La Séptima Constelación

51. La séptima constelación.

—¿Sabes qué clase de fenómeno es este? — Alan se reúne con Loana, Vittorio, Aarón y sus soldados.

—Es Bemus. El cazador del que Ann tanto nos habló. Está aquí para matarlas y lo está cumpliendo. — Loana responde.

—Sé que lo voy a decir probablemente sea una aversión pero…Ann tenía razón. Debimos hacerle caso cuando nos advirtió sobre él. — Aarón dice.

—¿El rey dónde está? — Vittorio pregunta, refiriéndose a Belmont.

—Lo tienes enfrente. — Alan lo mira firmemente. — No veo al abuelo desde que terminó la coronación. Espero que mamá y la abuela estén a salvo.

—¿Cómo podemos vencer a nuestra nueva amenaza? Si es que existe alguna. — Aarón pregunta a Loana, quien se queda en silencio. — ¿Sí la hay cierto?

—Nuestra única esperanza, ya no tiene lo que necesita. Es uno de los primeros dioses, es imposible vencerlo desde aquí. — se sincera. — Solo podemos darle con lo poco que tenemos. Al menos ganamos tiempo. — Vittorio sabía que entregar a Helen a aquel Dios era la solución pero decirlo en voz alta sin morir en el intento no era una opción.

—Bien, entonces démosle con todo lo que tenemos. Vittorio, reúne a todo el ejército. Incluso pueblerinos. Todos los que sean necesarios. — acata la orden de inmediato. — Loana, sin tus habilidades no me sirves aquí. Ve con Helen al vaticano y protege tu vida.

—No hagas esto de nuevo, sabes que vas a perder. — ya sabía que no podía darle órdenes. — Pero ya tengo mi propia meta. Debo asegurarme que alguien siga con vida al anochecer. — se refería a Silas. — Antes de irme… ¿llevas el amuleto que te di? — se acerca mas a Alan.

—Sí, siempre lo llevo. Creo que se ha vuelto parte de todos mis atuendos. — lo saca de uno de sus bolsillos.

—Bien, eso me deja mas tranquila. Al menos sé que si mueres, con esto vas a volver.

—Eso es muy aterrador, Loana. — Alan no creía en esa teoría. — Cuídate.

—Tú también. — dice y se marcha.

En el vaticano.

Los gritos y explosiones que se lograban escuchar desde lejos, ponía a los hermanos Laurent aun mas nerviosos de lo normal. Estaban encerrados en una cómoda habitación con todo lo necesario pero no paraban de dar vueltas de aquí para allá. Entre tanta incertidumbre, los hermanos conectan su intranquilidad a través de las miradas.

—No nos quedaremos aquí ¿verdad? — Jason le pregunta.

—No. Debemos volver por Lucas y mamá. Debemos asegurarnos de que estén bien.

—Estoy de acuerdo.

—¿Tienes suficientes armas?

—Sí, tengo mi ballesta, pero necesito más flechas. — Helen asiente y salen de la habitación. Los monjes intentan impedir que salgan pero al recordar que se trata de la nueva reina de Francia, se hacen a un lado.

—El rey dejó órdenes claras para ustedes. No deben salir hasta que sea seguro. — el papa los alcanza.

—Sí, es verdad. Pero el rey a mí no me da órdenes. — Helen se mantiene firme. — ¿Tienen armas aquí?

—Ninguna que pueda utilizar.

—Me importa un comino sus dogmas y todo lo que le obligue a no mover un dedo para proteger a la nación, quiero todas las armas que pueda tomar en este preciso instante. — le ordena, dejándolo sin más opción que hacer lo que le pide.

Una vez equipados, toman el camino en dirección a María y Lucas.

Los soldados disparaban hacia los portales y hacia Bemus, y aunque no lograban matarlo, les daba mas tiempo. Más tiempo para escapar. Mientras Jason le cubría la espalda, Helen entró a su antiguo hogar para llevar a su madre y a su hermano a un lugar seguro. ¿Por qué Max no los había llevado primero? Su pregunta es respondida cuando lo ve agonizando en una esquina de las calles del pueblo. Tenía un hierro atravesándole el vientre por el cual perdía mucha sangre.

—Max, dios mío. — Helen se acerca a él. — ¿Quién te hizo esto?

—Los paganos, volvieron. Se están aprovechando de la desgracia para invadir las calles. Debe tener cuidado, su majestad. — dice como puede.

—Tenemos que sacarte de aquí. — mira a su alrededor para pedir ayuda pero entre Lucas y Jason lo intentan levantar.

—Deben irse, seguir el camino. Si la reina muere ya no tendremos esperanza. — dice, al saber que ya no le quedaban muchas opciones.

—No, no voy a dejarte aquí. — Helen estaba dispuesta.

—¡Debe irse, ahora! — levanta la voz, haciéndola entrar en razón. Aquellas criaturas empezaban a salir de los portales, esta vez, peores y mas fuertes que los de Mohat.

La familia Laurent corre por sus vidas hasta que una de aquellas criaturas toma a Helen y la arroja lejos de los demás. Sus hermanos intentan acercarse pero Bemus se asegura de que eso no suceda. Con la adrenalina, a pesar de sus golpes se pone al instante de pie.

—Todo esto sería mas sencillo si te entregas voluntariamente. No era necesaria toda esta destrucción. — su tono de voz seguía sonando calmada a pesar del caos.

—No tengo lo que quieres. No sirve de nada mi vida ahora. — sus rasguños empezaban a doler. — ¿Quieres la corona? Puedo dártela.

—¿La corona? ¿Crees que estoy aquí por algo material? — se acerca demasiado. — Entrégate, y así tu familia no morirá. — le advierte. Mirar a su alrededor y darse cuenta de todas las pérdidas que había sufrido Francia en un día tan importante, le destroza el alma.

—¿Y qué pasará después? ¿Qué ganamos si ya mataste a la mitad de los inocentes de este lugar?

—Tu familia vivirá, y a lo que su rey los condenó a sufrir ya no existirá. Las personas podrán reconstruir este país sin miedo; volverán a escuchar el canto de los pájaros y olerán los pétalos de una flor. — sus palabras empezaban a convencerla. — Y lo más importante, no existirán mas fenómenos como Ann…y tú. No más amenazas para el mundo.

—Si me matas, ¿qué constancia tengo de que cumplirás tu palabra?

—Puedo proporcionar un avance. — sonríe y mueve sus manos con sutileza, cerrando los portales que había abierto con anterioridad. — Te toca el resto. — Helen estaba dispuesta a dar su vida para darle a Francia y su familia una nueva oportunidad.




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