La Séptima Constelación

55. Salva, escapa o muere.

Atravesando el mar con la tripulación necesaria, Helen mantenía la calma. De momento no había visto nada espantoso como Byron le había comentado, pero el frío y el mal presentimiento no la dejaban en paz.

—¿Asustado? — le pregunta al notarlo escondido y mirando al cielo con miedo.

—Ya te dije, no me gusta este lugar. — sigue viendo el oscuro cielo, como si esperara algo.

—Hasta ahora no he visto nada espeluznante, solo mar y viento.

—Porque hasta ahora no habíamos cruzado el límite. — le señala la vista al frente y todos observan las enormes estatuas con dragones en la entrada de la zona tan peligrosa de la que Byron había hablado.

—Son enormes. — Helen está embelesada. Para que logren estar en la superficie, deben ser muy largas. — ¿A esto le tienes miedo? — lo mira, frunciendo el ceño.

—No…a eso. — vuelve a señalar al frente y toda la tripulación preparan los cañones para defenderse. Eran enormes criaturas, como pulpos gigantes que se balanceaban en el aire y protegían las aguas de los intrusos. Cuando los notan, recargan sus aletas y expulsan su vibración contra ellos, haciendo que el barco casi se hunda. Todos se agachan y los tripulantes disparan los cañones mientras tengan oportunidad.

Byron se levanta e intenta usar su poder para protegerse pero aquellas voces polifónicas de las almas que lo atormentaban le provocaban un fuerte dolor de cabeza que lo debilitaban por completo. Helen lo ve y se da cuenta que al menos esa parte de la historia que le había contado era verdad. Tenía que hacer algo al respecto, así que antes de que otra vibración pueda herirlos, forma una capa de escudos fuertes que protegen a todos dentro del barco. El color blanco mezclado con azul que tenía su magia era un espectáculo para los presentes, así que felices, empezaban a festejar y a idolatrar a Helen como la diosa que era, incluyendo Byron.

Aquellas criaturas atacaban con más gravedad hasta lograr que el barco se desestabilizara y todos cayeran hacia un lado, incluyéndola. Los escudos habían desaparecido y el barco ya no tenía salvación.

—¡Helen! — Byron grita, nadando hasta que logra verla. — Tenemos que salir de aquí. — empezaba a darse por vencido.

—No. — dice sin más. Mueve sus manos y se apodera del barco, haciendo que se levante y vuelva a la normalidad. — ¡Suban! ¡Ahora! — les ordena a todos los que puedan y lo hacen sin pensar. Cuando todos están arriba, Helen protege el barco con un domo de luz y solo así logran avanzar rápidamente hacia el otro lado, finalmente en tierra. Todos aplauden con alegría y celebran que se acababan de convertir en los primeros sobrevivientes de la furia del mar.

—Sabía que lo lograrías. — Byron le dice al oído a Helen. A lo que ella solo responde con silencio. Un grupo de guardias se presentan frente a ellos apuntándoles con el filo de sus flechas desde una distancia prudente.

—Byron. — dice un anciano, quien Helen supone que es el abuelo de quien tanto habló. — Jamás pensé que tendrías la osadía de volver aquí. — tenía cabello blanco y un traje marrón con detalles bañados en oro.

—Ya lo ves, los Dimou cumplimos nuestras promesas. — la tensión era incómoda para todos los presentes. — Padre murió. De tu linaje, ahora solo quedo yo. Y estoy listo para reclamar mi trono.

—¿Tu trono? Después de lo que intentaste hacerle a nuestro pueblo no tienes derecho de exigir nada. — parecía enojado, hasta que uno de los súbditos a su lado le susurra algo. Y luego de eso, sus ojos se centran en la hermosa joven de ojos azules que acompañaba a su nieto. — Pero tengo una curiosidad… ¿Cómo atravesaste el oscuro mar?

—Sabía que harías esa pregunta. Así que…abuelo, te presento a Helen Laurent. La poseedora de la séptima constelación de la que tanto hablaron los dioses.

—¡Y fuiste capaz de traer a semejante aberración a este santo lugar! — ahora sí estaba muy enfadado.

—Perdón dijiste ¿santo? Porque de santo no hay nada aquí. Hace 10 años me desterraste y te juré que volvería para ser rey.

—Un fenómeno como tú no puede serlo.

—Ella es la reina de Francia. Su gente la ama. — Byron señala a Helen. — Es lo que todo pueblo le debe a sus soberanos.

—No, amor es lo que nunca tuviste y jamás tendrás. — dice fríamente, ordenándoles a sus guardias atacarlos mientras se da la vuelta. Byron, molesto, usa su poder rápidamente y logra cortarle las cabezas a cada uno antes de que puedan lastimarlos. Truco que sorprende al centenario. Desde los 9 años su poder había incrementado, pero no sabía (hasta hoy) qué tanto.

—Hay algo que todavía no has comprendido… — se acerca a él. — El universo no está a tu favor. — forma una filosa daga y la entierra en su estómago, haciendo que muera desangrado lentamente en sus brazos. Helen, sin saber qué hacer al respecto, se queda quieta pero alerta de cualquier movimiento en falso. — ¡Les prometí algo y lo acabo de cumplir! ¡Sin el abuelo como rey la corona es mía! ¡Y por tanto este castillo, es nuestro ahora! — vocifera, y toda la tripulación con la que había llegado, corren hasta los adentros del castillo para comer y beber.

—Me parece que esto ha sido demasiado rápido. ¿No que era el más poderoso? — Helen se le acerca, obteniendo toda su atención.

—Estaba muy viejo. Sin los demás dioses ya no tiene mucho poder aquí. — toma su corona. — ¿Quieres conocer el castillo? — le ofrece alegremente, a lo que Helen solo frunce el ceño. — ¡Vamos! No cruzamos el mar de la muerte por nada. Allí hay buena comida, agua y un lugar para que puedas descansar. El viaje ha sido largo. — se quedan en silencio. — ¿O es que todavía no confías en mí? — se acerca demasiado a ella.

—A estas alturas, no confío ni en mí. — responde y camina voluntariamente hacia los adentros del castillo. Al contrario de Francia, los árboles y flores eran el adorno principal de la fortaleza. Así que deslumbrarse ante tantos colores era inevitable.




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