La Séptima Constelación

47. La corona de perlas.

Al caer la noche y aun sobrellevar las emociones y el miedo que todos sentían después de aquella batalla, intentaban conciliar el sueño. El príncipe Alan tomaba una ducha, pero su tranquilidad se ve interrumpida cuando al salir se encuentra con Ann, recostada en su cama.

Intenta respirar para clamar paciencia. 

—¿Por qué tan asustado? Solo soy yo, tu esposa. — Ann usa su ironía.

—Eres una pesadilla. — pone los ojos en blanco y sigue poniéndose la pijama. — No pienso compartir el lecho contigo. Así que disfruta la comodidad de la soledad. 

—No puedes dormir en otros aposentos, levantaría sospechas y entonces sí tendremos problemas. ¿Cómo le explicarías a tu familia que tu esposa ha sido poseída por una diosa? — se ríe de pensarlo. 

—¿Quién dijo que dormiría fuera? — lanza un almohadón en el diván de sus aposentos. — Mañana encontraremos lo que necesitas y volveremos a la normalidad. 

—Piensas que será sencillo, ¿verdad? No lo es, te lo advierto. 

—Si algo nos pasa, creo que tú sí ya estás bastante advertida. No juegues conmigo. — le lanza una mala mirada y se recuesta en el diván, pero ¿podrá realmente descansar?

Sale el sol. 

Un desayuno más en el que todos notaron que el rey estaba más alegre de lo regular, y todos sabían que era una mala señal, ya que solo lo estaría si tuviera planes en mente del que jamás estarían de acuerdo. La princesa Gertrudis y la reina, también sabían que algo andaba mal con Helen, ya que desde que regresaron, actuaba diferente. 

—Hijo, ¿puedo hablarte un segundo? — Gertrudis alcanza a Alan por los corredores. Él asiente y van a su despacho para conversar con más privacidad. — ¿Está todo bien con Helen? — pregunta directamente. 

—Sí, ¿por qué lo preguntas?

—Es que los he notado muy extraños desde que regresaron, ¿algo salió mal?

—No, madre. No pasa nada, no tienes nada de qué preocuparte. — intenta calmar sus sospechas.

—Ok, confío en tus palabras, pero si algo pasa, sabes que puedes contarme, ¿lo sabes? — el príncipe aguarda unos segundos de silencio. 

—Lo sé. Todo mejorará. Solo ella...se está adaptando. Es mucha presión. 

—Lo comprendo. Solo espero que sea valiente. Pronto recibiremos visitas de otras naciones y deben estar preparados. Sé que estas cosas los estresan, pero es el deber del futuro rey y la reina. — toca su hombro. — Asegúrate de que esté bien. — le da un beso en la mejilla y se marcha. 

Inglaterra. 

Todo estaba listo para la gran boda entre Odette y Enrique. Una organización digna de la realeza inglesa. Enrique llevaba un traje rojo con la vestimenta característica de Inglaterra mientras que Odette levaba un hermoso y significativamente vestido blanco. Con cara de pocos amigos y cero ánimos, no le quedaba de otra que hacerlo, aunque no era lo que deseaba. Tenía que resignarse a su nueva realidad. 

Cuando sale del salón donde la preparaban, otra doncella choca bruscamente con ella. 

—¡Oye! — Odette refuta.

—Debes matarlo si quieres escapar. Sé inteligente y úsala con cuidado. — le susurra y le pasa discretamente una daga cubierta de cuero blanco. Odette, aun sin comprender, la observa con el ceño fruncido y al subir la mirada, aquella chica misteriosa ya no estaba. 

"Debes matarlo si quieres escapar". Aquellas palabras se repetían en su cabeza. 

—Señorita, el rey la espera. — otra de sus sirvientes le avisa y la guía hasta el pabellón donde todos la esperaban. Sin tener claro lo que tenía o debía hacer, siguió con el papel. Caminó lentamente hacia el rey Enrique mientras todos se ponían de pie al su pasar. 

Escondió aquella daga entre su vestido y posó al lado del rey. 

—Te ves hermosa. — Enrique la elogia, pero ella no le contesta. El sacerdote da los sermones y pregunta a cada uno si aceptan a su pareja como su cónyuge por el resto de sus vidas, a lo que el rey no duda en responder que sí; en cambio Odette, guardia silencio, consumiéndose de nervios por dentro. ¿Qué pasaría si respondiese que no? Provocaría un escándalo, enfurecería a Enrique y aun así, la obligaría a aceptarlo. ¿Y si le clavara la navaja? Los guardias la matarían y no lo haría sufrir como lo merecía. 

—Señorita...debe responder. — el sacerdote la presiona mientras todos murmuran. 

—Yo... — mira a Enrique, quien solo mantiene su vista al suelo, sin presionarla. — Acepto. — finalmente dice. A lo que el sacerdote los declara marido y mujer. Donde seguido, le entregaría la corona, convirtiéndola en la nueva soberana de Inglaterra junto a él. 

—¡Larga vida al reino de Inglaterra!

—¡Larga vida al rey y la reina! — todos gritaban, mientras Enrique miraba a Odette con una satisfactoria sonrisa. 

Francia. 

Aarón ya tenía todo preparado para empezar la búsqueda, pero antes, necesitaba algo más. Va hasta el campo de entrenamiento donde Vittorio estaba para pedirle una última cosa. 

—¿Puedo servirle en algo príncipe?

—Sí, necesito más del líquido que vulnera a Ann. 

—¿Puedo saber para qué? ¿No lo tenían controlado anoche?

—Solo haz lo que te pido. No lo haría si no fuera importante.

—Está bien, solo quiero saber si puedo ayudar...personalmente. 

—Tu lugar es con el abuelo. Con tu silencio será más que suficiente. Ahora, necesito el líquido. — lo presiona y Vittorio asiente. Lo lleva hasta su aposento y le entrega cinco frascos delgados con aquello. 

—No sé cómo esto funciona contra ellas, pero todo pasa por una razón. 

—Nunca pensé que estaríamos de acuerdo en algo. 

—Sé que estar del lado del rey es estar contra ustedes, pero aun así, sigo guardando silencio porque sé que esa cosa dentro de la princesa Laurent puede lastimarlo más de lo que ustedes lo harían. Así que haré todo lo necesario para hacerla desaparecer. — Vittorio dice y Aarón lo comprendía. 




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