La Séptima Constelación

44. El gran casamiento.

Día siguiente; hora del gran casamiento.

Las campanas sonaban y tanto la nobleza como la realeza, se acomodaban en sus respectivos asientos en el templo. Estaba adornado con flores azules, verdes y blancas importadas de otros países. Toda la vestimenta del reino era azul marino como el extravagante traje del príncipe. Quien cuando todos ya están listos, entra y camina por la alfombra negra hasta llegar al altar, donde se encontraba el papa con sus monaguillos y monjes, y detrás sentados en los tronos, la reina y el rey.

Alan mira al rey sin emociones, pero muy en el fondo le preocupaba lo que Mohat le estaba haciendo por dentro. La princesa Gertrudis estaba muy feliz, lucía radiante con un hermoso vestido azul oscuro con detalles plateados al igual que todos los Rutherford. El coronel estuvo a su lado en todo momento. Algunos de los invitados más importantes estaban allí: La familia Robledo, la familia Laurent y demás), en espera de la novia. Quien detrás de los portones se mantenía de pie.

Su vestido era tan grande que cubría toda la entrada. Estaba compuesto por varias capas que se ajustaban a su medida. Su escote llevaba forma de corazón con un juego de mangas abrochadas en la espalda. A pesar de ser completamente blanco, tenía detalles de estrellas y media lunas confeccionadas en todas partes. Su cabello caía en hondas hasta su cintura con muchas perlas en él, junto con un hermoso y extenso velo que cubría su rostro.

Como lo pidió, sus damas de honor eran sus compañeras de profecía. Pero la ausencia de Odette era demasiado notoria en un momento tan importante como ese. 

¿Dónde estás Odette? Se preguntaba.

—Me equivoqué, no estamos listas para esto. — Cinco dice nerviosa de pie a su lado.

—Ya es demasiado tarde, no avanzamos tanto por nada. — Helen le recuerda. — Además, ¿no era lo que tanto querías?

—Hay... demasiada gente aquí. — dice Dos.

—Chicas, esto es normal, la vida que tenían ahí dentro no lo era. Este es un paso enorme, si renunciamos ahora, jamás nos libraremos del rey. — Sylvie intenta hacerlas entrar en razón. Todas llevaban hermosos vestidos azules con los mismos detalles de estrellas y media lunas.

—Son más fuertes de lo que creen, pueden con lo que sea. Reclamen la libertad que siempre les correspondió. Que toda esa injusticia sea su mayor motivación para jamás rendirse, mucho menos ahora. — se toman de las manos y sus marcas se iluminan, llamando la atención de algunos monjes que merodeaban por los alrededores.

—¿Estás lista? Ya es hora. — Jason se les acerca. Será quien la entregue al altar.

—Sí, estoy más que lista. — responde con una sonrisa. Jason le ofrece su brazo y ella lo une con el suyo. La tristeza de saber que de su padre no estar muerto, él la entregaría personalmente al altar, a Alan, la invade. 

Cuando agacha la mirada y la vuelve a levantar, en vez de Jason, ve el rostro de su padre. Mezclándose con la gran luz que atraviesa por los ventanales. Conmovida, se queda perpleja y sus ojos se llenan de lágrimas al instante.

—¿Papá? — apenas le sale la voz.

Estoy muy orgulloso de ti, princesa. Escucha su voz decir, pero su rostro no mueve los labios, solo le sonríe. Lo que la llena de felicidad y sus lágrimas salen sin cesar.

Te amo, nunca lo olvides.

Le da un beso en la frente y Helen abre los ojos, regresando a la realidad.

—¿Fue él verdad? ¿Papá estuvo aquí? — Jason lo nota y sus ojos también se llenan de lágrimas. Helen solo asiente y ambos sonríen de conmoción. — Ya lo ves, jamás nos ha dejado solos. — la voz del vocero real se oye fuertemente anunciar su entrada y los músicos están listos para empezar la melodía.

—...y con nosotros, nuestra próxima reina, la prometida que hoy se convertirá en la esposa de nuestro heredero: Helen Laurent. — en cuanto los enormes portones se abren, la melodía comienza. Todos se ponen de pie para recibirla, pero ella no puede avanzar por los nervios.

—Vamos, tú puedes. — Jason le susurra y la sostiene del brazo fuertemente. Cuando comienzan a caminar, todos los ojos se enfocan en ella y en lo hermosamente colosal que lucía en ese momento. Incluso Turquesa la miraba con orgullo. El rey apretaba con fuerza el apoyabrazos de su asiento al ver a sus prisioneras caminando entre tanta gente con tanta seguridad y la reina lo notaba.

Cuando Helen enfoca su mirada solo hacia la de su futuro esposo, todos desaparecían a su alrededor. "Solo seremos tú y yo" "Solo tú y yo"; sus palabras se repetían en su cabeza, proporcionándole la fuerza y la tranquilidad que necesitaba. Alan baja un escalón y extiende su mano para recibirla. Sin apartarse la mirada ni en un solo momento. Las damas se situaron tal y como les habían instruido: tres de un costado y tres del otro, evitando el contacto visual con el rey. Excepto por Sylvie, quien por instantes lo observaba con rabia.

Entre Helen y Alan no había lugar para problemas en aquel momento tan especial, solo ellos y sus sentimientos. Solo amor y felicidad.

El papa comenzó con los sermones que una ceremonia como tal ameritaba, poniendo su matrimonio en manos divinas para que perdurara sobre cualquier circunstancia. Momento que teletransportó a la reina a su boda con Belmont, que para en ese entonces, no tenía idea de lo que al pasar de los años se iba a convertir.

—Siendo así, oficialmente los declaro: esposo y esposa. ¡Larga vida a los próximos reyes de Francia! — el papa atestigua después de haberse colocado los anillos y aceptar pasar el resto de sus vidas al lado del otro. El príncipe sin dejar de sonreír levanta el velo de su ya esposa con sutileza y descubre una vez más, la belleza que la caracteriza. Y frente a todos, sellan su compromiso con un gran beso de amor.

La multitud se levanta y aplauden mientras salen del templo camino al castillo, donde continuaría la celebración. Muchos pueblerinos también esperaban en las afueras de la iglesia y gritaban de alegría por aquel matrimonio. A fin de cuentas, se había casado una de ellas. Una pueblerina.




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