La Séptima Constelación

19. El halcón.

En el pueblo.

Luego de una larga noche llena de angustia y desesperación, Helen se despierta muy temprano para enfrentarse a un nuevo día. Su hermano Lucas amaneció con resaca después de haber tomado demasiado en la fiesta de anoche. Su padre y su hermano mayor se fueron muy temprano a trabajar. Y ella y su madre abrieron muy temprano la panadería como de costumbre. Helen está desesperada por saber nuevas noticias sobre el incendio y Sylvie, pero sabe que se le hará difícil conseguir dicha información, a menos que vea a uno de los guerreros que trabajan para el príncipe Alan. Los cuales esta mañana, no aparecen por ningún lado.

—¿Cómo sigues del tobillo amor? — su madre le pregunta mientras amasa la masa de los panes.

—Estoy mucho mejor, ya no duele. — Helen les hace la forma a las masas (corazones, círculos y estrellas) y los mete en el horno.

—No quiero que vuelvas a entrar en ese bosque, por ninguna razón. Todo lo que tocan esos malditos paganos, lo destruyen. — María está muy molesta. Helen ni siquiera puede contarle todas las cosas que realmente le han estado pasando en estas semanas porque seguramente no lo creerá. Ni ella ni nadie. Excepto Sylvie y los mismos paganos, al parecer.

—¿Por qué el rey les prohibió su entrada? ¿Sabes cuál fue la razón principal? — tiene curiosidad.

—Solo sé lo que todos dicen. El que hoy lidera a los paganos solía ser su amigo, de hecho, por muchas ocasiones, antes de incluso casarme, recorrían el pueblo juntos. Eran muy unidos. Nadie sabe lo que pasó, posiblemente la ambición fue más fuerte que la amistad y como empezaron a querer cosas distintas, se volvieron enemigos. — María explica.

—¿Y cómo sabemos quién es el bueno o malo aquí?

—Los paganos son los que infestan, los que matan, los que amenazan nuestra seguridad. Aunque las normas de nuestro reino son injustas, podemos tenerlos de frente y sentirnos a salvo. Con los paganos nunca podrás sentirte igual. — con esta respuesta, Helen le da la razón. Ella misma ha vivido en carne propia cómo muchos de ellos han querido asesinarla por algo que ni siquiera entiende aún. ¿Aquellos poderes seguirán dentro de ella? Se pregunta mientras se toca disimuladamente las marcas de su brazo que cubre su manga.

En el castillo.

El príncipe no ha estado de buen humor después del incendio de anoche. Como solo encontraron los cuerpos de los guerreros, deduce que sean quienes sean, se han llevado a Sylvie a otro lugar. ¿Paganos o el rey? Es lo que investigaría el día de hoy.

—Hijo, ¿dónde estuviste? — Gertrudis lo alcanza por los pasillos. — Tuvimos que culminar la fiesta sin ti.

—Salí a tomar aire, me estaba agobiando.

—Al menos hubieras avisado. — Alan se queda en silencio. — Supongo que sabes que mañana tú y Turquesa tendrán que visitar al papa.

—¿Es necesario? Tengo muchas cosas que hacer.

—Sí, lo es. Además, tendremos una cena esta noche para formalizar su matrimonio entre las familias. El comendador regresará y también necesitan su bendición.

—Entonces estaré aquí, pero ahora no tengo cabeza para eso. — le dice y antes de marcharse, su madre sostiene su mano.

—Tenía la esperanza de que disfrutaras este proceso, que te emocionaras por casarte con la mujer que amas, pero en vez de eso solo noto en ti lo mismo que yo sentí: peso. El peso de saber que debes cumplir con una responsabilidad sin que importen tus sentimientos.

—No es tu culpa, madre. Ya haces mucho por mí. — la mira a los ojos. — Casarme con Turquesa no me molesta, al final era lo que querías ¿no? Solo estoy cumpliendo con mi deber y ella será parte de eso. Estaremos bien. Estoy bien. — quiere dejarla más tranquila.

—De acuerdo. — Alan le da un beso en la frente y sigue con su camino.

Mientras tanto, en las afueras del castillo, Turquesa recibía de manera secreta una poción que ha estado bebiendo constantemente para evitar quedar en cinta tras sus encuentros sexuales con Owen, principalmente. A cambio de aquello, le pagaba con una pequeña bolsa de oro a la bruja con la que desde hace años tenía contacto.

—Nadie puede saber de esto, ¿entendido? — Turquesa le recuerda.

—¿Le creerían a una anciana hechicera de todos modos? — tenía rasgos similares a la mujer que el rey utilizó durante años: uñas negras, pelo gris, túnica negra y una sombría presencia. — Si sigue bebiendo eso, podría dañar todo lo que Dios le concedió.

—Será la última vez. Estás delante de tu futura reina. — dice con orgullo.

—¿Futura reina? ¿Una mujer impura? — la observa con repulsión. — ¿Cómo pretende engañar al príncipe con semejante barbaridad?

—Ese no es y nunca será su problema. Jamás tendré que volver a verla. Cuando me case con Alan solo seré suya y dejaré que engendre en mí a sus próximos herederos.

—¿Sus próximos herederos? — la anciana se ríe. — Ruegue para que su corrompido vientre pueda concebir a una criatura. Si hay alguien que no es digna de la maternidad, es usted. — es lo último que la bruja le dice, se acomoda la capucha y se marcha. Dejando a Turquesa más preocupada que enojada.

En uno de los establos, el príncipe espera a Vittorio paciente y silenciosamente. Cuando este llega, se asusta al verlo allí.

—Mi señor, no lo había visto. — hace una reverencia.

—¿Seguro? Porque tal parece que has sido ordenado a seguir todo mis pasos, ¿o me equivoco? — con las manos en su espalda, camina por todo su alrededor.

—Su abuelo solo quiere cuidar de usted, mi señor. — Vittorio responde, aún con la cabeza agachada. El príncipe lo fulmina con la mirada, lo sujeta del cuello y lo estampa contra la pared.

—No necesito que nadie cuide de mí, aunque estoy seguro de que eso no era lo que hacías realmente. — Vittorio guarda silencio. — Si me llego a enterar, y lo haré, de que estuviste metiendo tus narices en donde no debes...yo mismo te mataré. — le amenaza. Sabe que por más que le pregunte, mentirá. Así que se ahorrará el tiempo.




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