La Séptima Constelación

40. La criatura negra.

Sin pensarlo dos veces, todos los que pudieron trasladaron al príncipe hasta el médico del reino lo más rápido posible. Estaba perdiendo mucha sangre y eso tenía a todos preocupados. A su madre, principalmente. Quien insistió en volver para salvar a sus hijos de la tragedia.

—Niño mío, resiste. —Gertrudis acaricia su cabello mientras se lo llevan.

—Será mejor que tú te quedes. — Aarón le dice a Helen antes de que también pueda acompañarlos.

—No me quedaré, debo ir con él.

—Creo que tienes demasiado que explicar primero. — casi olvida que demostró su poder frente a su familia, a Max y al príncipe en cuestión. — ¡Guardias! Lleven a esta impostora y enciérrenla. — vocifera y los guardias a su alrededor hacen caso.

—¿Qué? ¿Qué crees que haces? — está enojada y confusa.

—Protegiendo a las personas que amo de lo desconocido. — aunque sus palabras son hirientes, logra entenderlo. Así que, aunque sabe que tiene la fuerza para impedir ser llevaba hasta aquel oscuro lugar, no se resiste.

—¿Qué hace? No puede hacerle esto a mi hermana. — Jason protesta, pero los Laurent también son alejados de la familia real por órdenes de Aarón.

—¿Qué vieron mis ojos? Helen... ¿cómo hizo eso? — María estaba desconcertada. — Tú sabes algo ¿verdad? — las expresiones de Lucas lo delatan. — Si es así debes decirme. Debes decirnos. — Jason también tiene preguntas.

—Está bien, les contaré lo que sé. — se resigna.

El campo de los condenados.

Unas voces tenebrosas despiertan al rey de Francia de su desmayo. Su brazo izquierdo estaba siendo carcomido por la mugre negra de la tierra y al percatarse, quitó la suciedad y se puso de pie. El lugar, como hace años atrás, estaba lleno de cuerpos que habían perdido su alma en una nueva batalla. Una que, de milagro, Belmont otra vez había ganado. Todos los guerreros ingleses y parte de los franceses habían sido tragados por el infierno que yacía debajo de sus pies y ya no tenían salvación.

La presencia de Mohat había desvanecido, pero no significaba que no podría volver.

—¡Vittorio! — se acerca a su cuerpo también desmayado y atascado entre las ramas. Con su espada lo libera y da palmadas en su cara para que despierte. Lo que, para su suerte, consigue. — ¡Levántate! Tenemos que irnos de aquí. — Vittorio estaba mareado por el fuerte golpe que tenía en la cabeza pero, aun así, su rey lo ayudó a ponerse de pie y salir de aquel espantoso lugar. Donde todos resultaron muertos, menos ellos.

¿Alguien más podría haber sobrevivido?

Los doctores de la realeza hacían todo lo que estaba en sus manos para salvar al príncipe de la herida mientras su familia esperaba con angustia prontas respuestas y los soldados y plebeyos ayudaban al castillo en las zonas que más fueron afectadas por el fuego. Habían muerto guerreros de ambas nacionalidades. Padres de familias e hijos de alguien que esperaba verlos al amanecer. Juntaron sus cuerpos en una pila y los incendiaron mientras le dedicaban un minuto de silencio a sus almas.

Helen sentía mucho frío, angustia y desesperación por saber de la salud del príncipe, pero tal parecía que no las recibiría dentro de muchas horas. ¿Todo se había ido a la mierda? Se preguntaba mientras intentaba mantener la calma. ¿Qué era aquella figura tenebrosa que vio entre las ramas secas de los árboles? Eran incógnitas que daban vueltas en su cabeza.

—No me lo puedo creer. La mismísima poseedora de la séptima constelación en una celda a mi lado. Qué ironía. — suena la voz de Loana. Su peculiar cabello y diamante incrustado en la frente eran fáciles de distinguir, por lo que la recordó al instante. 

—Tú otra vez. Qué pesadilla. — se toma la situación con más calma de la que puede reconocer.

—Alan siempre tuvo la respuesta de todas sus preguntas frente a frente, pero jamás se dio cuenta. — Helen cierra los ojos, esperando encontrar paz en la oscuridad. — Para todos los que conocen tu poder eres una diosa, pero yo sigo viendo solo a una niña estúpida que no sabe qué hacer con su patética vida. — la mira a través de las rejas.

—Ten cuidado, le hablas a la futura reina de Francia. — responde con ironía.

—¡Pero eso no es suficiente! No podrás hacer nada con esa estúpida corona.

—Pareces saber más sobre mí que yo. ¿Hay algo que quieras compartirme?

—Puedes destruir este castillo completo si así lo deseas, pero aquí estás. Dejándote doblegar por los que se creen dueños de todo. — Helen guarda silencio. — Tienes el poder de toda una maldita constelación en tu interior. Puedes invocar rayos de luz, abrir portales, destruir sombras, levantar maldiciones, calcinar a todo un ejército con tus potenciadoras y liberar a Francia de este maldito reino.

—¿Con mis potenciadoras? ¿Qué quieres decir? — frunce el ceño.

—Las otras seis. No son solo más que tus amplificadoras. "Cum septem constellationes convenerint, magia irrevocabilis erit/ Cuando las siete constelaciones se unan, la magia será irreversible". Eso decían las escrituras que leí en latín. No sé porqué no usan su poder para salir de aquí. — la confusión es evidente en Loana.

—No es tan simple. Han estado encerradas aquí por más de 18 años. No conocen otra cosa más que las rejas del castillo. Y por más que se intente ayudarlas...parecen tener su propio plan. Uno del que ya soy parte.

—¿Qué plan?

—Quinta. Ella ve el futuro. Me ha mostrado cosas que aún no logro entender.

—¿Y cómo sabes que puedes confiar en ella? ¿Cómo estás segura de que no está cambiando esas visiones a propósito? Piénsalo. ¿A quién es el único que le conviene que permanezcan allí? — sus suposiciones la hacen dudar. Aunque nunca se haya fiado de ella del todo.

Horas más tarde.

Mientras el coronel Cristóbal cuestionaba las acciones de su hijo menor, el príncipe se debatía entre la vida y la muerte. Los sanadores del reino atendían a los heridos y otros guerreros reconstruían los desastres que las peleas ocasionaron. Todos murmuraban y les aterraba no solo el ataque de los ingleses, sino el poder que presenciaron de la prometida del futuro rey de Francia que, aunque lo reconozcan o no, los salvó.




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