En el pueblo.
Cuando Helen y Sylvie salieron de aquel callejón, encontraron un lugar tranquilo para poder hablar. El lago habría sido su primera opción pero significaba tanto para ella que decidió llevarla a otro lugar. No solía compartirlo con nadie.
—Necesito que me expliques lo que está pasando. — Helen la presiona, al notar su silencio.
—La verdad es que no sé mucho más que tú, me siento muy perdida. — ve la sinceridad en sus ojos, así que trata de tener más empatía aunque su desconfianza sea mayor. — Hace dos meses, mis padres recibieron una invitación del rey. Vengo de una familia muy respetable así que no se nos hizo muy descabellada la idea de ser invitados a un baile real.
—Pero no fue así, ¿cierto?
—No. Todo fue un engaño. Asesinó a mis padres delante de mí y luego me encerró con otras mujeres. No entendía por qué lo hacía pero solo había dolor en mi corazón. — sus ojos se llenan de lágrimas. — Perdí la noción del tiempo pero ya llevaba al menos tres días. Había entrado en depresión y luego una de ellas me dijo a través de la ventanilla de su celda: en 5 minutos entrará un guardia y escaparás. En un bosque te esconderás y no mirarás atrás. Encuentra a la séptima estrella y convéncela de salvarnos. No entendía lo que decía hasta que sus palabras se cumplieron. Un guardia llegó a mi celda y cuando algo de cenar intentó pasar, toqué su mano hasta detener los latidos de su corazón. Fue la primera vez que pude hacerlo. Mi prioridad era escapar así que ni siquiera le puse mucha atención a los…dones que poseía. Tomé sus llaves, escapé, perdí la cuenta de a cuántos asesiné pero logré salir y desde entonces…he estado conociéndome y explorando este pueblo.
—¿Tú sola?
—Sí. Con algo de investigación, aprendí a usar mis dones y a conocer sobre todo lo que me rodeada, dentro de eso, los paganos. Muchos de ellos intentaron asesinarme también.
—¿Entonces era a ti a quien realmente querían asesinar? ¿Me confundieron contigo? — Helen intenta unir piezas.
—No lo creo, no suelen confundirse. No intentan asesinar a alguien a menos que estén seguros de que… — la mira con sorpresa. — ¡Eres tú! ¡Debes ser tú! — dice como si estuviera a punto de colapsar.
—¿Debo ser yo qué? — Helen tiene curiosidad.
—¿Y esta hermosura quién es? ¿Por qué no me la presentas, hermanita? — Lucas interrumpe el momento, como de costumbre.
—Eres tan imprudente, Lucas. — le reprocha.
—Disculpen, creo que debo irme. — Sylvie se levanta.
—¡No, espera! ¿A dónde irás? — después de contarle su trágica historia, Helen está preocupada.
—Estaré bien, nos volveremos a encontrar en otro momento. — le sonríe, mira a Lucas y se marcha.
—Eres un idiota. — Helen lo empuja. — Estábamos a mitad de una conversación muy importante.
—Lo siento pero no es muy común ver estas bellezas por estos lados.
—¿Sabes? Si sigues así te quedarás solo toda la vida. No sabes dar buenas impresiones. — caminan de regreso a casa. Ya es un hábito muy común en ellos.
—Lo dice la que vio al príncipe Alan a los ojos y después te encuentra a punto de ser castigada. — recordarlo le da mucha vergüenza. — Por cierto, ¿de qué tanto hablaron cuando nos fuimos? Jason y yo nos quedamos cerca unos segundos pero no pudimos escuchar. — Helen se pone algo nerviosa al recordarlo. Fue un momento de mucha tensión e intrepidez entre ambos. — ¿Por qué te quedas callada?
—Porque no hay nada importante qué decir. Solo fueron sermones de un príncipe egocéntrico.
—¿Ego qué? Tú y tus palabras tan raras. — a cambio de Helen, sus hermanos nunca estuvieron interesados por aprender a leer o escribir.
—Tú y tu falta de interés por leer un poco. — Helen observa el caluroso clima. — Hace mucha calor. Iré al lago a refrescarme un poco. No me sigas. — le advierte.
—Ok pero ten cuidado y no regreses tarde. O tendré que ir a buscarte de nuevo. — Helen le pone los ojos en blanco y se dirige al lago. Su único lugar de paz. El lugar donde nació. Camina descalza sobre las rocas y cuando se asegura que nadie esté por ahí, se quita el vestido hasta quedarse completamente desnuda. Se sumerge en las aguas del lago y aprecia su belleza. El atardecer se ve precioso desde allí.
Helen seguía flotando en las aguas hasta que sus ojos se encontraron con el príncipe Alan sentado en una roca muy en silencio y expectante.
—¡Santo Dios! ¿Qué hace ahí? Qué inoportuno. — se cubre el busto con sus manos.
—¿No le parece más inoportuno bañarse completamente desnuda en un lago al que cualquiera podría acceder? — el príncipe esboza una media sonrisa. Tal parece que molestarla se convertirá en su nuevo pasatiempo favorito.
—Nadie viene aquí, es mi lugar.
—¿Tu lugar? No lo creo. — la fulmina con la mirada.
—¿Podría darme algo de privacidad? Necesito vestirme.
—Hágalo. — sigue mirándola.
—Dese la vuelta, por favor.
—¿Estás dándome órdenes? — cruza los brazos y cuando nota que se está enojando, se levanta y se da la vuelta para darle privacidad. Helen sale del lago, se seca con un lienzo todo lo que puede y se viste rápidamente, dejando su largo cabello mojado todavía.
Une los lazos delanteros de su vestido hasta que el príncipe vuelve a mirar.
—¿Qué hace por estos lados, príncipe Alan? — le pregunta.
—Aventurando. Como futuro rey me gustaría conocer más a mi propio pueblo. — aunque esa es una razón, no es la primordial.
—No sé por qué tengo la impresión de que está mintiendo. — se le acerca.
—Pues no, no lo hago. Tampoco tendría porqué. Lamento que tengas tan poca fe en las personas.
—En las personas no, en usted y todo su reino sí. — sigue fulminándola con la mirada hasta ponerla algo nerviosa.
—¿Por qué me odias tanto? — le pregunta. Es la duda que ha tenido desde que la conoció.
—El odio no tiene lugar en mi corazón. — intenta irse pero Alan la sujeta del brazo, regresándola a su frente nuevamente. El tacto de las manos del príncipe en el frágil brazo de la doncella la estremece y no es algo que pueda controlar.