La Séptima Constelación

31. Las visiones.

El baile que parecía ir a la perfección terminó en una tragedia. Los guerreros Ingleses se llevaron al rey Enrique hasta sus aposentos hasta que todo volviera a la normalidad mientras que Belmont estaba en su trono siendo atendido por médicos.

—¿Te encuentras bien, abuelo? — Alan le pregunta, sosteniendo su mano a su lado. A pesar de todo, todos están preocupados por él, desde la reina hasta sus nietos.

—Estaré bien. — intenta controlar su exasperada respiración.

—Su corazón casi deja de funcionar por completo. Fue un milagro que Vittorio llegara a tiempo. — dice el doctor, guardando todos sus instrumentos en el maletín. — Le recomiendo estar en reposo por unos días y no recibir emociones fuertes. Puede subir su presión y eso sería más complicado.

—Nos encargaremos de que así sea, no se preocupe. — la reina dice. — Muchas gracias por sus servicios.

—Siempre será un placer. — hace una reverencia y la princesa Gertrudis lo acompaña hasta la puerta. El coronel Cristóbal seguía con los demás, amontonando y quemando los cuerpos de los guerreros muertos respetando sus memorias con un minuto de silencio.

—Deberías estar recostado, no aquí. — dice Aarón. También está preocupado por su abuelo.

—No, me quedaré aquí un poco más.

—¿Para qué?

—El rey Enrique sigue aquí. Le debo una explicación.

—¿Y qué explicación le darías? ¿La verdad o una mentira? — Alan suelta su mano y se coloca del lado de su hermano.

—La verdad, diré la verdad.

—¿Y cuál es esa verdad? Me gustaría escucharla. Quizás podría darle mi opinión. — Tomasia reprende a su nieto con una mirada. Pese a que está de acuerdo, lo que menos quiere en este momento es que Belmont empeore su estado de salud.

—No te preocupes, hijo. Sé que hacer. Después tú y yo hablaremos. — Alan confía en eso, así que se marcha junto con Aarón y se encuentra con Helen en los pasillos. Ha estado muy nerviosa y preocupada por la situación de Sylvie.

—¿Cómo está? — les pregunta.

—¿El abuelo? — Aarón frunce el ceño.

—No, Sylvie. ¿Qué fue lo que Vittorio le inyectó?

—No lo sabemos. — Aarón contesta mientras Alan se sumerge en sus pensamientos sin decir una palabra. — ¿Alan? — ambos notan su desconcierto, pero él solo camina rápidamente hasta Vittorio mientras ellos lo siguen. — ¡Alan!

Sujeta a Vittorio del cuello y lo estampa contra la pared bruscamente.

—¿No que estabas suspendido? ¿Qué demonios haces aquí? — le pregunta muy enojado.

—Alan, suéltalo. — Aarón lo hace entrar en razón y lo libera. Aunque Vittorio también sea autoritario, su miedo es evidente cuando está frente al príncipe.

—¿Qué le inyectaste? ¿Dónde está? — intenta no agredirlo nuevamente.

—Está donde están las demás. — mira a Helen, como si estuviera revelando algo que ella no debería saber. — Y lo que tenía la inyección era un neutralizador. Una poción especial creada por brujas que impide el uso de cualquier…cosa fuera de lo posible. A penas la pude obtener.

—Tal parece que no dejas de meterte en problemas, Vittorio. — Aarón dice.

—Lo que hice…fue salvar a mi rey. Es lo que siempre he hecho.

—Y matar a mi padre también. — Helen lo mira con furia y tristeza al recordar lo que tanto le ha costado aceptar. — No deberías estar vivo.

—¿Y por qué no me matas tú misma?

—Cuida tus palabras. — el príncipe le advierte.

—Lo haré, no tengas prisa. Pero antes me aseguraré de que sientas todo el dolor que provocaste en mi familia. — incluso él puede percibir la ira con la que lo mira mientras dice lo que parece ser un juramento.

—Alan, Aarón, hijos. — Cristóbal se les acerca. — El rey los necesita en el trono. El rey Enrique está allí. — les informa, Vittorio se retira y ellos acompañan a su padre. Mientras Helen, tratando de controlarse, camina por los corredores que conducen a la cocina, incluyendo el que lleva hasta la biblioteca. “Está donde están las demás”. Sabía perfectamente a qué se refería. Quizás era momento de dejar el miedo atrás y enfrentar lo que sea que el rey esté escondiendo.

Mira sus manos y confía en que su poder no la dejará sola esta vez.

—¡Hey, señorita! No puede andar por estos lados. Está prohibido. — les dice uno de los guardias que protegen la entrada.

—¡Oh! Disculpe, quizás me perdí. Soy nueva aquí. — esboza una fingida sonrisa. — Pero ya que estoy aquí, ¿podría sacar algún libro que me ayude a lidiar con el aburrimiento?

—No puede estar aquí, ya se lo dije. — repite con cara de pocos amigos.

—Entonces tendré que hacer esto por las malas. — se echa hacia atrás y abre sus manos con la esperanza de que su poder emerja, pero no sucede. Los guardias se miran entre sí con el ceño fruncido y se ríen de ella. — ¿Y ahora qué pasa? — mira las palmas de sus manos muy confundida.

—Señorita, será mejor que se vaya. O me obligará a usar la espada.

—Bien. Hágalo y veremos qué pasa. — quiere probar los límites de su magia. — ¡Adelante, háganlo! O no son capaces de actuar sin que su rey se los ordene. — los provoca con éxito y uno de ellos presiona el pico de su espada en su cuello.

—Lárguese por las buenas, le daremos una última oportunidad.

—¿Y qué pasa si no lo hago? — ladea la cabeza y la sujeta fuertemente del brazo para sacarla de allí. — ¡Suélteme! — intenta zafarse pero es más fuerte.

—Se lo advertí.

—Sí, yo también lo hice. — cuando está lo suficientemente furiosa, toca el brazo con la que la sujeta y lo hace gritar del dolor, ya que se lo ha quemado. El otro guardia se acerca pero cierra los ojos y cuando los vuelve a abrir, ambos tienen los ojos en blanco y completamente inmóviles. No entiende cómo lo ha hecho pero supone que es lo que necesita ahora. Camina entre ellos mientras le ceden el paso y abren los portones de la biblioteca para que pueda entrar. ¿Así de sometedora era su magia?




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