La Séptima Constelación

5. El incendio.

En el pueblo.

Parecía ser una noche tranquila hasta que comienzan a escucharse los gritos. Helen y toda su familia también salen y ven cómo los campos que le devolvieron la esperanza están en llamas. Desesperadamente, buscan cubos llenos de agua para tratar de apagarlo pero se expande cada vez más y nadie parece saber qué ha sido el causante. Jamás había pasado algo similar, ya que todos son muy cuidadosos con su pueblo.

Mientras Helen observa el fuego, vuelve a tener las mismas visiones del árbol en el bosque y la paraliza por unos segundos hasta que Jason, muy preocupado, la aleja de las llamas. Poco después, los guerreros del rey, dentro de ellos Vittorio llegan para extinguir el fuego con más rapidez y luego de unos minutos, lo logran.

Nada se pudo salvar. Todo quedó calcinado.

—¿Dónde está el líder de los obreros? — pregunta Vittorio y Benjamín da un paso hacia delante. — ¿Dónde se supone que estabas para evitar que esto sucediera?

—Estaba en mi casa descansando como todos los demás. — le contesta con mucho respeto.

—Pero el rey no te designó como líder para que descansaras, sino para evitar que cosas como estas pasen. — Vittorio está muy enojado. — ¿Qué provocó el fuego?

—Nadie lo sabe aún.

—Pero debe haber un responsable ¿no? ¿A quién de ustedes debería castigar por esto? — saca su látigo.

—No se debería castigar a nadie hasta que no se sepa la causa del incendio. — dice Jason y todos los pueblerinos están de acuerdo pero Vittorio no.

—¿Cuánto se tardarían en descubrirlo? Fácilmente le daríamos ventaja de que escape o encuentre la manera de limpiarse las manos. Así que de momento el que no hizo debidamente su trabajo, debe ser castigado.

—¿Por qué quemaríamos nuestros propios campos? A nadie les importarían más que a nosotros. — dice otro de ellos y todos lo apoyan.

— ¿Y qué insinúas? ¿Qué hemos sido nosotros? — Vittorio mira al pueblerino.

— En estos tiempos ya no se sabe en quién confiar. — Benjamín le responde, levantando la mirada. Lo que enojar a Vittorio y lo hala para empezar a golpearlo pero Helen interviene.

—¡No dejaré que haga esto, es injusto! — está muy furiosa.

—Apártate, mocosa.

—¡No lo haré! — sigue delante de su padre como un escudo y sin miedo a lo que pueda pasarle.

—Quítate o también serás castigada. — la amenaza.

—Hágalo. — sigue muy segura de su decisión y antes de que Vittorio pueda golpearla, le pega fuertemente en la cara con una roca filosa que había tomado. Vittorio pasa los dedos debajo de su naríz y cuando mira la sangre, sonríe y se enfurece aún más.

—Pagarás muy caro por esto. — Jason y Lucas intentan protegerla pero los guerreros los apartan. Vittorio la sostiene fuertemente del brazo y la lanza contra el suelo. Le echa un último vistazo a su látigo y alza su mano para azotarla.

—¡Suficiente! — la voz del príncipe Alan detrás de él lo detienen instantáneamente. Baja de su caballo y se acerca lentamente a ellos. — ¿Qué crees que haces? — lo juzga con la mirada. La presencia del príncipe intimida a todos.

—Alguien tenía que ser castigado, mi señor. — Vittorio agacha la cabeza al igual que todos los pueblerinos presentes.

—El único que saldrá castigado de aquí serás tú si no bajas ese maldito látigo. — puede sentir la furia en sus palabras y baja la mano. — Será mejor que regreses al castillo.

—Pero señor…

—¡Largo! — el príncipe Alan le grita y no le queda de otra que acatar la orden. Jason y Lucas son liberados y ayudan a Helen a levantarse. — ¿Qué pasó aquí?

—El campo que empezaba a prosperar se incendió mi señor. — Benjamín responde.

—¿Quedó algo intacto?

—Todo indica que no pero sería justo esperar hasta mañana.

—De acuerdo. Pueden regresar a sus casas. — Alan les ordena y así lo hacen. — Todos menos tú…linda. — le dice a Helen antes de que se marche. Su voz retumba algo en su interior, algo que la consume y que no sabe explicar. No tiene el más mínimo interés en hablar con él pero aun así, se da la vuelta lentamente.

Jason y Lucas observan con confusión pero regresan a sus casas. Confían en el príncipe Alan.

—¿Cuál es tu nombre? — da dos pasos más hacia ella.

—Helen. — mantiene la cabeza agachada mientras él la fulmina con la mirada.

—¿Por qué Vittorio estaba a punto de castigarte, Helen? — nadie había pronunciado su nombre con tanta presión y sutileza.

—Aparte de porque sea un imbécil, no sabría qué más responderle.

—Qué lenguaje. — frunce levemente el ceño y esboza una media sonrisa.

—Solo intentaba defender a mi padre de un injusto castigo. — aclara.

El príncipe no puede apartar su mirada de ella.

—No sé por qué tengo la sensación de que te he visto antes. — camina a su alrededor, como si estuviera examinando cada uno de sus movimientos. Helen se pone nerviosa porque sabe perfectamente que es cierto. — ¿Puedes dejarme ver tus ojos, por favor? — vuelve a estar frente a ella.

—No estoy segura de que pueda hacerlo.

—Hazlo, te lo estoy pidiendo. — y solo así, Helen lo mira. Ahí es cuando se da cuenta de que ya había visto esos hermosos ojos azules en su cumpleaños. Aquella que tuvo la osadía de ponerse de pie entre tantos arrodillados. — ¿Por qué no me sorprende que seas la misma que intentó pisotear mi honor?

—¿Pisotear su honor? Pensé que había logrado más que eso. — Helen comienza a sacar su carácter.

—¿Ah sí? — cruza los brazos. — ¿Cómo qué?

—Como hacerle entender que no todos estamos a sus pies y que existen personas que no les tenemos miedo. — para Alan es surrealista escuchar estas palabras, ya que nadie había tenido el valor de decirlas jamás, al menos no en su presencia.

—¿Y por eso lo hiciste? ¿Sabes qué podrías morir por eso, no es así? — sigue acercándose.




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