La Séptima Constelación

35. El recorrido.

Con los nervios hasta el cielo, Helen se mantiene firme delante de toda la realeza con los ojos puestos en ella. Con el peso de la corona de una princesa en su cabeza, al futuro rey de Francia como su prometido justo al lado y toda (o gran parte de su familia) en contra de esta decisión, mantiene los pies sobre la tierra y recuerda la razón por la que aceptó este compromiso por encima de todo.

— ¿Estás lista para el baile? — le pregunta al oído.

—No, estoy muy nerviosa. La gente no deja de mirarme. — responde en voz baja. Aunque por la melodía, nadie puede escucharla.

—Solo enfócate en mí. Olvida todo lo demás. — con mirarlo a los ojos es suficiente. Suficiente para inhalar hondo y seguir con su papel. El príncipe le extiende su mano y la guía hasta la pista de baile mientras todos se apartan para darles suficiente espacio. Helen se queda quieta en el otro extremo y Alan toca su corazón mientras camina hacia a ella a ritmo de la armonía. El penetrante contacto visual y la sutileza con la que la toca para bailar, hace que los invitados se sumerjan en el amor que muestran tener.

Mientras que el rey, sin poder controlar su evidente ira, se retira del salón.

— ¿Qué está pasando? ¿No era Turquesa la que debería estar aquí? — la reina le pregunta a Gertrudis mientras los observan desde el trono.

—Pasaron muchas cosas ayer, madre. Y Alan...solo tomó una decisión.

— Una decisión que aparentemente tú apoyaste. A tu padre no le gustará nada esto.

—Ya lo sé. ¿Dónde está? — nota su ausencia.

—Se retiró. Hablaré con él y trataré de calmar la situación, pero no te garantizo nada. Sabes que este tipo de compromiso es inaceptable ante la corte. — Gertrudis se queda en silencio y muy preocupada. — Honestamente, a mí no me desagrada. Todo lo que quiero es que mi familia sea feliz, y si Alan lo es con ella, no seré un obstáculo más en su camino. — escuchar esto de la reina era alentador, pero aun así, Belmont tenía el veredicto más fuerte.

— ¿Cómo puede ser posible? ¿Cómo se atreve? — grita el rey, dando vueltas en sus aposentos. La reina lo alcanza e intenta acercarse para apaciguarlo. — Le he pasado por alto muchas cosas que a nadie le perdonaría, pero esto... esto ya es el colmo.

—Tranquilízate, ni siquiera sabes la razón.

— ¡Desafiarme! ¡Esa es la razón! Es lo único que ha hecho desde que tiene conciencia. Esa necesidad de demostrarme que tiene el control de su vida y de que nadie lo pueda manipular.

— ¿Y eso está mal? — la princesa Gertrudis se les une. — ¿No es lo que siempre les has enseñado a mis hijos, a tener autoridad? No puedes culparlo de tomar decisiones cuando solo lo ha aprendido de ti.

—No estás en posición de decir nada al respecto. Lo único que has hecho es justificar su rebeldía contra mí. — el rey se le acerca.

—Tú puedes ser mi padre, ser su abuelo y ser el rey, pero yo soy su madre y por supuesto que puedo hacerlo. Y desde luego te advierto que, ya que me quitaste el derecho de ser la heredera del trono y planeaste toda mi vida solo para usar a uno de mis hijos como tu marioneta; no dejaré que se repita la historia. Si ya elegiste cómo y cuándo convertirlo en rey, al menos déjalo escoger a la mujer que morirá a su lado. ¿Cuál es el problema con eso? — está molesta.

—Sabes perfectamente cuál es el problema. — pasa la mano por su barbilla. — ¿Qué pasó con nuestra ahijada? ¿Qué falta de respeto es esta?

—Ella misma decidió romper el compromiso. No se sentía preparada y quería que Alan tuviera la oportunidad de casarse por amor. — Gertrudis sabía la verdadera razón, ya que por lo que restó de la tarde de ayer, el príncipe no tuvo de otra que decirle la verdad absoluta. Ella era la más testigo de que tanto como Josefina y su hija, estaban ansiosas por este matrimonio, pero tampoco lo revelaría. Mucho menos al rey. Hacerles creer a todos esta mentira era lo más conveniente para todos.

— ¿Casarse por amor? ¿Qué tonterías estás diciendo? ¿Cómo podría amar a una pueblerina?

—Tú te casaste con una pagana. Con la liga que hoy convertiste en tu enemiga. — mira a su madre, quien permanece en silencio sentada en un sillón. — Parece que los Rutherford están condenados a romper las reglas por amor. — el rey traga hondo, porque sabe que su hija, en esta ocasión, tiene razón.

— ¡Vittorio! — vocifera y entra de inmediato. — Trae a mi nieto hasta mí. Requerimos conversar. — ignora las palabras de su hija.

—Enseguida, mi señor. — se inclina y se retira.

—Con esa ira esta misma conversación con Alan no resultará bien. — le advierte. — Y tu salud puede empeorar en cualquier momento.

—Gracias por tu preocupación, hija mía. — contesta con ironía. En cuanto Alan se une, la reina y la princesa Gertrudis se retiran para dejarlos a solas, excepto Vittorio. El rey se acomoda en su sitial mientras Alan lo fulmina con la mirada y espera pacientemente a que empiece a hablar. — ¿Qué tienes que decirme al respecto, Alan? — lo mira a los ojos.

—No creo que tenga que darte ninguna explicación. — responde con mucha calma.

— ¿Por qué te empeñas en complicarlo todo siempre?

—No veo qué complique qué cosa aquí.

— ¡Acabas de dejarme en ridículo delante de toda la aglomeración! — golpea la mesa.

—No golpees la mesa de esa manera, te vas a lastimar. — dice sarcásticamente.

— ¡Basta, Alan! — su cara de seriedad hace que alce las cejas. — Quizás el error siempre fue mío. Por darte un poder que aún no te merecías.

— ¿Y cuál es la causa por la que puedas deducir eso? ¿Que sepa tomar mis propias decisiones?

—Cuando eres el heredero del trono sabes que hay decisiones que debes consultar primero.

—Dijiste, específicamente, que debía buscar a una doncella que sea digna de reemplazar a la reina. En ninguna parte imponía que serías tú el que decidiría quién. Con Turquesa hubo desacuerdos y ella misma renunció. Sencillamente tomé una rápida solución, ya que hoy debía darle a nuestra gente una cara nueva que venerar. — se acerca dos pasos más. — En vez de reprocharme deberías agradecerme. A menos que tu problema realmente sea con la hija del que tu perrito faldero asesinó. — lo deja en silencio, refiriéndose a Vittorio.




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