La Séptima Constelación

27. Silas.

Después de una larga siesta, una de las siervas entra al aposento de Helen y la despierta con ruidosas palmadas. Así las despertaban a todas, ya que debían ser las primeras en organizar todo antes que los Rutherford salieran de sus aposentos. Helen se ducha y se lava los dientes para integrarse rápidamente con las demás en el comedor de la servidumbre, las cuales, eran bastantes.

Cada una tenía una asignación diferente, ya sean por grupos o individualmente. Unas se encargaban exclusivamente de los aposentos del rey y la reina, otras de Gertrudis y el coronel Cristóbal, otras de los huéspedes (en este caso de los Robledo), otras solo de la limpieza de todo el castillo, otras de la cocina y etc. Solo tenían 10 minutos para desayunar y debían empezar sus labores de inmediato.

—¿Puedo sentarme contigo? — Helen le pregunta a Claudia, ya que es a la única que conoce.

—Claro, adelante. — se echa hacia un lado y le deja espacio en el asiento. — ¿Lista para tu primer día de trabajo?

—Honestamente no sé si lo estoy. — comienza a comer. — Todas parecen saber qué hacer pero a mí nadie me ha dicho nada.

—Es porque recibirás instrucciones directamente de la mucama. Lo hacen con todas las siervas personales de un miembro de la realeza.

—Espero que no sea tan difícil.

—Yo diría que es el más complicado. Vives con una constante presión emocional todo el día. — esto la asusta un poco. — Las siervas de la princesa Turquesa ven la gloria cuando su turno termina. Solo dicen que es insoportable.

—¿Dijiste “la princesa Turquesa”? — frunce el ceño. Ya había escuchado sobre ellas en algunas ocasiones.

—Sí, la princesa Robledo. La prometida del príncipe Alan.

—¿Y está aquí?

—Sí. Se quedó por unos días cuando el comendador, su padre, viajó al extranjero para hacer negocios. Honestamente se me hizo solo una excusa pero la princesa Gertrudis es muy hospitalaria con ellas. Creo que mañana se marchan. No es muy apropiado que los prometidos convivan en una misma casa antes de consumar el matrimonio. — Claudia le explica. — ¿Ya la conocías?

—No pero había escuchado algunas cosas de ella. — no la conoce personalmente y por alguna confusa razón, no le tiene mucho afecto que digamos.

—Tú no te preocupes por eso, hasta que no se convierta en su esposa no la tendrás muy cerca. De hecho, a todas pareció sorprenderles que el príncipe te escogiera como su sierva personal. Nunca había tenido una porque, como te podrás imaginar, es demasiado estricto y cuidadoso con sus cosas. Es amante de la privacidad absoluta.

—Sí, me lo puedo imaginar.

—La mucama te dará un recorrido por todo el castillo para que no te pierdas. Este lugar es enorme.

—¿No podrías dármelo tú?

—Aunque quisiera no puedo. Tengo muchísimo trabajo que hacer. Pero ven, te llevaré con la mucama antes de irme. — la toma de la mano y caminan hasta el salón donde ella se encuentra. Tan solo su apariencia y su fría expresión, es suficiente para que Helen quiera salir corriendo de su presencia.

—Buena suerte. — Claudia le susurra y se marcha, dejándolas completamente a solas. Un silencio muy incómodo mientras la mucama la observa de arriba abajo pone a Helen nerviosa.

—Dime, Laurent.

—Helen. — la corrige al instante. — Laurent es mi apellido.

—Bien, Helen. Dime qué sabes hacer. — Helen está muy confundida.

—Sé leer, escribir…

—Sobre los quehaceres del hogar, ¿qué sabes hacer? — la interrumpe.

—Pues…sé hacer pan, lavar los trastes, lavar ropa, limpiar y…no sé qué más quiere que le diga.

—Bien, entonces olvida todo lo que sabes. Nada se hace igual aquí, así será más fácil que te adaptes.

—¿Y con qué lavan la ropa aquí, con una barita mágica? — borra su sonrisa cuando ve la cara de pocos amigos de la mucama. Nada parece hacerle gracia.

—Si bien quieres ser tratada debes tomarte este puesto con seriedad. No serás una sierva cualquiera, serás la sierva personal del príncipe Alan y el futuro rey de Francia. Por eso y más, tienes muchas cosas que aprender. — coloca bruscamente un libreto en la mesa. — Esta es la lista de todas las actividades de hoy. A las 6 debes levantarte, a las siete debes alistar la ropa del príncipe. Normalmente nunca desayuna en los aposentos pero sí deberás acompañarlo al comedor real y servirle en su plato, tanto en el almuerzo y la cena, a menos que haya alguna excepción. Mientras desayuna, organizarás su aposento. Doblarás su ropa, arreglarás su cama y todo lo que haga falta. Acompáñame. — Helen toma el libreto y la sigue por todo el castillo.

—¿Esta será la lista de todos los días? — pregunta mientras la lee.

—No, puede variar. Suele hacerlo mucho. El príncipe siempre dice con anticipación lo que quiere hacer para el día siguiente, al menos lo que tiene planificado. De apuntar todo eso ya te encargarás tú. — parece que tendrá mucho que hacer en las siguientes semanas. — Como verás, hay muchos pasillos. Los únicos que debes reconocer, son los de entrada y salida, los que conducen a los aposentos reales y los de la servidumbre. No puedes entrar a ninguna alcoba excepto por la del príncipe Alan, siempre y cuando no esté allí o así lo requiera. — muestra la puerta de su aposento, pero no pueden entrar, ya que parece seguir dormido todavía.

—Y si el príncipe sale, ¿qué haré mientras no está?

—Siempre habrá algo que hacer. Quizás necesite que lo acompañes a donde sea que vaya. Si eso quiere tendrás que estar ahí. — obedecer no es para nada el fuerte de Helen. — Cualquier cosa que necesite debes hacerlo sin titubear. Debes estar dispuesta siempre.

—¿Y si me enfermo?

—Para eso tenemos una sala de enfermería. Si te sientes mal, puedes ir allí y pedir cualquier cosa. Pero antes, debes avisarle al príncipe. — está segura de que no lo hará pero finge estar entendiendo todo. — Hay mucho personal aquí: mayordomos, cocineras, siervas, guerreros, músicos, prosistas, mensajeros y demás. Seguramente te encontrarás con ellos muchas veces. Aún más en las próximas semanas, cuando sea la gran boda real del príncipe Alan. — este tema siempre la pone de mal humor.




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