Sale el sol.
Después de un largo y tedioso día Francia tenía un nuevo amanecer. Tras ser atendida por médicos del reino y descansar largas horas de la noche, Helen finalmente despierta. Con una ola de recuerdos borrados no lograba concentrarse con la realidad. Estaba sola en sus aposentos con muchas preguntas y desconcierto.
- ¿Cómo te sientes? – la voz del príncipe irrumpía el sosiego de la habitación. Estaba sentado en el sillón frente al lecho.
-Confundida. ¿Qué fue lo que me pasó? – intenta mantener la calma.
-Tengo varias opciones para responder a eso. Pero me concentraré en el hecho de que estás devuelta. Estás bien. – estaba enfadado y ella lo sabía.
-Solo quería protegernos. No tenía mas opción.
- ¿Y cómo terminó eso? ¿Que no te advertí que no podías confiar en el rey? – se levanta y se coloca el saco de su traje. – Prometí protegerte y eso intento, pero es inservible cuando se trata de alguien que hace todo menos lo que le dices.
Helen agacha la cabeza.
-Lo siento, Alan. Siento haberme ido esa noche. – se siente apenada. – Y no me puedo imaginar todo lo que tuviste que pasar mientras yo… - no sabe cómo explicar lo que le había pasado. – …mientras yo no estaba.
-Escucha… - se sienta en la cama con ella. – Sé que quieres hacer algo bueno con lo que tienes pero cual sea que sientas que es tu propósito jamás importará mas que salvarte. Amarte no estaba en mis planes, pero ya que estás… - bromea y sonríen.
-Prometo hacerte más caso la próxima vez. – se ven a los ojos.
-Eso me complacería. – acaricia su mejilla y une suavemente sus labios con los suyos. – Me alegra que estés aquí. Las chicas podrán ponerte al día. – se pone de pie y camina hasta la puerta.
- ¿A dónde vas?
-Hay ciertos asuntos que requieren mi atención. Volveré para el almuerzo. – le da un beso en la frente y se marcha.
En los aposentos reales.
Belmont estaba feliz, después de tantos años sentía que había cumplido su propósito. Había conseguido lo que tanto anhelaba. Ahora, con el don de la inmortalidad, quería asegurarse de que toda su familia estuviera a salvo, pero quién los salvaría de él. La reina, en cambio, empezaba a sentirse mal. Había recurrido a atenciones médicas en secreto pero no había recibido buenas noticias mas que tener la probabilidad de padecer de una enfermedad severa que podría acabar con su vida lentamente.
- ¿Por qué tan feliz esta mañana? – le pregunta mientras sus siervas le arreglan el cabello.
-Nuestras victorias son mas que razones suficientes para estar felices. Hemos derrotado a esa criatura del averno, hemos salvado a nuestro reino. La suerte finalmente está de nuestro lado.
-Yo no le llamaría suerte. Porque de tenerla nada de esto nos pasaría en primer lugar. – lo deja en silencio. – En fin, solo me importa que nuestra familia esté bien. ¿Desayunarás con nosotros hoy? – se pone de pie, ya lista.
-No. Estaré ocupado en el trono. Tengo que hacer algunas innovaciones. – come una uva y se retira de la habitación.
En las afueras del castillo.
- ¡Hey! ¿A dónde vas? – Aarón alcanza a su hermano tras verlo salir.
-Daré un paseo. – se monta en el caballo.
- ¿Un paseo a estas horas? No te creo. ¿Puedo ir contigo?
-No es necesario. Puedes quedarte para asegurarte de que todo esté bien por aquí.
-Para eso ya tienes a Max. Iré contigo. – toma otro caballo y cabalgan juntos hasta el pueblo.
Después de comer algo, las ahora cinco doncellas le narraron todo lo ocurrido tras los últimos dos meses a la princesa Laurent. Información que la dejó aun mas aturdida que como había despertado aquella mañana. El rey la había traicionado, se había salido con la suya después de todo y eso la enfurecía. Jules había muerto por ser parte de sus caprichos. Había muerto creyendo en que Helen sería su salvación. Pero ahora sin su poder, toda esperanza de que eso fuera posible desvanecía.
-El príncipe Alan hizo todo lo que estuvo en sus manos para liberarte de ella. – Ana dice.
-Y lo consiguió. – Sylvie comenta.
- ¿Por qué aceptaron ayudar al rey a buscar el cadáver momificado de Ann?
-Era la única manera de sacarla de ti. De no recuperarlo, jamás te redimiría. – Ana contesta.
- ¿Y ella dónde está ahora?
-Anoche…me dijo algo inquietante. – Ana recuerda sus palabras. – Dijo que mataría a los dioses, que alguien los había despertado.
- ¿Quién? ¿Eso qué significa?
-Significa una amenaza para ella. Y también para ti.
- ¿Para mí? ¿Por qué para mí también?
-Porque básicamente representas lo mismo que ella. Aunque ya no tengas tus poderes ellos creerán que sí y se asegurarán de descartar cualquier riesgo.
- ¡Genial! ¡Era justo lo que me faltaba! – Helen estaba fastidiada.
-Ann detuvo a Mohat pero…algo me dice que sigue ahí, observando desde la oscuridad.
-Mohat justo ahora me importa un comino, ha pasado justamente todo lo que quería evitar y ¿ahora qué? ¿Cómo se supone que proteja a los que amo sin mis poderes? Estamos expuestos. Estamos indefensos.
-Aun te tenemos a ti. Eres Helen Laurent. Y ahora eres una Rutherford. Sácale provecho. – Sylvie le recuerda. Lo que la hace centralizarse y recobrar la cordura.
- ¿Sabes qué? Tienes razón. Les voy a demostrar una vez mas quién soy. – dice y se retira de sus aposentos. Con un fastuoso vestido azul con detalles bañados en plata camina por los corredores del castillo en dirección al trono, donde el rey se encontraba, haciendo planes con Vittorio. Los guardias intentan detenerla pero accede de igual manera.
- ¡Mi lord, intentamos detenerla pero…!
-Tranquilos, ya conocemos a mi nuera. Siempre tan…oportuna. – dice, irónicamente. - ¿Qué podemos hacer por ti? – se acomoda en su trono.
-Todo lo que tenía que hacer, era cumplir con su palabra ¿y qué fue lo que hizo? – está furiosa.