La Séptima: Saga de Guardianes

1. Último día

En un pueblo alejado del centro de la ciudad, se encontraba una casa estilo rústica de dos plantas, al final de la una angosta calle. Tenía un inmenso jardín y lo que parecía un granero. Poseía mucha seguridad, tenía sensores, alarmas y un gigantesco muro que lo rodeaba. Nadie se atrevía a robar allí... Nadie lo había logrado, ni sobrevivido para contarlo.

Acostada en el sofá de la sala, tenía una pierna sobre el respaldar y la otra sobre su mochila. Alguien le había colocado una manta. Dormía con un libro de historia sobre sus regazos. Entonces la chica se despertó de golpe, se incorporó y miró a su alrededor. ¡No era posible! ¡Se había quedado dormida! Rápidamente colocó su libro en su mochila y corrió hacia el enorme reloj de péndulo que había en la sala. Eran ya las siete y cincuenta, faltaban solo veinte minutos para que empezaran las clases, también su examen. Pero... Se había levantado temprano y preparado todo rápidamente para llegar con tiempo a ojear un poco su libro.

¡Se durmió esperando el desayuno! ¿Por qué su hermano no la había despertado?

Decidida a llegar a tiempo, buscó en la cocina una naranja y un poco de jugo de manzana. Sería más que suficiente antes de su merienda. Su prioridad era aquel examen, si lo perdía arruinaría sus notas finales. Frente a la puerta, se volvió al escuchar unos pasos acercándose sigilosamente.

—¿Todavía está aquí? Mire la hora —escuchó la voz de su padre.

Observó cabello castaño largo hasta los hombros, que difícilmente se peinaba. Ocultando una cicatriz pequeña en la mejilla derecha. Él era muy alto. Siempre vestía una chaqueta larga, ya que no se preocupaba mucho por su aspecto, a menos que se tratara de reuniones importantes o actividades especiales.

—Lo siento... Me dormí estudiando... —dijo la chica de ojos negros, apenada.

Bajó la cabeza, sabía que se había equivocado, y las consecuencias llegarían.

—Su hermano ya se fue. Le dije que no la despertara para que aprendiera a estudiar con tiempo, no unas horas antes —le dijo mirándola seriamente.

Él no era su padre de sangre. Desde que tenía memoria vivía con él. No le gustaba que lo llamaran papá, así que lo llamaban tío o por su nombre. Se refería a él como su padre, cuando hablaba con otras personas.

—Ayer estudié mucho, ¡solo quería leer un poco! —La chica estaba histérica, no podía perder esa prueba.

—Entonces empiece a desayunar o de verdad no llegarás, Amara —le advirtió.

Así lo hizo. Desayuno rápidamente lo que había quedado. Unos huevos con tostadas y un poco de café con leche, con azúcar—como le gustaba—, ya que no había más té. Cuando terminó lavó los platos, se lavó los dientes y se puso los zapatos cafés que usaban siempre en su escuela. Se encontraba a tan solo unos meses de entrar una Organización Guardiana, ese examen era el último del año, sería una de sus calificaciones para aspirar a Organizaciones importantes.

Escuchó pasos. Se percató de que se trataba de su hermano, quien bajaba por las escaleras. ¿Había vuelto? No, un segundo...

—Buenos días, Amara —les saludó, mientras se sentaba a la mesa, comía su desayuno en silencio. Su hermana lo miraba con los ojos muy abiertos—. ¿Ya estás lista? ¡Qué rápida! De verdad no querías perder ese examen ¿verdad?

Amara observó a su padre, quien bebía de su taza de té, sentado a la mesa al lado de su hermano. La miraba con una pequeña sonrisa en el rostro. ¡Lo había vuelto a hacer!

—El reloj... Lo cambiaste ¿verdad? —concluyó Amara con su mochila en la mano. ¿Cómo había caído en ese truco otra vez?

—Le dije que estudiara temprano y que si se dormía llegaría tarde. No me vea así, no me escuchó. Ayer llegó tarde del entrenamiento, y estuvo jugando toda la noche. Hasta la madrugada comenzó a estudiar ¿me equivoco?

Tenía razón, había llegado del entrenamiento y no estudió. ¡Ese juego adictivo! Debió soportar la tentación, era la segunda vez que le sucedía. No podía permitirse que se repitiera. No podía. Su tío la miró seriamente, luego se dirigió a su hermano.

—Sebastián, ¿ya listo? —le preguntó, luego chasqueó los dedos y la hora del reloj cambió… Eran las seis de la mañana.

—Sí, hoy es la prueba final —respondió mientras le daba un mordisco a su tostada.

Su hermano era un Cazador. La Organización a la que deseaba unirse desde que tenía memoria. Cuando terminara oficialmente la escuela, se uniría a ellos para entrenarse, allí desarrollaría nuevas habilidades para servir a Las Tres Sociedades. Los exámenes escritos y prácticos habían comenzado hacía unas semanas. Un día antes de la graduación les entregarían una hoja con las tres posibles Organizaciones a las cuales unirse, dependiendo de los resultados, o simplemente podría elegir aquella que le gustara.

—¡Buena suerte! —le deseó Amara y él sonrió.

Cuando su hermano desayunó. Se prepararon para irse.

—Hasta luego, tío —se despidió Sebas.

—Hasta luego, Dorian —susurró Amara, un poco avergonzada.

Ambos salieron de la casa.

Para llegar a su escuela, Amara acompañaba a su hermano hasta la Estación más cercana. No era como una estación de buses o trenes normal, era en una cafetería llamada Donde Lucy. El lugar se encontraba en el centro de Liternia, muy cerca de su casa. Siempre lleno de estudiantes y profesionales, Ordinarios y Guardianes.




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