La Séptima Constelación

36. El picnic.

Después de una ducha, Helen se siente como nueva. Aunque la angustia de no saber qué más le espera en el futuro, aun la atormenta. ¿Cómo podría saberlo? En ese instante, su mente se ilumina con alguien que sí. Cinco. Así que aun con su cabello húmedo, camina directamente hacia el pasadizo secreto de la biblioteca donde estaban encerradas. O, mejor dicho, escondidas.

Cuando los escoltas la ven venir, activan su modo alerta pero antes de que puedan impedirles el paso, Helen usa su hipnosis para que la dejen en paz. Cosa que consigue con éxito. Con una esfera de luz ilumina el camino hasta cruzar los portones que conectan las celdas.

—¡Helen! — se sorprenden de verla. Pero sin decir una palabra y con cara de pocos amigos, fusiona su magia con el material de las rejas y las destroza de un solo movimiento. — ¿Qué haces? — están asustadas.

—Liberándote. — mantiene una prudente distancia. — ¡Adelante, sal! ¿Por qué le temes tanto a la libertad?

—Helen, no pierdas la razón. Hemos avanzado bastante.

—¿Avanzar para qué? — grita. — Puse a mi hermano en peligro esta noche por tratar de ayudarte y seguir una profecía que ni siquiera sé si en realidad me beneficia.

—Te beneficia, y lo sabes. — Helen duda. — Pudiste ver lo que vi yo. Sabes que no estoy mintiendo. — mira a Sylvie con desolación.

—¿Qué tan malo sería que salgan y salven sus vidas en este momento? ¿Qué tan malo sería para el futuro? — se acerca lentamente.

—Moriríamos sin una buena razón y todo este sacrificio sería para nada. Belmont y Vittorio nos matarán y habrá sido en vano.

—¿Que sea la futura reina de Francia no cambia nada?

—Lo cambia todo, pero ambas sabemos que no es solo por las profecías. — lo primero que llega su mente, son sus sentimientos por el príncipe. — Estás aquí porque tienes tu propia sed de venganza. ¿Me equivoco?

—No, no te equivocas. Pero es algo que puedo hacer, y lo haré, con o sin su ayuda. Si van a seguir sacrificándose, que no sea esperando nada de mí. — Cinco traga hondo y Helen se acerca a Sylvie, quien tiene los ojos inyectados en sangre. — ¿Estás bien? — unen sus manos a través de los huecos de las rejas.

—Estoy bien. Algo...triste, pero creo que es incuestionable.

—Siento tanto todo esto. Al final no pudimos protegerte lo suficiente.

—No pasa nada. Ya tengo a quién culpar. — sabe que se refiere al rey. — ¿Pudiste investigar algo más?

—No, solo pude ver el grimorio y parte de la historia de Ann.

—Hablo de la sustancia que Vittorio me inyectó en el baile. Me neutralizó por completo. Ni siquiera podía usar mi magia.

—No había pensado en eso.

—No te preocupes, lo entiendo. No quiero ni imaginarme por todas las cosas que has pasado en estos días. — Helen baja la mirada. — Pero aparte de cualquier profecía o destino que nos espere, siempre podrás contar con mi amistad. — acaricia sus manos y Helen sonríe.

—Lo sé, y te lo agradezco mucho, Sylvie. — las demás también sonríen. Ha sido un momento muy bonito. — Tengo que regresar o empeoraremos todo.

—Sé que cuesta, pero confía en nosotras. Confía en mí. Como lo han hecho ellas por mas de 18 años. — Cinco intenta apaciguar la situación.

—Lo intentaré. Seguiremos el plan. — mira vergonzosamente el desastre que ocasionó al romper las rejas. — Pero no pondré en peligro a la gente que me importa por esto ni por nadie. — les advierte. — Investigaré más sobre esa sustancia y volveré cuando tenga nuevas noticias. — mira a Sylvie, quien le asiente ligeramente con la cabeza.

—Si los escoltas o alguien ve estas rejas así, sabrán que han entrado. — dice otra de ellas. Por lo que Helen reconsidera y así como las destruyó, fusiona su magia nuevamente en ellas para restaurarlas elevando los trozos rotos con auras de su poder, deja la celda intacta. Tal y como estaba. Dejando a las demás sorprendidas.

¿Cuál era el límite su poder?

Alan.

En las mazmorras, el príncipe era testigo de cómo torturaban a los agresores de su prometida y su hermano. Sin piedad alguna, Max lo golpeaba sin parar hasta hacer que rogara por su vida disculpándose por lo que había hecho.

—¡Piedad señor! ¡Por favor piedad! — suplica, con el rostro ensangrentado.

—¿La ibas a tener con mi prometida y mi cuñado? — el príncipe se mantiene con los brazos cruzados, observando desde la distancia.

—Fue un error. No volverá a pasar.

—Lo sé, ya me estoy encargando de ello. — Max vuelve a golpearlo hasta morir. — Ya saben qué hacer con los cuerpos. — dice por último y se retira de aquel oscuro y cruel lugar.

Al llegar a sus aposentos, se quita la ropa instantáneamente y se mete a la ducha. Ha sido un día muy largo para él y para Helen. Helen. Cada que recordaba la posición en la que finalmente estaban, le provocaba una enorme sonrisa. Lo volvía loco. Mientras deja que el agua limpie toda su piel, se sumerge en los momentos especiales que ha vivido con ella. Hasta que cuyos momentos, se ven invadidos por una oleada de recelo por los sinnúmeros sucesos que la incriminan de varias cosas.

Como encontrarla en el bosque desmayada con tres cuerpos calcinados a su alrededor sin nadie más haber estado allí, como su retrato hecho por aquel niño como la última persona que estuvo en el alcázar de Sylvie antes de desaparecer, como la cantidad de veces que parece poder defenderse sola de maneras inexplicables. La extraña anécdota de Loana donde había visto a la séptima estrella ser raptada al mismo tiempo que apareció encerrada en el castillo por Vittorio por órdenes del rey. Eran pistas que no pasaba desapercibidas.

— ¡Alan! — grita Aarón entrando a sus aposentos sin previo aviso (como de costumbre).

—¿Por qué gritas? — Alan sale de la bañera con una toalla en su cintura y se acerca.

—El rey Enrique quiere hablar contigo.

—El que faltaba. ¿Sobre qué? — se seca el cabello y frunce el ceño.




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