La Séptima Constelación

28. Los tenebris.

Cae la noche.

En el pueblo.

Helen y Alan caminaban rápidamente hasta una zona muy oscura y aparentemente peligrosa en los vecindarios del pueblo. Ambos llevaban capuchas y guantes, quizás para pasar más desapercibidos. Helen no entendía hacia dónde se dirigían pero confiaba en el príncipe ciegamente.

—Mi lord. — dice Pietro, aquel investigador de confianza que ya conocían. Todos los presentes en la sala hacen una reverencia. — Pensé que ya no vendría.

—Pues aquí estoy. ¿Qué tienen para mí? — todos observan a Helen sospechosamente. — Pueden hablar delante de ella, es de confianza.

—No creo que sea lo más conveniente, mi lord.

—¿Por qué? — el príncipe frunce el ceño.

—Porque nuestro único testigo dibujó el rostro de la última persona que vio en aquel Alcázar. — toma un papel en manos.

—¿Y? — ladea la cabeza.

—La del retrato, es ella. — gira la hoja mientras mira a Helen. Al verlo, es idéntica a su cara y todos la observan con desilusión, incluso Alan.

—¿Qué? — se ríe. — ¿En serio creen que sería capaz de matar a dos personas e incendiar toda una fortaleza para sacarla de un lugar donde se sentía segura?

—No lo sé, si pudiste con aquellos hombres tú sola antes de encontrarte inconsciente en el bosque, me pregunto de qué más serías capaz. — que el príncipe esté desconfiando de ella, le duele más de lo que se podría imaginar.

—¿De verdad cree que yo hice esto? — pregunta con un nudo en la garganta.

—Déjennos un momento a solas. — les pide a Pietro y sus colegas de reojo, lo cuales abandonan la sala inmediatamente. Helen siente que su corazón está a punto de salirse del pecho ante la desconfianza del príncipe. — Sé que no fuiste tú, pero ¿qué hacías allí justo antes de que desapareciera y a mis espaldas? — le pregunta una vez a solas.

—Quería hablar con ella, saber cómo estaba ¿qué tiene eso de malo?

—¿A tan tardes horas de la noche y con el tobillo lastimado? ¿Por qué era tan urgente para ti conversar con ella? — Helen lo recuerda perfectamente pero no quiere contarle nada del plan que Sylvie le había propuesto.

—Cosas de chicas. — miente.

—No soy tonto, Helen. Sé que me estás ocultando algo. Y no suelo ignorar ninguna señal que me pueda decir la verdad. — su conversación con Loana entre otras tantas cosas, hacían que Alan tuviera una base sobre todo lo que realmente sucedía, pero quería escucharlo de sus propias palabras. Quería que ella lo confesara. — ¿Qué está pasando? ¿Qué más necesito saber de ti? — la sigue presionando. El contacto visual y lo vulnerable que se encuentran justo ahora, le impulsa a decir la verdad, pero justo antes de que pueda hacerlo, las siluetas de muchas personas corriendo pueden verse en el reflejo de la ventana.

—¿Qué está pasando? — Helen pregunta muy asustada, ya que también se escuchan muchos gritos. Alan abre la puerta y cuando asoma la cabeza, ayuda a un niño que se había caído a levantarse.

—¿Qué pasa? — le pregunta.

—Las bestias del averno han invadido nuestras casas. — contesta el niño, antes de seguir corriendo.

—¿Paganos? — Helen pregunta.

—No, peor que eso. — el príncipe sabe que se trata de aquellas criaturas con las que se enfrentó en el bosque. Sabía que esto pasaría pero no qué tan pronto. — Están invadiendo las viviendas de los pueblerinos, debemos regresar al castillo.

—¿Qué? ¿Y qué hay de la gente? ¿Los dejaremos contra ellos a su suerte?

—Enviaremos más guerreros para ayudarlos pero tú y yo debemos ponernos a salvo.

—Usted váyase, yo me quedaré aquí. Debo proteger a mi familia. — intenta irse pero Alan la sujeta del brazo.

—No podrás proteger a nadie tú sola. No me iré de aquí sin ti, así que vámonos ahora.

—No lo haré, castígueme por eso si quiere. Da igual. Mi familia está en peligro y no regresaré a su castillo hasta que sepa que estén bien. — se libera de su mano con todas sus fuerzas. Se acomoda la capucha y corre en dirección a la casa de su madre lo más rápido que puede.

Las criaturas del averno, las cuales se llamaban como “Los Tenebris”, estaban invadiendo y destruyendo parte de la aldea más marginada, donde se hallaban las cantinas, burdeles y sitios de “mala vida”. Todos ellos liderados por aquel con el que el príncipe habló. Helen corría entre la multitud tratando llegar hasta su familia pero el pánico de las personas no se lo permitían.

—¿A dónde crees que vas, muñequita? — un tenebris la hala del brazo. — ¿Tienes miedo?

—¡Suéltame! — intenta apartarse pero la sostiene fuertemente. — ¡Suéltame! — lo golpea fuertemente en la cara, logrando así liberarse. Pero antes de que pueda alejarse lo suficiente, aquel hombre la hala del brazo otra vez. — ¡Dije que me sueltes! — en vez de simplemente golpearlo otra vez, aquella luz resplandeciente emergió de la palma de su mano y calcinó toda su cabeza. Lo había matado en un instante y toda la carne de su rostro se consumió. Escenario que fue presenciado por el líder de la manada, quien supo de inmediato de lo que realmente se trataba. De quien realmente era.

—Est eam. Adducere eam mihi. — les ordena a otros de los suyos y corre en dirección de Helen. Aún conmocionada por lo que acababa de hacer, no debía perder el tiempo y siguió corriendo hasta su familia para asegurarse de que estuvieran bien pero nuevamente fue alcanzada por otro tenebris. Ya estaba cansada pero no quería usar su poder otra vez, no delante de todos.

—Ahora vendrás conmigo. — antes de que algo pueda hacer, una flecha atraviesa su garganta enfrente de ella. Cuando lentamente cae al suelo, el príncipe Alan puede verse bajando su arco. Sus demás guerreros también se hicieron presentes y mataron a todos los tenebris que lastimaban a los aldeanos. Con una barrera de soldados, obligaron a todos los tenebris a amontonarse en el otro extremo mientras la gente se refugiaba detrás del príncipe y sus guerreros.




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