La Séptima Constelación

6. Osadía.

En el castillo.

Cada día el príncipe Alan despierta con más ganas de desafiar a su rey, sobre todo después de su incómoda conversación de ayer y esta vez, decidió llegar tarde al desayuno. Aparentemente es el último en llegar y el rey no deja de reprocharlo con la mirada al verlo. Saluda y toma asiento. Los siervos les comienzan a servir y hasta que el rey no empieza a comer, nadie más puede hacerlo, cosa que a Alan le parece una de sus tantas tonterías.

—Ya que todos estamos presentes, hay temas que debemos tocar. — dice el rey, comenzando a comer para que todos lo hagan.

—¿Y cuáles son esos temas, padre? — pregunta Gertrudis con ciertas sospechas.

—Tal vez sobre la manera tan repugnante que tiene de gobernar. — Alan refuta. Todos lo miran con espanto porque solo él tiene la osadía de hablarle de esa forma la rey sin que sufra las consecuencias.

—¡Te exijo que me respetes! ¡No voy a tolerar más tus impertinencias! — Belmont estalla.

—Así como yo te exijo que aceptes mi posición como futuro rey de Francia. También tengo derecho a tomar decisiones en este lugar y no me parece "respetuoso" cómo le aplaudes todo a tu perrito guardián. — se refiere a Vittorio.

—Ya lo reprendí por ello, no hace falta que me digas cómo actuar con mis guerreros. — el rey baja la voz, quiere mantener la calma.

—Alan, hijo. Tu abuelo tiene todo bajo control, no tienes nada de qué preocuparte. Desconozco el motivo de sus conflictos pero estoy segura de que hay momentos más adecuados para resolverlos que en el desayuno. — la reina intercede.

—Una disculpa, abuela. — Alan asiente con la cabeza mientras come frutas. — Pero tal parece que soy el único que ve lo que realmente sucede aquí. O mejor dicho, soy el único que hace algo al respecto. — parece que llevar las cosas por la paz, no es una de las prioridades del príncipe.

Al rey no le queda de otra que cerrar los ojos y controlar su furia.

—¿Sabían que el abuelo tiene una…obsesión por raptar y comprar a las doncellas del pueblo? ¿Para qué tantas jovencitas? Me pregunto. Es confuso. — Alan sigue provocándolo mientras todos, sobre todo Gertrudis parece espantada con dicha acusación.

— ¿Es eso cierto, padre? — Gertrudis lo cuestiona.

—Me temo que mi querido nieto está algo confundido. — responde con el mayor nivel de procacidad.

—Creo que el confundido aquí es otro. ¿Por qué no les dices que la noche de mi cumpleaños recluiste a una chica del pueblo para que se acostara conmigo? ¿Qué pensaste que pasaría? ¿Qué no me enteraría? — Alan continúa con su osadía.

— ¡Ya basta! — grita el rey golpeando la mesa y haciendo que todos den un salto de susto. Todos menos Alan, quien ya esperaba esa reacción. — ¡Ya fui demasiado tolerante contigo y de tu espantoso carácter! — está muy furioso. — Y si es necesario quitarte el trono para que me respetes, lo haré. — esta carta nadie se la esperaba pero a Alan no parece importarle.

—Pues tendrás que hacerlo porque mientras siga estando en desacuerdo, callado no me quedaré. — Alan lo mira y se retira de la mesa sin permiso alguno. Otra cosa, que está prohibido por él (abandonar el comedor mientras él esté sentado, a menos que lo autorice).

Alan va a la cocina para calmar su ira dialogando con la mucama del castillo, la encargada de preparar toda la comida y asegurar el orden. Ella también fue parte de la crianza de él y Aarón, por lo que tienen una muy bonita relación.

—¿Algo va mal, hijo? — le pregunta, notando su molestia.

—Sí, muchas cosas van mal pero no es algo que me quite el sueño. Tú tranquila. — le sonríe.

—¿Qué pasará con Claudia? Se ha empeñado mucho en ayudarme por aquí. Si deciden regresarla, me sentiré un poco mal. Le agarré mucho cariño. — dice mientras sigue preparando más comida para el almuerzo.

—Cuando quiera que se vaya yo mismo la despediré pero mientras tanto, creo que la necesito aquí. Ella, por ahora, es la única fuente que tengo con el pueblo y necesito mucha información.

—¿Tú relacionándote con el pueblo? Eso es una novedad. — lo conoce muy bien. — ¿Y qué quieres saber exactamente?

—El rey tenía un templo oculto en el castillo, con mujeres encadenadas y túnicas grises. Aarón y yo lo descubrimos cuando éramos pequeños y desde entonces solo he querido crecer para saber la verdad detrás de eso. — confiesa. — Se lo dijimos a nuestro capataz de confianza y extrañamente su cuerpo apareció sin vida a la mañana. Eso nos dejó muy claro que sea lo que sea era muy peligroso incluso para un hombre y nosotros…éramos solo niños. Aarón y yo nos hicimos una promesa que hasta ahora no hemos podido cumplir. Los entrenamientos, las guerras, la educación fueron cosas que nos quitaron mucho tiempo. — se desahoga.

—Qué horror. — la mucama se sienta frente a él. — No hay manera de que puedas sentirte culpable, nunca fue ni será tu culpa las malas decisiones del rey. Solo piensa que pronto, cuando seas rey, podrás cambiar muchas cosas. — lo alienta.

—Entonces espero ser el rey que todos esperan que sea.

—Lo serás niño mío pero debes aprender a ser un poco más…

—Obediente, ¿no es así? — se burla de sí mismo. — Creo que hasta ahí llego.

—Más humano, esa es la palabra. — acaricia sus mejillas y vuelve a seguir preparando los alimentos. — Pero aún no me has dicho qué tiene que ver Claudia en todo esto.

—¿Llego en mal momento? — aparece Claudia, impidiendo que Alan pueda responderle.

—No, tranquila. — Alan le indica que pase. — Veo que ya te quieren mucho por aquí.

—Sí, me han tratado muy bien aquí. Mejor de lo que esperaba, nunca me cansaré de agradecerle.

—Ahórrate los agradecimientos, con tu labor será pago suficiente. Por cierto, envié a mis guardias a tu casa, la bolsa de monedas fue entregada.

—Muchísimas gracias mi lord. Es usted…muy bueno conmigo. — Alan solo asiente. Para él estas palabras solo aumentan su ego pero en el fondo le preocupa estar mostrando demasiado su lado bueno.




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