En el pueblo.
“Debes hallar la forma de entrar al castillo y encontrar a las demás. Es la única manera en la que podremos liberarnos de esto y entender lo que está sucediendo”.
Las ideas que Sylvie le compartió la noche anterior seguían dando vueltas en su cabeza. Todo le parecía una locura, incluso para alguien tan osada y valiente como consideraba que era. Así que simplemente desistió y regresó a su casa para descansar y mejorarse de la lesión en el tobillo. A la mañana, en vez de ayudar con la panadería, su madre la envió a la costurera de Ross, la madre de Odette, porque tenía muchos encargos y necesitaba más manos. Por lo que Helen no se negó y fue a ayudar sin ningún pretexto.
Entre alrededor de 6 mujeres, terminaron de tejer, adornar y empacar los vestidos en sus cajas correspondientes para ser llevados hasta el reino y la nobleza puntualmente. Lucas era parte de los repartidores de esas entregas.
—¿Por qué tantos vestidos? — Helen pregunta, mientras termina de tejer un bordado muy hermoso.
—Son para todas las princesas de la nobleza. Se dice que convocarán un baile para encontrar a la próxima reina de Francia. La afortunada que se casará con el príncipe Alan. — Ross contesta, dándole últimos toques al vestido más ostentoso que ha diseñado hasta el momento.
—No pensé que tendría tanta prisa. — esto a Helen, por alguna razón que desconoce, no la pone muy feliz. — ¿Y ese vestido tan perfecto? ¿Para quién es? — toca la tela del vestido ostentoso.
—Es de Turquesa Robledo, la hija del comendador. Su madre ordenó el mejor vestido para esta ocasión y creo que hice un buen trabajo.
—Indudablemente. — sonríen. Helen recuerda que “Turquesa” fue el nombre que Vittorio mencionó cuando fue a buscar al príncipe. Daba por hecho que era la primera opción de Alan para convertirla en su esposa. — De seguro con este vestido obtendrá toda su atención.
—No me cabe duda. — sigue cortando tela.
—¿Y estos? — se acerca a una pila de vestidos que parecen algo viejos pero en buenas condiciones aún. Dentro de tantos, uno llama su atención. Uno rojo oscuro. Sencillo y muy delicado, pero por falta de dinero jamás podría comprar uno igual.
—¿Te gusta? — le pregunta Ross al notarlo.
—Sí, es muy hermoso. Lástima no tener suficientes monedas para tener uno igual.
—Puedes quedártelo si quieres.
—¿De verdad? — Helen se sorprende. — No, no puedo aceptarlo, es demasiado.
—No, no es nada. Es un vestido viejo, por eso lo tenía arrinconado. Si te gusta, nos hacemos un favor las dos. — contesta amablemente.
—Se lo pagaré, lo prometo.
—No hace falta. Solo ayúdame un poco más por aquí y podrás llevarte todos los que ya no necesitaré. — esto la emociona mucho y hace que le ponga más ganas a sus manos de obra para terminar con las entregas cuanto antes.
En el castillo.
Mucha gente estaba implicada en la organización del evento al que toda la nobleza y realeza asistirían esta noche. Todo para conseguir a la doncella que conquiste el corazón del príncipe.
—¡Alan! ¿Estás escuchando? — Gertrudis lo regresa a la realidad. Ha estado sumergido en sus pensamientos sobre las guerras contra Inglaterra, la rebeldía de los paganos y su posición contra el rey. Por lo que no ha escuchado nada de lo que el mayordomo y consejero oficial del reino le ha dicho.
—Por supuesto. ¿Qué decías? — intenta prestar atención.
—Decía que su elegida, a pesar de que sea una princesa, debe tener cualidades para que el papa dé su aprobación. Como ser católica, ser pura, asistir a las actividades cotidianas de la realeza, tener conocimiento sobre la literatura…
—¿Y quién de los dos se supone que se casará: el papa o yo? ¿No es el esposo quién debe poner sus propios criterios? — Alan lo interrumpe.
—Hijo por favor, no entorpezcas las tradiciones. — Gertrudis intenta calmar la situación.
—Una vez que escoja, la presentará ante el papa para recibir su bendición y después todo podrá proseguir a su preferencia.
—Bien. Me quedó bastante claro. — Alan no está nada emocionado por esto pero hace el intento de aparentar que sí. El mayordomo se inclina y se retira para seguir con la organización, dejando a la madre y al hijo a solas en el trono.
—Pensé que esto sería más fácil para ti pero no lo parece. Si solo aceptarías a Turquesa como la elegida todo sería más sencillo.
—A Turquesa tampoco le interesa esto. Solo acepta lo que su madre quiere para ella, como justamente intentas hacerlo tú. Es una buena chica, merece ser desposada por amor y no por intereses. Evidentemente ese nunca podría ser yo, así que no la condenaré a este infierno. — está muy seguro de su posición ante Tessa.
—Está bien, lo entiendo. — Gertrudis se da por vencida. — Solo espero que todo salga bien esta noche y que este tormento termine pronto.
—Lo mismo deseo.
—Seguiré con los preparativos. Suerte que Josefina está aquí y está ayudándome mucho con todo esto.
—Tómatelo con calma, no quiero que te estreses. — Alan acaricia su mano.
—Estaré bien. Por cierto, ¿sabes dónde está tu hermano?
—En el pueblo, seguramente. Parece más un pueblerino que un príncipe.
—Creo que lo necesitaré por aquí. Enviaré a alguien por él.
—Puedo ir yo mismo, no te preocupes. Me servirá para despejar la mente. — toma una manzana del frutero, le da un beso en la frente y sale del pabellón. Estaba esperando cualquier excusa para alejarse de todo el estrés que estas cosas le provocan.
Entre tanto revuelo, Turquesa se alejó hasta llegar al Alcázar donde vivían algunos guerreros del rey cerca de las tierras del castillo. En el que se encontraba a quien específicamente quería encontrar: Owen. Un guerrero de piel oscura, con abdominales marcados y una sonrisa encantadora.