La Séptima Constelación

26. Decisión final.

Minutos más tarde.

Alan también tiene algunos rasguños y golpes en la espalda, pero nada de lo que no se pueda sanar. Cuando algunas siervas curan sus heridas, Helen entra con algo de timidez para poder ver que esté bien. Al notarlo, el príncipe les pide dejarlos a solas, algo que hacen instantáneamente.

—¿Está bien? — le apena ver su torso al descubierto.

—Sí, he tenido heridas peores. — intenta colocarse la camisa pero al ver que le cuesta, ella le ayuda. Con mucho cuidado lo hace y abrocha sus botones sin que Alan pueda dejar de mirarla.

—Está completamente loco. ¿Por qué hacer todo esto por mí? — dice en voz baja pero él puede escucharla.

—Sí, es cierto. ¿Por qué? ¿Por qué hago todo esto por ti? ¿Lo vales? — le sigue el juego.

—Si se lo pregunta después de hacerlo, creo que ya tiene la respuesta. — esboza una media sonrisa. — Estoy muy agradecida.

—Bien. — termina de abrocharle los botones y se coloca el resto de la ropa limpia.

—¿Ahora qué sigue?

—Tendremos una última reunión en el trono. — contesta.

Y dicho así, llega el momento en el que están frente al rey y el consejo real. Como lo acordado, suspendieron a Vittorio por algunas semanas hasta que pudiera recuperarse y perdonaron la vida de Helen, aunque todavía debía cumplir siete meses de servicio en el palacio por órdenes del rey. No era necesario pero al ver que esta doncella era importante para su nieto, quería sentirse con el derecho de poder decidir también.

—Ahora que tienes el control de esta doncella, ¿qué cargo le darás? — pregunta uno de los consejeros reales. Para Helen todo esto era humillante. Hombres con poder decidiendo delante de sus narices qué hacer con su vida pero tampoco tenía otra opción. Al menos no por las buenas.

—Ya lo tengo muy claro. Será mi sierva personal. — en el momento en que lo dice, Helen abre los ojos como platos porque esperaba cualquier cosa, menos esa. — Estará única y exclusivamente bajos mis órdenes durante los siguientes siete meses. — sabe que esto la irrita y por ende lo está disfrutando.

—Muy bien, que así sea entonces. — ya es un hecho.

Cae la noche.

Helen no había visto al príncipe desde aquella declaración y no dejaba de dar vueltas en su aposento. Estar encerrada la estaba agobiando y poco a poco sentía que perdía la razón.

—Señorita Laurent, el príncipe solicita su presencia en las caballerizas. — un guardia abre la puerta y sin pensarlo dos veces, sale detrás de él. No había tenido la oportunidad de apreciar la belleza del castillo por afuera en la oscuridad. Suponía que tendría que familiarizarse con este lugar si tenía que quedarse.

Cuando llegan, los guardias se retiran y los dejan a solas.

—¿Cómo vas?

—¿Cómo voy? ¿Cree que teniéndome encerrada me ayudará? — está muy molesta.

—Qué raro. Yo no di la orden de dejarte encerrada. — nota su sarcasmo.

—O tal vez solo se aseguraba de que no me escapara después de escuchar su terrible declaración.

—Qué raro. Parece que ya me conoces muy bien. — sonríe. Su ironía la fastidia cada vez más. — Mira, te presento a Morpheus. Mi caballo. Realmente es como un hijo para mí. — Helen se acerca. — Cuidado, los desconocidos lo ponen agre… — cuando ve que está muy clamado ante el tacto de Helen, deja de hablar.

—Hola, Morpheus. — sigue acariciando su pelaje. — Es muy hermoso.

—¿Te gustan los caballos?

—No sabía que me gustaban hasta ahora. Jamás había tenido uno tan cerca. — Morpheus era tan negro como la oscuridad misma. — ¿Por qué me trae hasta aquí?

—Porque…quiero llevarte a un lugar, pero nadie debe enterarse. — se acomoda la capucha de su túnica.

—¿A dónde? — frunce el ceño.

—A ver a tu familia. — muchas emociones recorren todo el interior de Helen. — Pero solo serán algunos minutos. Solo quiero que estés bien antes de que tengas que adaptarte a este lugar. No será sencillo, Helen. — lo dice con mucha seriedad.

—Lo sé, está bien, está bien. Solo quiero verlos. — está muy emocionada por abrazarlos de nuevo.

—Bien. Toma. — le extiende una túnica. — Para el frío. — Helen la toma y se la coloca de inmediato. Alan sube al caballo y extiende su mano para que ella pueda subirse también. — Sujétate bien. — hala las cuerdas del caballo y empieza a cabalgar rápidamente hasta llegar al pueblo.

Mientras María leía la carta que su hija había escrito, tenía dudas sobre su veracidad, al igual que sus hermanos. Todos seguían afectados pero Jason y Lucas confiaban en el príncipe, mucho más después de lo que hizo en el bosque; de lo que Jason aún tenía muchas dudas.

—Es su letra pero… — alguien toca la puerta. Luego de una mirada de suspenso entre todos ellos, María abre.

—Mamá. — Helen deja caer sus lágrimas.

—¡Hija! ¡Santo Dios! ¡Hija mía! — la abraza fuertemente de inmediato. — ¡Niña mía! — toca su cabello como si quisiera asegurarse de que fuera real. — ¿Estás bien? ¿Qué pasó? — la observa de arriba abajo.

—Tranquila, mamá. Estoy bien. Gracias al príncipe. — lo mira.

—Oh, lo siento mucho. No me di cuenta que también estaba aquí. — hacen una reverencia.

—Descuide, lo entiendo.

—Siéntese, ¿puedo ofrecerle algo?

—No, estoy bien. Esperaré afuera. — sabe que necesitan un momento en familia, así que sale de la casa y alimenta a su caballo mientras terminan.

—Qué bueno que estás bien. — Jason le dice y se abrazan. Lucas también se les une y su madre presencia uno de los momentos más emotivos de su vida: el abrazo entre hermanos.

—Necesitamos saber lo que pasó. — Lucas dice y se sientan para hablar.

Jason observa al príncipe a través de la ventana mientras recuerda aquellas extrañas palabras que le dijo a aquella criatura en el bosque, por lo que no puede evitar salir e intentar obtener respuestas.

—No tenemos cómo pagarle que nos haya devuelto a nuestra hermana. Está viva gracias a usted. — se acerca mientras Alan sigue alimentando a su caballo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.