La Séptima Constelación

29. Lujuria.

—¿Segura que estás bien? ¿No te hizo daño? — el príncipe Alan le pregunta a Helen mientras entran al castillo.

—Sí, estoy bien, no se preocupe. — le asegura.

—¡Hijo! Qué bueno que ya estás aquí. — el coronel Cristóbal se acerca. — ¿Estás bien? — coloca la mano en su hombro y Alan frunce el ceño.

—Por supuesto. ¿Qué sucede? — por un momento, cree que sabe lo que acababa de pasar con los tenebris en el pueblo, pero no habría manera de que lo supiera tan pronto. O quizás sí, los chismes suelen esparcirse muy rápido.

—Atacaron a la princesa Robledo, suponemos que ha sido para hacerte daño. — en cuanto lo explica, Turquesa corre hasta los brazos del príncipe sin que pueda asimilar lo que sucede.

—Amor mío, qué bueno que ya estás aquí. — dice mientras lo abraza. Helen, por más que intente fingir, no puede evitar sentirse molesta e incómoda cada que ve a la princesa cerca de Alan. ¿Por qué me siento así? Se pregunta así misma mientras desvía su mirada. El príncipe, aún sin corresponder el abrazo de Turquesa, nota el disgusto de Helen y la aparta.

—Tranquila, ya pasó. Estarás bien. — intenta calmarla. — ¿Atraparon al intruso?

—Sí, tu abuelo está con él en las mazmorras en estos momentos. — contesta el coronel. — Menos mal que pudimos evitar lo peor. — toda la familia Robledo está preocupada, sobre todo el comendador.

—Tenemos que marcharnos ahora mismo. — el comendador dice, tomando a su hija del brazo. — Ya no es seguro aquí.

—Si no lo es aquí, mucho menos lo será en nuestra casa. — refuta Josefina.

—Mi hija seguirá en peligro mientras esté aquí y siga comprometida con el príncipe. — mira a Alan, quien no puede hacer más que comprender su situación.

—¡Esto no es su culpa, padre! — Turquesa lo defiende.

—Lo sé, pero aún así, debemos irnos. Suban a sus aposentos y recojan sus cosas.

—No se preocupe, las siervas se encargarán de eso. — dice Gertrudis, está muy apenada con la situación. — Les ofrezco una disculpa por todo, no solo por lo de esta noche pero como entenderán, toda monarquía tiene sus enemigos. Es el precio que se paga. Lamento que mi ahijada casi sea víctima de eso.

—No, princesa, no tiene porqué disculparse. Acepté ser la prometida de su hijo estando consciente de todo el peligro que eso conlleva. — Turquesa toma las manos de Gertrudis. — Seré la reina que todos necesitan que sea: fuerte. — en cuanto lo dice, Helen pone los ojos en blanco y deja escapar una risa que todos escuchan.

—¿Qué te parece gracioso, niña? — Josefina le pregunta de mala manera. Antes de que Helen pueda responderle, el príncipe Alan se disculpa y la lleva hasta su aposento. Se veían más guerreros de lo habitual por todos los corredores del castillo, sin saber que el principal enemigo, era a quien todos servían.

—Gracias por acompañarme en la aventura esta noche, pero no se repetirá.

—¿Qué? Esto no fue una aventura, el pueblo está en peligro. ¿Qué quiere decir con que no se repetirá? — se altera.

—Puedo parar esto solo, no puedo ponernos en peligro a los dos, ¿lo entiendes? Suficiente tengo con que tú seas la primera sospechosa de la desaparición de Sylvie.

—¡Pero sabe que no he sido yo! ¿Cuántas veces tengo que decírselo?

—¿Entonces no contestarás mi pregunta de hace rato?

—No tengo nada que decirle porque no tengo nada que ocultarle. Y si tanto desconfía de mí entonces regréseme a mi casa y no volverá a verme nunca más. — intenta entrar a su aposento pero Alan la sujeta fuertemente del brazo.

—Escúchame, recuerda que estás bajo mis órdenes y me debes respeto. Cosa que claramente no me has tenido desde el primer momento pero si quieres mantenerte a salvo, muchas cosas deberán cambiar. — la mira directamente a los ojos. — No puedo resolverlo todo a la vez y si también tengo la preocupación de que podrías estar en peligro todo se iría a la mierda. — Helen frunce el ceño. — Casi te pierdo una vez, no dejaré que se repita. — al confesarlo, puede sentir que un enorme nudo en su garganta se ha liberado y no se arrepiente de ello.

—¿Por qué teme tanto perderme, príncipe Alan? — le pregunta directamente. — Ahora es usted quien deberá responderme.

—Porque eres… eres… — tartamudea. — Eres la única persona en la que siento que puedo confiar.

—Eso no fue lo que me demostró hace rato. — suelta su brazo de su mano. — Entiendo que confíe en mí, porque yo sí soy una persona que haría cualquier cosa para proteger a los que amo y lo sabe, en cambio usted, no lo sé. A veces pienso que será igual que su abuelo.

—¿Y qué más necesitas para confiar en alguien? — Helen agacha la cabeza cuando recuerda las tantas veces que el príncipe ha salvado su vida. Aunque sienta que es desconsiderada en algunas ocasiones, sigue manteniendo su posición. De nada le servía salvarla un millón de veces si a su pueblo le daba la espalda. — Buenas noches, señorita Laurent. — dice ante su silencio y se marcha de su presencia. Cada día y noche que pasaba, tenía algo nuevo con lo que lidiar. Solía quejarse casi todo el tiempo por la monotonía en la que vivía pero ahora, daría lo que fuera para regresar a tener solo el tormento de los borrachos acosándola por doquier.

En el castillo real de Inglaterra. Rey Enrique Estuardo.

Al contrario de Francia, todo permanecía bajo control en Inglaterra, pero el odio y el rencor, quedó en los corazones de toda la población y parte importante de la realeza, principalmente de Enrique. A penas era un niño cuando su padre murió en aquella batalla de la que todavía no encuentran explicación.

—¿Qué piensa hacer con la invitación del rey de Francia, mi señor? Llegó hace varios días y no ha dado una respuesta. — le pregunta uno de sus consejeros reales.

—Acepté su invitación, así que muy pronto emprenderé un largo viaje. — contesta mientras come frutas en su trono. El rey Enrique también era joven, apuesto, no muy musculoso pero sí fuerte, de piel blanca, cabello castaño y ojos cafés.




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