La Séptima Constelación

18. El ataque.

En el pueblo.

El sonido de una roca contra la ventanilla de madera en el aposento de Helen, la despierta. Sin darse cuenta se había quedado dormida, aún con el vestido puesto. Cuando se acerca y abre las puertecillas de madera de la ventana, ve al que menos esperaba: al príncipe Alan. Estaba allí parado con las manos en su espalda y mirándola fijamente.

Le hace señas para que salga y así lo hace.

—¿Qué hace aquí señor? ¿No debería estar escogiendo a su futura esposa? — le dice con ironía, aun manteniendo distancia.

—Si, así es...pero estoy aquí. — camina lentamente hacia ella. — Estoy aquí frente a ti. — la mira a los ojos.

—¿Y eso qué significa? — se acerca aún más, casi rozando sus labios con los suyos.

—¿No te ha quedado muy claro? — coloca un mechón de cabello detrás de su oreja. — Eres todo lo que he deseado desde el primer momento. — su confesión la estremece. — Quiero que seas tú la elegida. Mi compañera de vida y mi futura esposa. — acaricia sus labios con su dedo pulgar. Entre el asombro y los deseos impuros que su tacto está provocando en ella, no sabe qué responder. Todo le parece una locura. Pero una locura que estaría dispuesta a cometer. Su sonrisa para el príncipe era una buena respuesta, así que solo acerca sus labios para besarla pero antes de que lo logre...Helen abre los ojos.

Se sienta bruscamente sobre su cama con el corazón muy acelerado. ¿Qué había sido ese sueño? ¿Desde cuándo podía soñar así? Se pregunta mientras intenta regresar a su realidad. Le han pasado cosas muy extrañas, pero este sueño ha sido lo que más la ha atormentado. Para asegurarse, mira por la ventana y no hay nada. Solo el ruido de la cántico que tienen en la fiesta donde está toda su familia a solo una cuadra. ¿Qué te está pasando, Helen? Vuelve a preguntarse.

Sale de casa e intenta tomar aire fresco.

El príncipe Alan había hecho más efecto en ella del que quisiera reconocer, de ahí la razón de porqué de repente es parte de sus sueños. Pero ¿de qué le serviría? Piensa que seguramente a estas horas ya debe de estar bailando con la que pronto se convertiría en su esposa y aunque le afectaba, estaba bien. Era su responsabilidad como príncipe y futuro rey.

El sonido de unas pisadas cerca de ella la hacen sospechar. Alguien (otra vez) la está vigilando desde la oscuridad. ¿Paganos o Vittorio? Ya no sabía a quién se podría encontrar. Para tomar precaución, se esconde detrás de un muro para esperar a quien sea que la esté siguiendo. Lo que tiene resultado cuando un hombre con túnica pasa cerca de ella y lo empuja fuertemente hasta hacerlo caer.

Antes de que pueda levantarse completamente y hacer algo al respecto, le apunta con la daga que el príncipe le había obsequiado en la garganta.

—¿Quién eres? Déjame verte. — le pide y cuando se retira la capucha, se queda helada. Tiene al príncipe Alan frente a frente. Sus manos comienzan a temblar pero aun así, no aparta la daga de su cuello.

—¿Qué crees que haces? — le pregunta sin ninguna expresión.

—No dejaré que nadie vuelva a tomarme desprevenida. — mantiene su semblante y el príncipe solo sonríe.

—Mira mi mano. — Helen frunce el ceño y lo hace. Con dos dedos arriba, parece estar dándole la orden a alguien de detenerse. — Ahora mira a tu alrededor. — le dice y cuando lo hace, ve a cuatro guerreros apuntándole con sus flechas desde la distancia. Estuvieron a punto de matarla por atacar al príncipe. — Ahora, ¿quieres soltar eso? Podrías lastimarte. — se refiere a la daga en su cuello.

—No lo creo. — mantiene su rebeldía pero de un ágil movimiento, el príncipe aparta la mano con la que sostiene la daga lejos de su cuello, se la quita, pega su espalda contra él, le aprisiona el cuello con su brazo y le apunta con la daga misma.

—Te lo advertí. — le susurra y Helen logra apartarse con toda la fuerza que tiene. Los guerreros bajan sus arcos y mantienen la calma. — ¿Por qué llevas ese vestido? ¿Querías estar en la lista? — observa de arriba abajo el vestido rojo que lleva.

—¿Estar en la lista? Ni en sus sueños. — cruza los brazos. Está algo molesta.

—¿Por qué no? Apuesto que desearías ser mi esposa para clavar una daga en mi pecho mientras esté dormido. — bromea, aunque la da capaz de hacerlo.

Le devuelve la daga.

—Nunca estaría en la lista de nadie porque yo soy la que elijo. No me elijen a mí. — contesta, dejando una enorme sonrisa en la cara del príncipe. Inclina la cabeza y antes de que pueda marcharse, la hala del brazo y hace que sus labios casi rocen.

—Podría llevarte ahora mismo a donde quisiera, cogerte tan duro que ni siquiera recordarías tu nombre y hacer contigo lo que me plazca. — el tono de su voz incendia algo muy fuerte dentro de ella.

—Entonces me convertiría en su peor pesadilla. — le advierte. — Valgo más que todo lo que usted podría ofrecerme.

—Entonces me temo que se quedará sola por la eternidad, señorita Laurent. — esboza una sonrisa burlona.

—Si usted fuera mi última opción, con mucho gusto. Pero como ya supongo que está comprometido, es un problema menos para mí.

—Entonces sí me considera como alguien merecedor de su afecto. — más que preguntarlo, casi lo afirma.

—Si no fuera tan...

—¿Tan...? — la presiona, acercándose más.

—¡Señor! — un soldado corriendo los alcanza.

—¿Qué pasa? — el príncipe odia que lo interrumpan de tal forma.

—Me gustaría decírselo en privado. — mira a Helen de reojo.

—No hay ningún problema, puedes decirlo aquí. — se aparta un poco de ella para prestarle atención.

—Se trata de uno de sus alcázares. — hace una pausa. — Donde se encontraba la señorita Sylvie. — le da miedo terminar la oración porque sabe que el príncipe se puede enojar. — Fue encontrado en llamas hace unos instantes. Alguien acaba de atacarlo. — en cuanto lo confiesa, toda pizca de alegría que existía dentro del príncipe desvaneció.




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