirme, las acompañaré.
Luego de una reverencia, el hombre comenzó a caminar hacia el interior del castillo, donde todas le seguimos por detrás. Las jóvenes se acercaban entre sí y comenzaban a cuchichear sobre lo que sería el primer desafío, de lo más curiosas e interesadas en conocer a sus posibles rivales y amigas. Por mi parte, no tenía mucho interés en esto.
Una de ellas, de cabello castaño a los hombros y ojos café se acercó a mí, lo suficiente para quedar cerca de mi oído.
—Hola, me llamo Peggy —saludó con una gran sonrisa—. ¿Y tú eres?
La observé sin interés. A simple vista podía decir que era de una de las casas menos importantes del reino. La palabra “corriente” venía a mí al observar su vestido hecho a mano, con ciertas imperfecciones y color llamativo. Aunque sostuviera una sonrisa, no confiaba para nada en ello. Solo pude devolverle una mueca de fastidio al tiempo que volteé mi mirada para seguir mirando al frente.
—Supongo que de la casa del ducado Evonny. Todas las chicas estaban hablando de ti.
Mi silencio persistió. En cambio, aunque habíamos llegado al salón hortensia, la joven a mi lado parecía no querer cerrar la boca, lo que me era sumamente irrespetuoso y fuera de lugar.
—Dicen que tú seas probablemente la elegida del lugar —susurró, siendo que el anunciante del rey volvía a enfrentarnos para decir algo más.
—Así es —dije tajante.
—Admiro tu confianza. Me gustaría poder ser un poco más como tú.
Ante sus palabras, las que me distraían de lo que el anunciante decía, no pude más que observarla de arriba abajo con total rencor, esperando que se callase de una buena vez.
—Nunca podrías serlo. Ahora lárgate.
La pequeña niña me observó con horror para luego volver con las que parecían sus amigas, un grupo de chicas de aspecto infantil e ingenuo que iban a ser echadas de seguro en un rato. Pero, ¿qué más iba a hacer? ¿Mentirle? Nadie podría ser como yo, ya que me costó mucha sangre, sudor y lágrimas para ser la señorita que todo el mundo conocer y ansía ser. Así es que, no es arrogancia. A lo sumo podrán culparme por ser franca por demás.
El anunciante hablaba sobre cómo el rey estaba muy contento con la participación de todas las señoritas, quienes éramos las más refinadas flores de todo el reino. Sin embargo, allí se buscaba encontrar a quien pudiera ser la mejor compañera para el príncipe heredero. Con eso en mente, se nos iba a dar la primera prueba.