Mientras todos dormían en el castillo, Belmont salió de sus aposentos y se digirió a uno de sus pabellones, donde tenía montado todo un altar para Ann, la diosa de luna, capaz tanto del bien como del mal. Estaba relacionada con la brujería, la magia, los portales y las criaturas de la noche, especialmente los perros infernales y los fantasmas. Después de haber encontrado aquel libro cuyas instrucciones por muchos años siguió, descubrió quién estaba detrás de todo ese poder que conseguía para liberarse de los fracasos y tener todo lo que quisiera a sus pies. Ann lo era.
Una diosa que se presentaba en forma de mujer con cabello brilloso y abundante y cientos de símbolos tallados en su piel. Se decía que tenía siete caras que cambiaba constantemente a su favor. Nunca pisaba tierra, sino que flotaba con auras de luz a su alrededor. Fue consideraba una de las más poderosas de todos los tiempos pero incluso ella tenía sus contras. Sabía que cuando usaba demasiado su poder, el balance cósmico se volvería contra ella.
—¿Qué estoy haciendo mal? — Belmont se arrodilla frente a la enorme escultura que había construido en su honor. Muchos velones, jeroglíficos tallados en las paredes y sobre todo, el grimorio abierto en una tablero delante. — He hecho todo al pie de la letra y parece que no está funcionando. Sé que me faltan las dos últimas estrellas pero ¿por qué se aproxima una guerra a mi reino si se supone que está bajo tu protección? — dice mientras mira la estatua, como si pudiese escucharlo. — Necesito que me digas qué hacer. — mientras cierra los ojos, una esfera de luz se forma frente a él. Una que libera un sonido retumbante.
—Mientras no completes el heptágono el poder que te he concedido desvanecerá. — dice un conjunto de muchas voces femeninas provenientes de la esfera. El rey abre los ojos y queda hipnotizado ante tal presencia.
—Entonces dame una señal. La sexta estrella pudo escapar, es cuestión de tiempo para volver a encontrarla pero ¿cuánto tendré qué esperar para obtener a la séptima?
—La séptima estrella ya nació, creció y maduró. Sigue tu instinto y la encontrarás. — la esfera se aleja de su rostro. El rey sabe que buscar a una chica que tuviera la marca en su brazo dentro de miles de doncellas, princesas e incluso mujeres de la mala vida, es muy complicado pero aun así, no desiste. Si no lo hizo hace muchos años menos ahora que está tan cerca de conseguir la vida eterna gracias a este ritual.
—¿Y la guerra contra Inglaterra? ¿Cómo la detengo? — siente que todo lo que vivió hace muchos años se está repitiendo.
—Tienes el poder de cinco estrellas, úsalas. — es lo último que dice a través de la esfera antes de desaparecer. Belmont sabía a qué se refería, así que salió de aquel altar y caminó hasta la biblioteca real donde detrás de un estante de libro viejos, tenía un pasadizo secreto donde ocultaba a las hoy ya mujeres de 30 años que Aarón y Alan ha estado buscando.
Recorre el pasillo con una antorcha hasta que llega a ellas. Están en una especie de celdas moderadamente cómodas para que no escapen. Les da desayuno, comida y cena pero las priva de su libertad. Abusa de sus poderes.
—Creo que ya saben por qué estoy aquí. — dice el rey y abre la celda de la que llama “Cinco”, por sus cincos puntos en su brazo izquierdo.
—¿Y ahora qué quiere? — le pregunta. Todas lo odian pero como están bajo su poder, no pueden hacer nada contra él.
—Lo que sabes hacer. — se sienta. — Necesito que me digas qué me espera en las próximas semanas.
—Ya sabe que lo que veo no tiene un orden exacto.
—Ya lo sé pero al menos inténtalo. — le extiende su mano y cuando ella lo toca, cierra los ojos, se concentra en el silencio y un viento ligero pasa por los dos. La gota de sangre que sale de su naríz indica que está funcionando, está teniendo visiones del futuro del rey. — Dime qué ves. — está muy intrigado.
—El príncipe Alan detiene su puño con una mano. — dice lo que ve, aún con los ojos cerrados. — Hay…un baile de máscaras. El príncipe Alan está peleando con alguien y usted… está sentado, viéndolo, alrededor de mucha gente. — sus visiones terminan y despierta bruscamente.
El rey no sabe qué pensar con toda esta nueva información pero es suficiente para que tenga claro que Alan, su propio nieto será un obstáculo primordial en su camino. A pesar de su avaricia y de su maldad, su nieto es lo más importante para él, no solo porque será su sucesor, sino porque ha visto en él el hijo que nunca pudo tener junto a su esposa Tomasia. Ve en él todo lo que una vez fue de niño y por ende se ha dedicado a prepararlo tanto como guerrero y como príncipe, para que nunca flaquee en el reino. Aunque nada de esto le dé una solución para la guerra que se aproxima contra Inglaterra, al menos saber que seguirá con vida y si organizarán un baile de máscaras en el castillo, es una buena señal.
—Gracias, mi niña. — el rey se levanta y le da un pañuelo para que se limpie la sangre que sale de su naríz. — Descansa. — después de tantos años, se siente turbiamente muy familiarizado con ellas, aunque luego no le importe sacrificarlas con tal de completar el ritual. Cinco se levanta y vuelve a su celda mientras las otras los observan en silencio. El rey les da una amenazante mirada y sale de aquel pasadizo secreto en el que las ha ocultado todo este tiempo.