La mañana siguiente.
Helen despierta muy desconcertada, sin saber en dónde está. Físicamente se encuentra mucho mejor pero su mente aún está al borde del colapso. ¿Dónde estoy? Se pregunta mientras observa el aposento y la cómoda cama en la que ha pasado casi toda la noche.
—Buenos días. — suena la dulce voz de Claudia en la puerta antes de que pueda salir.
—¿Tú…? ¿Tú quién eres? — frunce el ceño.
—Soy Claudia, parte de la servidumbre del castillo. — le extiende su mano pero Helen, aún muy desconfiada, no se la estrecha. — Tranquila, solo vengo a ayudar. Te traje sábanas limpias, lociones y vestidos. Cualquier otra cosa que necesites solo dímelo. — coloca una enorme canasta sobre la cama.
—Lo que necesito es irme de aquí ahora.
—Me temo que eso no será posible. La trajeron aquí para ser castigada y ahora el príncipe Alan peleará por su libertad.
—¿Por mi libertad? ¿Qué demonios significa eso?
—Podrás verlo con tus propios ojos esta tarde. Tendrá una justa batalla contra Vittorio que espero que pueda ganar. Aun así, tendrá que pagar el precio de siete meses siendo parte de la servidumbre. — a Helen le cuesta creer lo que escucha. — Sé que has pasado por muchas cosas pero todas estas tormentas pronto terminarán. El príncipe está de tu lado y eso ya es mucho decir. Él te rescató de esos calabozos y me pidió que cuidara de ti.
—No necesito que nadie cuide de mí.
—Oh sí, sí que lo necesitas. Todos lo necesitamos en algún momento. — se acerca. — Te ayudaré a preparar la ducha. — Helen asiente y cuando Claudia está lo suficientemente alejada de la puerta, la empuja y corre hasta la salida.
Después de recorrer varios pasillos, llega hasta los enormes muros que protegían la entrada al reino. Todo estaba muy reforzado, era imposible entrar o salir sin que movieran las gigantescas compuertas.
—Deja de intentarlo, no lo conseguirás. — se oye la voz del príncipe Alan detrás de ella, arrimado a uno de los muros y con los brazos cruzados. — Me alegra que ya estés mejor.
—¿Mejor? No estoy nada mejor. Necesito volver a casa. — está desesperada.
—Lo sé pero eso no será posible. No por ahora.
—¿No por ahora? ¡No puedo quedarme aquí!
—Pero tendrás que hacerlo. — se acerca. — Cortaste la cara de Vittorio y está en todo su derecho de hacer lo que quiera para castigarte. Así son las reglas.
—¡Él se lo buscó! ¡Él lo provocó! — está muy enojada.
—Y lo sé, pero ellos no y tampoco les importará. Así funciona esto. Muy injusto, lo sé pero si queremos justicia debemos jugar de la misma manera.
—¿Jugar de la misma manera? Sería un juego bastante inmundo. — trata de calmar su ira.
—Exacto. — sigue acercándose. — Pero es de la única forma en la que podríamos ganar. — el intenso azul de su mirada le resulta tentador. Aunque Helen no entendía exactamente qué cosas tenía en mente como parte del juego, solo tenía cabeza para recordar que su padre estaba muerto.
—Él…él me confesó que asesinó a mi padre. También que fue responsable del incendio en el campo y quién sabe cuántas cosas más. Es capaz de hacer cualquier cosa. — las lágrimas descienden por sus mejillas.
—Y es por eso por lo que lo haremos pagar. Lo haré pedazos dentro de un par de horas y tendremos un problema menos.
—No, la muerte es demasiado sencilla para él. Debe sufrir. — el lado vengativo que Helen no sabía que tenía, empieza a relucir.
—¿Y qué harás para lograr eso? ¿Qué podría causar el sufrimiento de un animal como él? — ella observa las palmas de sus manos, recordando aquel desconcertante poder que tiene y aunque no sabe cómo sobrellevarlo, está consciente de que podría destruir con el lo que quisiera.
—Ya me las ingeniaré. — el príncipe sospecha que puede estar ocultándole algo más pero no la cuestiona de momento. — ¿Y qué pasará con mi familia? Debo volver con ellos.
—Tu familia está en crisis. Tu madre vendió todo lo que tenía para poder encontrarte, a tu hermano mayor le cuesta reintegrarse en el mismo lugar donde murió su padre y Lucas…es solo un niño que necesita atención. — Helen pasa la mano por su cabello. — Enviaré una carta con mis guardias y algo de comida con lo que puedan sobrevivir. Al menos hasta que puedan reponerse.
—¿Y quién escribirá la carta? ¿Usted?
—No me queda de otra.
—Preferiría hacerlo yo misma. Mi madre conoce mi letra, así que la dejará más tranquila.
—¿Sabes escribir? — parece impresionado.
—No todos los pueblerinos somos analfabetos. — casi suena como un regaño. Helen empieza a sentirse mareada y e1 príncipe se acerca para asegurar que no se caiga.
—Aún no estás del todo bien. Necesitas comer y refrescarte.
—¡Oh! Aquí están. Estuve buscándola por todo el castillo. — Claudia los alcanza.
—Sí, es un poco terca. Ya te acostumbrarás. — dice y Helen pone los ojos en blanco. — Entonces… ¿harás esto por las buenas o por las malas? — ¿tendría otra opción? Helen se pregunta. El príncipe acababa de salvar su vida y ahora su familia se encontraba en una apretada situación. Si las cosas salían bien en la pelea, tendría que trabajar para el reino por 7 meses y al menos el sueldo le serviría para ayudar a su familia. Aparte de que parecía ser una oportunidad para destruir al asesino de su padre teniéndolo más de cerca.
—Está bien. Puedo resistirlo. — nada podría ser peor que el dolor tras la pérdida de un ser amado.
—Ve con Claudia y déjate ayudar. Es de confianza. — Alan le asegura y Helen obedece. Camina detrás de Claudia hasta el aposento donde parece que se estará quedando durante los siguientes meses. La bañera está preparada y a simple vista parece tener todo lo que necesita: vestidos, lociones, zapatos, prendas para el cabello y demás.
—¿Es normal que hagas todo esto por mí? — Helen se siente extraña.
—No, pero el príncipe así lo quiere. Al menos hasta que te recuperes.