La Séptima Constelación

10. Desde las sombras.

Asustada intenta dar la vuelta pero choca con el alto y fuerte torso del príncipe Alan, lo que casi la mata del susto (otra vez). Últimamente han tenido encuentros muy peculiares.

—¡Santo Dios! ¿Qué cree que hace? — intenta calmar sus nervios.

—¿Es normal que me hagas la misma pregunta dos veces en un día? — recuerda su similar encuentro en el lago.

—¿Por qué parece que siempre aparece desde la sombras? — Alan se queda en silencio mientras la observa recuperar el aliento. — ¿Qué hace el futuro rey de Francia en el pueblo a estas horas? — está más calmada pero sigue confundida por lo que acaba de ver.

—Mejor dime cómo es que andas por el pueblo sola aún después de lo que pasó. ¿Estás consciente de que los Ingleses podrían estar justo detrás de esa roca? — señala la roca gigante que queda detrás suyo y cuando la mira, casi lo duda. — Descuida, mientras camines conmigo nadie te hará daño. — le suena más como una amenaza que como una promesa.

—¿Qué hace aquí? No conozco nada sobre la realeza pero estoy muy segura de que tiene cosas más importantes que venir aquí. — caminan de regreso.

— No tengo ganas de regresar al castillo de momento, me quedaré un buen rato por aquí. ¿Tienes algún problema con eso? — mientras él sonríe, ella pone los ojos en blanco.

—Llámeme delirante pero podría asegurar que hace todo esto porque algo intenta desmantelar o simplemente intenta sorprenderme. — lo mira a los ojos por cortos segundos.

—¿Para qué querría sorprenderla? ¿Qué ganaría yo de eso?

—Mi amistad. — incluso para ella es demasiado casi admitir que le agrada.

—¿Y es tu amistad tan valiosa para que el príncipe Alan Rutherford, futuro rey de Francia haga todo lo que esté en sus manos para ganársela? — se refiere a sí mismo en tercera persona.

—Es demasiado altanero, ¿lo sabía?

—Es bueno ser altanero algunas veces.

—A veces pero usted lo es siempre. Si sigue así se quedará solo y su única compañera será la corona. — Helen le es honesta. — Su corona y sus posiblemente tres amantes y una esposa.

—¿Tres amantes y una esposa? ¿De dónde sacas eso? — Alan se detiene y frunce el ceño.

—¿No es lo que todos ustedes en la realeza suelen hacer? — ahora Helen parece estar más confundida.

—No. Bueno, es una opción pero…a mí me criaron para ser hombre de una sola mujer. — se acerca tanto que puede sentir su palpitante respiración.

—Ah, que bien. — le cuesta respirar. — Entonces…olvide lo que dije. — Alan solo mira sus labios y ella escapa de su encanto para seguir con su camino. Finalmente, llegan a su aldea.

—¿Esos son tus hermanos? — le pregunta viéndolos desde la esquina.

—Sí y debo regresar antes de que se preocupen por mí. — intenta irse pero Alan la sujeta del brazo para evitarlo.

—Me temo que me acompañarás a otro lado. — le dice y se la lleva caminando hacia otro lado sin dejarle más opción. ¿A dónde la llevaría el príncipe a estas horas de la noche y en medio de tanto peligro?

Después de un largo recorrido hasta la carroza, el príncipe Alan le extiende su mano para que suba y cuando lo hace, se siente muy extraña. Jamás había estado en una y por su conmoción, él lo nota.

—Es cómoda, ¿verdad? — le pregunta.

—Cualquier cosa es más cómoda que caminar cuatro cuadras por día. — Alan se queda en silencio. — ¿A dónde piensa llevarme? No es correcto que esté fuera de casa a estas horas, mi familia se preocupará. — cambia de tema.

—No te preocupes por eso, te llevaré a la puerta de tu casa más tarde y yo mismo les explicaré.

—¿Qué parte de que no quiero que me vean llegar con usted no entiende? Empezarán a rumorear y no quiero eso.

—Pensé que el pueblo solo conocía la generosidad.

—Pues no, hay de todo. Son muy venenosos ciertas veces, sobre todo cuando se trata del honor de una doncella.

—¿Y qué rumores se podrían inventar sobre un príncipe y una pueblerina?

—No lo sé, quizás…que soy una de sus amantes. — se ruboriza al decirlo y Alan sonríe.

—Tienes una manía con las amantes, definitivamente.

—Para usted esto no significaría nada pero para mí lo sería todo. Podría arruinar mi vida.

—Tú tranquila, lo tengo todo controlado. — a Helen no le queda de otra que confiar y quedarse en silencio durante todo el trayecto. No perdía la oportunidad de ver al príncipe Alan cada vez que estuviera distraído y ni siquiera entendía por qué lo hacía. ¿A dónde me estaría llevando a estas horas? Se pregunta constantemente y su respuesta sería respondida cuando la carroza se detuvo.

Estaban en un burdel. El sitio prohibido para las doncellas como ella.

Cuando cruzan la puerta, todos los ojos posan sobre ellos y gracias a la bandana negra que se la coloca en la mitad de su cara para que nadie lo pueda reconocer, logran pasar desapercibidos. Helen no entiende qué buscan pero le sigue el juego. Se acercan a la barra mientras todos se la comen con la mirada. ¿Cómo es que estaban tan contentos bebiendo mientras estaban en peligro de guerra? Helen se pregunta pero ya sabe que quizás nunca lo entienda.

—Necesito hablar con Pietro, ¿podrían avisarle que estoy aquí? — Alan habla con la cantinera.

—¿Quién lo busca?

—El futuro rey de Francia. — a Helen le sorprende que lo confiese sin más. Después de un momento de suspenso, la cantinera se ríe desenfrenadamente y Helen también aunque no entienda qué sucede.

—Buen chiste hermano. — por eso se ha reído. — Te creyera pero ningún príncipe de la realeza pisaría este lugar. — está muy convencida de eso.

—¿Ahora puedes decirle a Pietro que estoy aquí? — Alan insiste.

La cantinera se va por la puerta trasera a buscar a Pietro mientras Helen sigue sintiéndose incómoda de estar en ese lugar de mala vida.

—Sea lo que sea esto, ¿no podía resolverlo solo? — le dice.




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