El frío aquella mañana, era insoportable. Los vientos alisios seguían siendo muy intensos en febrero, por lo que su tío le había recomendado que llevara una bufanda, como siempre estaba en lo cierto. La brisa sacudía la chaqueta de su uniforme al caminar al portal. La acompañaba Tomás, quien temblaba y se repetía a sí mismo lo tonto que fue no traer un abrigo. Los árboles danzaban al igual que las hojas que caían como lluvia.
Su cabello dejó de crear un huracán en su rostro al entrar a la cafetería. Sintió el alivio del calor golpear su cuerpo. Sabía que el clima no sería un problema al pasar el portal, la gran barrera los protegería del clima. O al menos eso pensó Amara. El frío no era tal como para dejar sus manos heladas, sin embargo, percibió la leve brisa acariciar sus mejillas.
—¡Mierda! —exclamó Tomás, escondiendo sus manos bajo su chaqueta—. Pensé que sería más frío aquí, pero no…
—Por la barrera, nos protege del clima, aunque sea un poco…
“O eso creo…”.
—Tiene sentido. Digo, pensé que podían controlar el clima, ¿se imagina?
—Bueno, pueden mantener la isla en el aire —reflexionó Amara mirando hacia el cielo—. ¿Qué más podrán hacer?
—Que no me congele las manos sería bueno…
—No exagere, no es para tanto.
—¿Usted nunca tiene frío? ¿Cómo hace?
“Donde vivo siempre ha sido muy frío.”, pensó ella. Sabía que Tomás vivía en una zona más baja, donde hacía calor la mayor parte del año.
Siguieron su camino hacia el aula. No había rastro de las hadas, quienes usualmente lo esperaban para atormentarlos.
Su primera semana como discipuli, y los chicos aún no se hacían la idea. Parecía un sueño, caminar en aquellos inmensos pasillos al lado de poderosos Guardianes, llevando el uniforme dorado con negro. Miraban a los sonrientes y entusiasmados niños nuevos, caminando torpemente, sin saber dónde se encontraban y encogiéndose de hombros cuando veían a los mayores. Se sentía como el primer día en la escuela de Liternia, desubicada.
Al llegar a su salón, cada uno de los diez chicos, ocupada el mismo lugar que durante su bienvenida, lo que sorprendió a Amara. Miró la pizarra, donde con una caligrafía sorprendentemente ordenada, decía: “Llegaré un poco tarde, guarden silencio, pueden comenzar leyendo el capítulo dos del libro sobre sus escritorios”. Ni siquiera podían descansar cuando su mentor llegaba tarde, eso no le sorprendía.
Tomó asiento al lado de Dean. Tomás intentó hacerlo al lado de Sofía, quien negó con la cabeza al verlo acercarse, ofendido, se acercó lentamente a Gregorio, quien lo miró y continuó leyendo. Su amigo tomó el libro, lo ojeó y finalmente comenzó a leer. El silencio solo era interrumpido por la tos de Eyra, lo cual hacía sentir aquel lugar muy extraño y vacío. Era normal, no se conocían, por lo que actuarían así durante unas semanas. Cuando finalizó la aburridísima lectura acerca de la ya conocida historia de la Organización, se acercó a Sofía.
—¿Ya terminaste? —preguntó, la chica siempre llevaba al menos unos tres libros distintos y una libreta. Escondía uno de ellos entre sus cuadernos.
—Sí… —dijo escondiendo su bostezo con la mano—. ¿No te parece que deberíamos conocer a los demás? Llevamos una semana completa aquí, apenas recuerdo todos sus nombres.
—Puede ser… —recordó el consejo de su mentor—. ¿Ha averiguado algo?
De su bolso, sacó una libreta rosa, la colocó sobre la mesa y le mostró lo que decía la primera página. En cada una de las hojas, había escrito el nombre de los chicos, junto con unas características. Sus nombres, nacionalidad, color de ojos, piel y cabello, características de personalidad y un espacio de Nerlec vacío. Como siempre, Sofía se encargaba de tomar información de todas las personas que conocía. Estaba obsesionada con la idea de entender, analizar y descifrar los comportamientos ajenos. Amara esperaba que quisiese continuar con su antiguo pasatiempo allí, les sería muy útil.
—Es lo que he observado. He mejorado mi habilidad para analizar a las personas. No son niños Ordinarios, hablamos de futuros miembros, así que será mucho más difícil —explicó con un brillo en sus ojos.
—Lo dices porque quieres saber más sobre Isaac, y te da vergüenza preguntarle ¿verdad? —sospechó Dean, quien recién se acercaba.
Sofía se sonrojó y les pidió que bajaran la voz.
—¿Por qué crees eso? —preguntó.
—He notado que lo miras todo el tiempo —explicó Dean. Él también pasaba la mayor parte del tiempo observando a los demás.
“Debería empezar a hacerlo”, pensó ella. Aunque siempre consideró ser una persona que se guía por su instinto.
—Te gusta, es muy obvio —añadió Amara, esbozando una sonrisa maliciosa—. Y ese corazón junto a su nombre…
Sofía tapó la página con su mano.
—¡Claro que no! —exclamó.
Lo dijo tan alto, que los demás los miraron molestos, luego continuaron con su trabajo. Ella se disculpó en voz baja y se escondió tras su libro.
—Amara, tú eras la de las ideas. Podríamos preparar un plan desde ahora. Dean, si tenemos información de todos los discipuli de nuestro año, no nos vencerán en la prueba —continuó, ignorando los anteriores comentarios.