La Séptima Constelación

45. La posesión.

Los recién casados finalmente regresaron al castillo, donde todos los recibieron con alegría. Su retorno era importante para todos, pero para Helen (ahora con Ann dentro de ella) era solo intriga por conocer una nueva cultura a la que todavía no estaba físicamente acostumbrada. María Laurent, junto a Lucas, había regresado al pueblo en una vivienda y una panadería con mejores condiciones que su hija había ordenado para su ella. Sus sirvientes le muestran su nuevo aposento (el mismo de Alan pero acomodado para dos) y organizan sus pertenencias.

—Tengo que hacer algo fuera, pero volveré para la cena, ¿crees que resistas el primer día sin mí? — Alan esboza una media sonrisa. Ann frunce el ceño por unos instantes y su expresión cambia cuando recuerda que debe actuar como Helen si no quiere arruinar sus planes.

—Por supuesto. Mantendré todo bajo control. — sus manos siempre están por encima de su cintura (costumbre que tuvo como diosa de Grecia) y el príncipe lo nota, pero no le da importancia.

—Lo de princesa te sienta muy bien. — se acerca y le da un beso. — Nos vemos al anochecer. — le guiña un ojo y Ann solo sonríe para aparentar, pero en cuanto el príncipe se marcha, asquea su beso y observa todas sus pertenencias con dedicación. Habían muchos vestidos que no eran de su agrado. 

El estilo de Helen era un -A para sus costumbres. 

—Princesa Rutherford. — la mucama la hace saltar del susto. — ¿Quiere algo para desayunar?

—Lo que quiero... es que toque antes de entrar. — dice, con mala cara.

—Claro, le ofrezco mis disculpas.

—Y sí, me muero de hambre. Necesito desayunar o me moriré por segunda vez. — se ríe de su propio chiste, aunque la mucama no comprenda lo que dice. — Me gustaría pan tostado con mucho queso y algunas frutas.

—Lo ordenaré para usted.

—Perfecto. — la mucama se retira y Ann respira profundamente. — Bien, veamos qué más hay por aquí. — sale de sus aposentos y recorre todo el castillo. Cada persona que se cruzaba con ella hacía una reverencia, todos excepto Jason. A quien evitaba a toda costa.

—¡Helen, querida! — la princesa Gertrudis se le acerca. — ¿Qué tal estos días? ¿La has pasado bien? — siguen caminando, a lo que Ann no sabe qué responder. — ¿Cómo ha sido Alan? ¿Ha cumplido tus expectativas?

—Sí. Es un buen...esposo. Se ha comportado a la altura. Pero podré darle una respuesta más específica al pasar del tiempo. Todos nos fallan alguna vez. — su posición confunde a Gertrudis.

—Comprendo, pero conozco a mi hijo. Algo que lo caracteriza es que es leal.

—Ser fiel y ser leal son cosas distintas, señora. — su voz suena más profunda ahora. — Pero su hijo es muy...lindo. Ya se casó y pronto será el rey. Eso es lo que importa ¿no? — la princesa no sabía qué responder a eso. — Por cierto, acabo de ver todos los vestidos de mi armario y honestamente son horribles. Necesito algo más fresco. Me asfixiaré con tantos harapos.

—Seleccionamos según tus gustos.

—Pues ya cambiaron. ¿Cree que pueda ayudarme en eso, suegra? — le sonríe.

—Por supuesto. Hablaré con las modistas. 

—De preferencia blancos y....algo de dorado. — vuelve a sonreír. — Seguiré caminando un poco. — se despide y sigue su camino, dejando a la princesa entrañada por la nueva e inusual actitud de su nuera.

Ann sigue caminando hasta que encuentra el templo donde el rey solía adorarla. Ver parte de las cenizas de su escultura le trae recuerdos. Su pasado estaba lleno de ellos y su mente se encontraba en una lucha interna con los de Helen.

—Sabía que volverías aquí. — el rey se acerca. — Tardé, pero cumplí mi promesa. Solo espero que se me otorgue lo que merezco. — Ann lo fulmina con la mirada.

—Dime algo, Belmont: ¿qué harás con la inmortalidad si le cederás la corona a tu nieto? ¿Los verás a todos morir mientras tú vives? — camina a su alrededor.

—Podré protegerlos. Los salvaré de la peste.

—¿Protegerlos? Mohat no es tan fácil de vencer. 

—Y por eso estás aquí. Es nuestro trato.

—Mi trato es otorgarte la inmortalidad. Seguiste una profecía y por esto estamos aquí. Pero...puedo darte más que eso si me ayudas en algo más.

—Te escucho. — el rey estaba dispuesto a todo.

—Quiero que me ayudes a traer mi cuerpo aquí. — confiesa. 

—¿Qué? ¿Desde Grecia? Eso es imposible.

—Todos sabemos que nada es imposible para ti, Belmont. Puedo crear un mapa para tus hombres con las coordenadas exactas de donde está. Puedes llevarte a unas de las seis para que te faciliten el trabajo.

—Suena muy sencillo, pero no lo es. ¿Cómo lo sacaremos sin que los emperadores se den cuenta?

—Jules ralentiza el tiempo. Será la adecuada para la misión. — Ann las conocía por sus nombres. Se refería a "Uno".

El rey lo pienso unos segundos.

—Bien, iré yo mismo. Pero primero necesito asegurarme. — Ann ya sabía qué hacer. 

Cierra sus ojos y une sus manos de forma peculiar hasta de alguna manera, controlar el cuerpo del rey. Lentamente abre una herida en su pecho que gotea sangre y forma una esfera de luz dentro de él, eliminando aquellas manchas negras que se adueñaban de todo su interior. Proceso que fue muy doloroso para el rey. Cuando poco a poco se recupera, siente más fuerza. Ya no se sentía tan casado ni moribundo, ahora estaba más seguro de que nada malo le podría pasar.

Se levanta, con una sonrisa de victoria.

—Muy bien, ¿cuándo empezamos la misión? — estaba a su merced.

Inglaterra.

Odette lloraba todas las noches en sus aposentos por estar lejos de su madre, pero cuando despertaba, enfrentaba al rey Enrique con más poder. Estaba muy seguro de convertirla en su esposa a pesar de sus amenazas y lo haría más pronto de lo esperado. Todas las mañanas la llamaba para desayunar en su largo y solitario comedor.




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