La Séptima Constelación

43. Más respuestas.

Día siguiente.

Un nuevo día en Francia, pero no uno cualquiera. Todos se levantaron horas antes para empezar a preparar el gran casamiento real entre el príncipe y Helen. La princesa Gertrudis, sin poder conciliar el sueño haciendo una lista de cosas que hacían falta, envió a sus organizadoras a buscar todos los materiales y decorativos que había encargado. Empezaron a mover arcos, flores importadas de otros países, cortinas y demás hasta el pabellón real, donde realizaban todas las actividades importantes de la realeza.

La mucama entra con todas las siervas a los aposentos de Helen pero se sorprende al verla levantada y completamente lista para un nuevo día. Sin saber qué decirle y asimilando la situación, la mucama observa lo organizada que estaba la habitación.

—Oh, sí ya sé. Sabía que este día iba ser agotador así que me ahorré dos horas de sufrimiento. — Helen se acomoda los guantes. — Las dos o tal vez más horas que iban a tardar aseándome, peinándome y alistándome para este día, los invertí y me les adelanté. Tengo cosas que hacer y solo así no tendrán excusas para detenerme.

—Pero niña, debes...

—Debo salir por esa puerta ahora. Hay una carroza esperándome, tengo algo que resolver. — la interrumpe. — Cuando regrese seré toda suya.

—Debió de anticiparme esto, ya tenemos toda una agenda preparada que debe llevarse a cabo. En cuanto regrese debe....

—En cuanto regrese tengo un desayuno. — vuelve a interrumpirla. — Tengo un desayuno con...el príncipe. Mi prometido. — dice lo primero que se lo ocurre para escapar de ella. — Y como entenderá, no debo hacer esperar al próximo rey de Francia. — la mucama traga profundo. — Ahora, si me permite. — los siervos se hacen a un lado para dejarla salir y lo hace con una sonrisa de victoria.

Al salir, sus hermanos estaban esperándola delante de una carroza.

—Hasta que sales, estaba a punto de entrar a buscarte. — Lucas le dice.

—Lucas, no tienes que venir. Podemos hacer esto.

—Por supuesto que quiero ir. No creo que a estas alturas algo me asuste más. — está muy decidido.

—Llevo algunas ballestas. Pude sacarlas del armamento de Max. Debemos darnos prisa. — Jason las muestra.

—Sí, vámonos antes de que alguien quiera detenernos. — suben a la carroza y emprenden la ruta hasta el campo de los condenados, donde más respuestas esperan encontrar.

Alan.

Sin suficiente drama para empezar el día, el coronel Cristóbal convoca una reunión con sus hijos para tener una charla de padre a hijos hasta asegurarse de que entiendan la importancia de tener una buena convivencia entre hermanos, más en un día como este. Pero la verdad es que ya habían arreglado sus diferencias anoche, cuando se confesaron sus miedos.

Cuando culminan la plática, Alan se prueba varios trajes especiales que habían confeccionado para él. Todos les quedaban de maravilla, pero el negro con detalles bañados en plata superaba las expectativas. Los colores siempre eran los mismos, pero cada vestuario tenía algo diferente que el anterior. Cuando los costureros terminan con él, aprovecha el espacio a solas para visitar a su abuelo en el trono, quien leía y observaba mapas con una lupa en manos. 

Parecía muy concentrado.

—Su majestad: el príncipe Alan. — los guardias lo anuncian.

—Alan; qué gusto verte aquí. — deja todo lo que hace a un lado.

—Sí, lo noto. De hecho, me he percatado de lo repentinamente feliz que estás con este compromiso. Al cual te oponías en primer momento. — cruza sus manos por la espalda.

—Todos podemos cambiar de opinión. Solo estoy confiando en tus decisiones.

—¿Y sabes qué es lo que más odio en el mundo? Las mentiras. — lo mira fijamente. — Ya sé toda la verdad. Siempre lo supe, de hecho. Pero a veces genuinamente te daba un voto de confianza para pensar que no eres tan cruel como realmente lo eres.

—Hay una razón. Detrás de todo siempre la hay. 

—Una que es injustificable. — alza la voz, pero logra calmarse rápidamente. — ¿Qué quieres con Helen? ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones? Porque sé que las hay.

—Solo estoy feliz por ti. Supiste escoger muy bien. Ella es perfecta para esto.

—Perfecta para cumplir tus horribles planes. Porque eso es lo que realmente quieres, ¿no? — se acercan. — Quieres usarla como a las demás. ¿No era lo que tanto te faltaba para completar tu demencia?

—¿Usarla como a las demás? — el rey frunce el ceño. ¿Qué tanto su nieto sabía sobre sus planes? — No puedes hacer preguntas cuyas respuestas jamás entenderías.

—Oh, yo creo que sí las entiendo, pero no estoy de acuerdo. Nunca lo estuve. — la incertidumbre del rey era tangible. — Sabíamos de tu enfermiza colección de jovencitas inocentes y no tienes idea de lo angustioso que es crecer con esa impotencia en el corazón. Saber que algo está mal y no tener el poder de hacer algo al respecto...porque tú eres el rey.

—¿De qué estás hablando, Alan?

—Te vimos, Aarón y yo, hace 18 años. Éramos apenas unos niños, no entendíamos, pero aun así, sabíamos que algo estaba mal. — el rey se relaja. — ¿Ahora entiendes mi desprecio? — los ojos del rey se llenaron de lágrimas.

—Todo lo que...

—"Todo lo que haces es para protegernos". Sí, ya he escuchado eso demasiadas veces. — lo interrumpe. — Pero no te das cuenta de que todo lo que nos pone es riesgo, lo has creado tú. Tú provocaste al rey Enrique al asesinar a su padre primero en aquella guerra, tú condenaste a Francia a su sequía por usar demasiadas fuerzas que no conoces y esa..."criatura negra" que describes, está aquí porque tú liberaste una maldición que no nos correspondía en primer lugar. Todo está pasando porque tú te obsesionaste con esto.

—Iba a pasar de todos modos.

—¡No! Porque si no te hubieses enfocado en seguir una maldita profecía, hoy siete mujeres no tendrían estos poderes. Esa criatura no estaría asechándonos desde la oscuridad y todos viviríamos una vida normal. Sí, quizás con guerras, pérdidas, etapas difíciles y cualquier situación complicada que en los reinos se pasa, pero no con todo esto. — Alan desata los nudos en su garganta que desde pequeño estuvo reteniendo.




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