La Séptima Constelación

12. Jugando con fuego.

Amanece.

En el castillo, como de costumbre, todos se reúnen para desayunar y al parecer, Alan está de mejor humor. No pretende pelear a tan tempranas horas de la mañana y su madre se alegra de notarlo.

—¡Vaya! Ni siquiera parece que estemos en riesgo de guerra. Me alegra que mantengamos la armonía. — Gertrudis comenta. En la mesa solo faltan la reina y el rey, los que poco después también se unen.

— ¿Dónde estabas anoche, hermano? — pregunta Aarón. — Vittorio me dijo que saliste en caballo a tardes horas de la noche. — come de sus deliciosos panecillos.

—Salí a inspeccionar un poco. — Alan no quiere dar muchos detalles de lo que realmente hacía.

—¿No encontraste nada? — el coronel Cristóbal pregunta.

—No. — le da un trago a su copa. — Y espero que la situación no empeore pero después de haber matado a sus infiltrados, seguramente dará otro paso. Hay que estar preparados.

—Es más que obvio que es una especie de aviso. Seguirán atacando, por suerte, según las estadísticas, nosotros somos más. — dice Aarón.

—¿Podemos no hablar de guerras en el desayuno? Estoy segura de que habrá más momentos oportunos. — la princesa Gertrudis les pide.

—Anoche estuve pensándolo mucho. — Belmont dice.

—¿El rey pensando? Qué novedad. — Alan y sus traviesos comentarios. Ya todos lo conocen, así que el rey solo lo fulmina con la mirada y respira profundo.

—Estuve…buscando algún medio para toda esta situación y opté por enviar una carta hasta Inglaterra con el Mercader para tratar de llegar a un acuerdo. Esperaremos su respuesta y…de ahí tomaremos una última decisión. — el rey continúa.

—Me parece una gran decisión. — Tomasia está sorprendida, ya que su esposo estaba acostumbrado a siempre responder con más violencia. — Me impresionas. — acaricia su mano y el rey la besa.

—Bueno, parece que esta situación está generando resultados diferentes. — Gertrudis vuelve a decir. Todos parecen estar muy tranquilos y contentos aunque sepan que pueden haber más Ingleses por ahí.

—A menos que…nuestro rey tenga más cartas bajo la manga. — Alan lo mira. — ¿Es ese el caso?

—No, puedo jurar que esta vez no tengo ninguna carta escondida. — la extraña tranquilidad del rey no convence al príncipe Alan pero sonríe para seguirle el juego. — De hecho, creo que todos estos problemas no están alejando de temas que verdaderamente importan. Como lo de la búsqueda de tu futura esposa, por ejemplo. — a Alan se le quita el apetito instantáneamente. — ¿Ya tienes alguna doncella de buenas raíces en la mira?

—No creo que sea importante. — no quiere seguir con el tema. Estas cosas lo agobian.

—Al contrario, yo creo que sí. — la reina ratifica con mucha emoción. — Es muy importante saber quién será la que tome mi lugar como futura reina. Claramente debe ser una doncella de buenos principios, de buena familia, de buena educación y sobre todo, de buena presencia. No queremos que arruinen nuestro linaje. — Alan solo se rasca una ceja mientras Aarón lo mira con una burlona sonrisa.

—Yo también estoy de acuerdo. Para una boda real hay mucho que preparar y todavía falta todo lo que conlleva antes de ese día. Como la dote, las cenas familiares, las anunciaciones. Son muchas cosas con las que trabajar. — también dice la princesa Gertrudis.

—Pero no creo que haya tanta prisa, ni siquiera sabemos cuándo el abuelo piensa dejar el trono. — tiene la esperanza de que no sea dentro de mucho.

—De hecho, será antes de lo que me imaginé. Quizás para finales de este año.

—¿Qué? ¿Tan pronto? Pero si es así entonces solo tenemos dos meses para prepararlo todo. — Gertrudis casi colapsa.

—Puedo esperarme un poco más si se necesita pero…está en mis planes retirarme antes del año nuevo. Así también Francia tendrá un nuevo rey. — Belmont está muy seguro de su decisión pero es porque confía en que completará el ritual hasta entonces y así disfrutará de la inmortalidad y el poder que se le conceda.

—Pero no creo estar preparado todavía.

—Sí lo estás. Me lo demuestras todos los días. — dice el rey, refiriéndose a la constante osadía con la que siempre le responde. Siguen desayunando pero como Alan ya no tiene apetito, se retira de la mesa. También porque tiene otros asuntos importantes que atender. Como el interrogatorio son Sylvie.

Helen.

Aquella pueblerina llega a su mente de repente. ¿Por qué permitía que se acercara a él demasiado? ¿Por qué le dejaba pasar cosas por las que sin pensarlo mataría? Son cosas que no entendía y le empezaban a molestar. Así que en vez de ir él mismo, envió a dos de sus guardias de más confianza por ella hasta el pueblo.

—¡Alan! — Aarón lo alcanza por los corredores. — ¿A dónde vas? Últimamente no me dices nada.

—Porque no tengo nada que decirte. — siguen caminando hasta las caballerizas.

—Te conozco muy bien hermano, algo de tus sospechosas salidas no me estás contando.

—Tú tampoco me cuentas sobre las tuyas, así que estamos a mano. — le da de comer a Morpheus antes de montarse sobre él.

—Es distinto, supongo que no querrás saber detalles de mis aventuras sexuales. — Alan solo pone una cara de repulsión y sigue en silencio. — ¿Y entonces? ¿A dónde aventurarás?

—Lo primero es que no son aventuras y lo segundo, no quiero que vengas conmigo. — le es honesto, sube en su caballo y cabalga hasta el Alcázar donde tiene a Sylvie protegida con algunos guardias más.

En el pueblo.

Como todas las mañanas, Helen acompaña a su madre hasta la panadería para abrirla y empezar con las ventas del día. A pesar de las preocupaciones por la invasión de los Ingleses, tenían que seguir con sus vidas para ganarse el pan de cada día y alimentar a sus familias. Benjamín y Jason fueron con los demás obreros mientras que Lucas se preparaba para hacer sus largas caminatas para entregar los pedidos. Por desgracias, no tenían carrozas como la nobleza o la realeza, excepto por la costurera del pueblo Ross, madre de Odette. Ya que transportaba sus vestidos hasta ambas partes.




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