Cae la noche.
—¿Sigues enojada conmigo o ya podemos bajar las armas? — le pregunta el príncipe a Helen mientras entra sin permiso a sus aposentos.
—¿No le enseñaron a tocar antes de entrar? Y no, no estoy enojada. — se termina de arreglar el cabello frente al espejo.
—Mi hermano me dijo cosas muy raras sobre ti esta mañana. — se coloca detrás, mirándola a través del espejo.
—¿Qué cosas? — frunce el ceño.
—No sé, tu dímelo. ¿Dónde estabas anoche?
—¿Te dijo que estaba con otro hombre en las sombras del castillo? Me sorprende que Aarón sea capaz de decir tal cosa de mí. — bromea.
—Me dijo que estabas en uno de los pabellones sellados por el abuelo. ¿Cómo pudiste entrar y por qué? ¿Qué buscabas?
—No tengo porqué responderte eso. No sé de qué me hablas. — miente e intenta alejarse, pero el príncipe la sujeta fuertemente y la obliga a permanecer quieta delante suyo.
—Sabes que no me gusta que me mientan y sé cuándo lo estás haciendo, pero por una razón que no comprendo, soy demasiado dócil y tonto contigo. — se acerca demasiado a sus labios.
—¿Tonto? No creo que tenga nada de tonto. Todo lo que hace y dice es para su conveniencia. — se aparta.
Alan pone los ojos en blanco.
—No quiero responder a eso porque ya no quiero pelear más. El inglés firmará el acuerdo finalmente y es suficiente razón para sentirme feliz. Por fin nos lo quitaremos de encima.
—Qué pena, a mí me agrada. — se peina frente al espejo. Intenta provocarlo.
—Lástima que él no te pueda tener... yo sí.
—¿Tú sí? ¿Quién te dijo que era de tu propiedad? — se gira y lo mira.
—Bueno, te recuerdo que con quien estás comprometida es conmigo. No con él. — deja ver piscas de celos en las expresiones de su rostro. — Y por más que quieras demostrarme lo contrario, debes tener presente que pactamos un acuerdo. Uno irrompible.
—Es gracioso que suenes tan amenazante justo ahora y que sepa que realmente no te atreverías a lastimarme. — sus ojos brillan a verse. — Darías tu vida por mí. Y es lo menos que podría esperar siendo tu reina. — el príncipe solo sonríe y se acerca cada vez más. Dejándola sin salida.
—"Siendo tu reina". Eso sonó un tanto...
—Real. — completa la oración. — Tenemos un acuerdo y también te recuerdo que acepté todo esto por una razón. Por varias razones, en realidad. Y no hemos empezado con ninguna.
—Están pasando muchas cosas a la vez, linda. Tenemos que comunicarnos más y no puedo saber lo que piensas mientras siento que me ocultas algo.
—Y vuelves con eso. — pone los ojos en blanco. — No sé qué más esperas que diga.
—La verdad. Las cosas más bizarras que pasan por tu cabeza, lo que quieres hacer después de que seas oficialmente mi esposa, cuáles son tus planes para el futuro, cuáles son tus sentimientos, todo. Eso quiero escuchar.
—¿Cuáles son mis sentimientos? — frunce el ceño mientras pueden sentir la respiración del otro. — ¿En serio quieres escucharlo?
—Sí.
—No lo soporto. Y muchas cosas pasan por mi cabeza, pero la que más me atormenta, es lo que se mueve en mi corazón. — toca su pecho con la mano.
—¿Qué se mueve en tu corazón, dime?
—Amor...ardor, un deseo de amar y ser correspondida que nunca hubiese sentido.
—Es muy afortunado el hombre que ha logrado provocar esos sentimientos en una mujer como tú. Y ojalá seas correspondida.
—Príncipe Alan... ese afortunado...es usted. — en cuanto lo confiesa, siente cómo se libera de una enorme carga en su pecho. Decirlo en voz alta resultó ser más gratificante de lo que esperaba. El príncipe, sin poder creer lo que con sus propios oídos acababa de escuchar, se queda sin habla y retrocede dos pasos.
Ambos hiperventilando y sin apartar las miradas.
—Perdóname. — Alan ladea la cabeza.
—¿Por...qué? — Helen está asustada.
—Por romper la primera condición. — avanza hacia ella y estampa los labios con los suyos. Sujeta sus mandíbulas firmemente y entrelaza la lengua con la suya. Ambos sumergiéndose en el deleite que han reprimido durante tantos meses. La toma de la cintura, la sienta sobre un lujoso baúl y toca sus piernas con atrevimiento.
—Príncipe...Alan. — Claudia los interrumpe. — Disculpen, no sabía...debí tocar antes. — está muy avergonzada.
—Sí, debías. — Alan dice.
—Su hermano lo espera afuera. — mantiene las manos unidas por delante y la cabeza agachada.
—Hablaremos cuando regrese. — el príncipe sabía que se trataba de algo sobre sus recientes investigaciones. Pero antes de irse, le da a Helen un tierno beso en la frente. Tras salir, Claudia cierra las puertas, dándole una pícara mirada a Helen por lo que acababa de pasar. Esta, sin poder controlar sus hormonas y su sonrisa, inhala y exhala y segundos después, sale también. Encontrándose al desagradable de Vittorio por los corredores del castillo. Quien la mira con rechazo y ella con furia. Ya llegará tu hora, maldito. Se decía así misma mientras controlaba sus impulsos.
En el campo de los condenados.
—¿Era necesario venir hasta aquí para sellar un acuerdo? — dice Belmont cuando se desmontan de sus carrozas.
—¿Te refieres al lugar donde murió mi padre? Creo que sí me parece algo...justo. — Enrique le contesta, desde el otro lado.
—Si conocieras a Francia lo suficiente sabrías que este es un mal lugar. — Belmont observa sus alrededores con miedo después de las cosas que pasaron la última vez que estuvo allí.
—Te sorprendería las cosas que sé.
—No serías tan tonto de tenderme una trampa en mis propias tierras, ¿no es así? — el rey sabe que no puede confiar.
—¿Trampa? ¡No, en lo absoluto! Solo necesito que sellemos este acuerdo en el mismo lugar que mi padre murió.
—Una pena que esa desgracia nos haya perseguido por tantos años.