La Séptima Constelación

24. Las criaturas.

Entre ramas, neblina y oscuridad, Jason se adentraba en las zonas más peligrosas del bosque buscando alguna señal de Helen. La que de momento, no había encontrado. Sin desistir y a pesar de los extraños sonidos que escucha, sigue caminando mientras ilumina con el fuego de su antorcha. Poco a poco, llega al lugar donde los paganos acorralaron a su hermana. Donde destruyó una carroza completa con su poder. La tierra quemada y algunos restos seguían en aquella zona, lo que levantó más sus sospechas.

—¿Qué sucedió aquí? — pregunta mientras toca la tierra quemada. En aquel momento de tensión, algo pasa corriendo muy cerca de él, lo que hace que se levante instintivamente del susto. Cuando alumbra con el fuego, no logra ver nada pero aun así siente que está siendo observado. — ¡Vengo en son de paz! ¡Solo estoy buscando a mi hermana! — dice lo suficientemente alto, como si le sirviera de algo. Se siguen escuchando sonidos extraños y algo parece acercarse cada vez más. — ¿Hola? ¿Quién anda ahí? — tiene mucho miedo y como respuesta, un hombre con dientes afilados, ojos muy oscuros y piel manchada corre hasta él.

Jason, sin poder entender lo que ve, solo corre a través del bosque mientras es perseguido por aquella criatura y sus compañeros hasta que cae de golpe y uno de ellos logra alcanzarlo. Le golpea la cara con el fuego de su antorcha y cuando intenta escapar, pisa una trampa y es colgado del pie de un tronco muy fuerte.

—¡No! ¡Suéltenme! — grita con desesperación.

—Pueblerino. — dice otro de ellos con las mismas características físicas después de ver a Jason más de cerca. — Yo también era como tú y mira lo que tu rey nos ha hecho.

—¡Déjenme ir! Solo busco a mi hermana. — implora, aún sin querer verlo a la cara.

—Entonces escogiste un mal lugar para buscar. — se acercan más como él. — Nadie sale con vida de aquí. Hasta los paganos lo saben. — ¿Hasta los paganos lo saben? ¿Si aquello no era un pagano entonces qué era? Jason se pregunta mientras parece no tener escapatoria. — Ahora vas a morir. — pero antes de que pueda cortar su cuello, una flecha atraviesa su abdomen y cae de rodillas al suelo. Es el príncipe Alan. Como conoce muy bien el bosque, tomaron atajos que le ayudaron a llegar más rápido.

Cuando más como aquel aparecen, los guardias intervienen y los matan fácilmente con sus flechas y espadas. Batalla que se complica cuando parecen superarlos en números. Alan, al notarlo, sabe que no tendría más opción de la que está a punto de escoger. Deja caer su arco, saca su daga, corta la palma de su mano derecha y deja caer la sangre sobre el fuego uno de ellos provocó.

—Per sanguinem et ignis, qui damnat omnes animarum in silva, ut vos tergum et sentire iram et mater naturae, quae sustinet tenebris me. — el príncipe Alan recita, haciendo que dichas criaturas retrocedan con mucho temor. — Dejen a este hombre en paz. — mira a los ojos al que parece tener más raciocinio.

—Spero autem quod scis hoc pactum reddere debet. — le contesta con un tono de voz muy agudo.

—Scio. A anima mea. — el príncipe le responde, dejando a todos muy confundidos, ya que no entienden la lengua con la que acaban de conversar. Aquellas criaturas se marchan y Alan ladea la cabeza para que Lucas con ayuda de sus guerreros corten las cuerdas que sujetan a Jason del árbol y puedan marcharse.

—¿Príncipe Alan? — Jason no puede creer que esté allí. — No debía venir aquí.

—Tú tampoco. ¿Qué crees que hubiera pasado si no llegábamos a tiempo? — le reprocha.

—¿Qué eran esas cosas? ¿Por qué tenían los dientes así? — Jason pregunta.

—Supongo que paganos, ¿no? — dice Lucas.

—No, uno de ellos habló de paganos en tercera persona. Como si él no lo fuera. — está muy confundido.

—Si queremos salir con vida de aquí, debemos irnos ahora. — el príncipe insiste, recogen sus cosas y se marchan de regreso.

En el castillo.

Helen despierta. Aún sigue en aquel oscuro calabozo desde hace dos días. Sin haber comido nada, sin haberse duchado, ni curado las heridas. Y para empeorar, Vittorio la había colgado de las muñecas con resistentes cadenas en una tabla del techo. No podía ver nada además de sentir cómo todo su cuerpo estaba debilitado por múltiples lesiones.

—¡Ayuda! — grita pero no sirve de nada. Nadie la puede escuchar. Hala sus manos pero tampoco consigue liberarse, no tiene muchas opciones para salvarse y eso provoca que sus lágrimas salgan de sus ojos incontrolablemente. — ¡Dios… ayúdame! — solloza.

Aunque sus ojos están cerrados, puede sentir que algo ilumina sus párpados y cuando mira, presencia algo que jamás olvidará. Dos esferas de luz flotan delante de ella, alumbrando toda la celda. ¿Era esto una manifestación divina o…? Algo de ella. Se responde así misma cuando ve que aquello proviene de la magia que emerge de sus manos. Cuando sabe que tiene el control, intenta hacer algo con ello pero la debilidad de su cuerpo no se lo permite. Si usa más de su poder ahora no lo resistirá y teme lo que pueda pasar después.

Está estancada.

Después de una larga conversación con los hermanos Laurent, el príncipe Alan les prometió que encontraría a Helen, pero a cambio de que jamás intentaran entrar al bosque de nuevo, sin importar la razón. Ver los carteles de su rostro en casi todas partes, lo atormentaba aún más. No sabía lo que se sentía perder a alguien hasta que ella desapareció. Ese incomprensible sentimiento de un vacío en el pecho que no te deja respirar con normalidad. Algo que te mantiene ansioso todo el día.

Así era cómo se sentía el príncipe Alan.

Cuando regresa al castillo, se detiene un momento en las entradas para poder pensar con claridad dónde más buscar. Vittorio parecía estar muy ausente por alguna extraña razón y eso aumentaba sus sospechas. Todas las pistas que tenía de momento apuntaban a un único responsable y a un último lugar: la mazmorra de la que Claudia esta mañana dijo que lo vio salir. Alza la cabeza y mira el camino que conduce hasta los calabozos. Debe estar ahí. Tiene el presentimiento, así que camina rápidamente hasta allí, toma un hacha y comienza a golpear las cadenas que bloquean las puertas sin parar.




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