El contenido de aquel grimorio respondió algunas preguntas, pero creó muchas otras. Ahora sabía lo que haría y porqué, pero aun así no dejaba de aterrarla. Sale del templo dejando todo intacto y se aleja lo suficiente para poder asimilar todas las cosas que allí vio. ¿Por qué yo? Se pregunta. ¿Qué tenía ella de especial para ser parte de toda una profecía?
—¿Merodeando otra vez? ¿Es que acaso la mucama no te dejó claro que hay límites que no debes cruzar? — suena la voz de Vittorio detrás de ella. La tarde no podría ir peor.
—¿Nunca dejarás de meterte conmigo, no es así? — cada vez que lo ve, solo puede recordar la muerte de su padre. — Parece que a veces olvidas que solo eres un simple peón que el rey maneja a su antojo.
—¿Qué? ¿Te crees muy valiente porque ahora tienes la protección del príncipe?
—No necesité del príncipe para clavar una daga en tu apestosa cara. — observa la horrible y enorme cicatríz que tiene en todo un lado de su rostro. — Ahora me recordarás cada vez que la te veas en el espejo por el resto de tu miserable vida. — Vittorio intenta acercarse, pero ella retrocede lo suficiente. Las ganas de usar su magia contra él no le faltan, pero no es lo más inteligente cuando es él quien ayuda al rey a cumplir la profecía.
—¿Todo bien por aquí? — Max se acerca y pregunta, mirando a Vittorio con recelo.
—Sí, todo bien. El señor solo me estaba preguntando qué pócima servirá para borrar la desfavorecida cicatríz de su cara. — miente, disfrutando del evidente enfado de Vittorio.
—La acompañaré hasta dentro, venga conmigo. — Max camina detrás de Helen, dándole antes una mirada de advertencia a Vittorio.
En los aposentos del rey.
—No creo que sea lo más apropiado que salgas del castillo en este estado. El doctor dijo que tenías que descansar. — dice la reina al ver a Belmont vestirse para salir.
—Necesito hablar con Silas antes de que vuelva a poner en peligro la seguridad de mi familia. No me pasará nada, estaré bien. Vittorio vendrá conmigo.
—¿Mis nietos saben de esto?
—No tienen porqué saber todos mis movimientos. Solo hablaré con un viejo amigo.
—Ten cuidado. — a pesar de tanto, la reina Tomasia jamás dejaría de preocuparse por su esposo.
—Lo tendré. — presiona sus labios con los suyos y se retira del aposento.
Antes de que Helen pueda cruzar la puerta de su aposento, Max le entrega una caja de parte del príncipe Alan.
—¿Qué hay? — le pregunta con ella en manos.
—Véalo usted misma. Pasaré por aquí dentro de una hora.
—¿Para qué? — frunce el ceño.
—Para su cena con el príncipe. — casi podría jurar que ve una pequeña sonrisa en su rostro antes de marcharse.
Con la caja en manos, cruza la puerta de su aposento y la coloca sobre la cama. ¿Qué habrá? Se pregunta mientras la abre y lo primero que ve, son hermosas prendas, zapatos, lociones y un espléndido vestido negro con bordados plateados.
"Quiero que se vea hermosa para mí, señorita Laurent".
Dice la tarjeta que el príncipe con su puño y letra le había dejado dentro del regalo. ¿Por qué parecía tener tantos matices? Algunas veces se mostraba como un soberano frío, cruel, despiadado y sin sentimientos. Otras, solo parecía un niño caprichoso que disfrutaba complicar la existencia de los que no eran de su agrado. Sin embargo, muy en el fondo, Helen sabía que era un hombre de buen corazón que se preocupaba por su gente. Pero... ¿en cuál de todas estas facetas debería confiar?
Ok, Helen. Solo tienes una hora.
Se recuerda a sí misma. Asegura la puerta, se quita la ropa y prepara la bañera para asearse de pies a cabeza. Al terminar y pararse frente al espejo, cuestiona lo que está a punto de hacer una vez más. ¿Qué estás haciendo Helen? Respira profundo para calmar sus nervios.
Alguien toca la puerta. Es Claudia.
—Lamento venir a estas horas, pero hemos tenido tanto trabajo esta semana que ya empezaba a extrañarte. — entra y se acomoda en la cama. — ¿Y esto? ¿Qué es? — nota el obsequio a su costado.
—Es...un regalo del príncipe. — confiesa. Sabe que puede confiar en ella.
—¿Qué? ¿Y por qué te obsequiaría algo así? ¿De qué me he perdido?
—No tienes ni idea. — sonríe y se sienta a su lado. — Me hizo una propuesta. Una muy loca en realidad.
—¿Qué tipo de propuesta? — está intrigada.
Helen resopla.
—Quiere que me case con él. — confiesa.
—¿Qué? ¿Es enserio? — Claudia casi salta de la emoción.
—Baja la voz. No quiero armar un escándalo todavía. — intenta calmarla. — Y sí. Es muy enserio. Y la verdad es que no sé qué hacer.
—¿Pero el príncipe no está comprometido ya? ¿Qué pasará con la princesa Robledo?
—Dijo que hablaría con ella y que nadie resultaría herido.
—No te preocupes por ella, lo único que ha visto en Alan junto a la arpía de su madre es la corona, el poder y la riqueza que las acompañaría de por vida. — ambas sonríen. — Sé que tú sí llegarás a amarlo tanto como él a ti. — esto último sí parece sorprenderla.
—¿Tanto como él a mí? ¿Qué dices Claudia? — Helen frunce el ceño con una confusa sonrisa.
—Cuando estuviste desaparecida, no tienes ni idea de cómo lo sobrellevó. Casi se vuelve loco. Y aunque no hizo falta que me lo dijera, ya que en sus ojos era evidente su desesperación, me lo confesó.
—¿Qué te confesó?
—Que te habías vuelto más importante para él de lo que podría reconocer. — la deja sin habla. — Estoy segura de que esta...propuesta es solo parte de su juego para demostrarte lo que es incapaz de decir. Ambos son muy orgullosos para confesarse lo enamorados que están del otro. Así que no me sorprende.
—Yo...no sé qué decirte. — Helen titubea.
—Porque a mí no me debes ninguna respuesta, sino a ti misma. Y a él, quizá. Sé que si llegas a ser reina, harás mucho por nuestro pueblo, así que siempre contarás con mi apoyo incondicionalmente. — aprieta sus manos por encima de las sábanas. — Serás nuestra salvación. — sus palabras y lo que leyó en aquel grimorio, se han convertido en su más fuerte motivación.