La Séptima: Saga de Guardianes

13. Práctica de barreras con Celestina

En su segunda semana, los discipuli habían llegado más temprano de lo usual. Se rumoreaba que si alguno se tardaba aunque fuera unos segundos más que ella, lo enviaría a la biblioteca a realizar varios trabajos de investigación. Para los alumnos de primer año, esa información no sólo les era útil, les intimidaba ya que la legendaria guardiana no sólo tenía fama de que sus entrenamientos fueran difíciles, sino de ser extremadamente estricta con la conducta.

Un chico mayor le había contado a Tomás que un discipuli, sin querer botó un poco de basura al suelo, se dice que ese muchacho no fue visto en todas las vacaciones debido al extenso trabajo que le había solicitado. Limpiar todo el complejo.

—¿Crees que sea cierto? —preguntaba Tomás, temblaba de miedo.

Dean cargaba una gran bolsa de dulces. Aprovechaba que en su comedor traían dulces de distintos países de América, que ellos jamás habían probado. Amara conocía algunos que Dorian le traía de sus viajes de trabajo. La variedad de comida en el comedor debía ser aprovechada, así que iniciaron con chocolates, gomitas, papitas y helados. Esa mañana Sofía había elegido unas cajetas.

—No tanto como para llegar una hora antes —afirmó Amara abriendo su bolsa de gomitas con sabor a tamarindo—. Estoy aburrida…

—Escuché que si te toca "una asignación extra" estás muerto. No sé qué es, suena muy mal —comenzó él, ansiosamente comiendo sus papitas—. ¿No te dijo nada tu papá?

—No... Solo que era muy respetada. Pero no creo que sea como dicen. Les gusta asustar a los de primero, no les hagas caso.

—Mierda… ¡Tienes razón, debe ser un poco estricta solamente!

Desde que Tomás empezó a interactuar con Gregorio, su vocabulario había cambiado.

—Yo no me confiaré —dijo Sofía tomando sus cosas y sentándose lejos de ellos.

Con su bufanda cubrió su rostro.

—¿Por qué te alejas? —preguntó Tomás ofendido.

—Perdón, Tom, pero no me arriesgaré a estar cerca de ti. De seguro tendrás problemas con ella… y tú también Amara.

La chica se ofendió.

—¡Yo no tengo problemas con nadie!

—¡Yo tampoco! —se defendió Tomás.

—¿Ya se les olvidó el año pasado? ¿O el antepasado? ¿O el anterior a ese? —preguntó Sofía.

Amara y Tomás habían estallado las llantas del auto del director más de una vez. Era su costumbre hacerlo todos sus cumpleaños. Lo hicieron durante años y ni siquiera se enteró. Aparte de ello, no se habían metido en problemas con profesores… Bueno aparte del director y Alvarado.

—Ya no soy así, Sofi. ¡De quién debes preocuparte es de él! —reclamó Amara, señalando a su amigo.

—¡No me miren así! Seré el discipuli favorito de Buitrago, se los juro —afirmó Tomás levantando su mano.

—Eso es exagerar, Tom —aseguró Dean.

Poco a poco, sus demás compañeros llegaban. Después de una hora de jugar cartas, hablar y devorar sus golosinas, la puerta se abrió de golpe. Hubo un gran silencio mientras escuchaban con extremo cuidado cada paso que daba su nueva mentora. Un fuerte olor a perfume inundó la sala. Llevaba un báculo turquesa con unos grabados. El eco producido por estos provocaba que algunos chicos dieran pequeños brincos, temblaban como nunca. Su cabello rojizo se combinaba con pequeños mechones plateados. Era alta, con unos ojos castaños muy claros. Caminaba con la espalda muy recta, y pasos coordinados. Sobre su uniforme llevaba dos collares, uno de piedras azul marino y otro de plata sencillo. Sus largos dedos repletos de anillos de todos tamaños y colores, rodeaban la empuñadura del bastón con fuerza. Amara la miraba seriamente, no le temía a alguien como ella.

—Buenos días —dijo con una sonrisa. Se veía muy elegante.

Intercambiaron miradas.

—Buenos días, mentora Buitrago —respondieron al unísono.

La mujer sonrió, parecía amable, no como el monstruo que les habían descrito. Amara dirigió la mirada al báculo y sus manos cubiertas de cicatrices.

—Los noto un poco tensos —comentó Buitrago mirándolos alegremente. Definitivamente no parecía para nada la persona peligrosa a la que tanto temían los mayores—. Para comenzar voy a presentarme. Soy Celestina Buitrago, seré su mentora de Vorlec, estudio del mundo Ordinario y conocimiento básico khuténico. Así que me encargaré de crear en ustedes expertos en Khutenea. No necesito que se presenten, ya Raziel me habló de ustedes. Me gustaría saber si manejan algún tipo de Vorlec.

—¿Vorlec? —preguntó Gregorio levantando una ceja, como si fuera una palabra inventada por la señora.

Buitrago caminó lentamente hacia él. Lo miró seriamente mientras daba golpecitos a su mesa con el báculo.

—¿No sabes que es Vorlec? —preguntó mirando al chico frente a frente.

—N-no s-señora —respondió mirándola muy pálido, perdiendo su usual expresión confiada.

Eyra, quien estaba a su lado, se alejó lentamente. La fría mirada hizo que varios enmudecieran, luego sonrió y le dio unas palmaditas en el hombro al chico.

—No te preocupes, estamos aquí para aprender. Aunque me parece curioso que con su edad no sepan lo que es —dijo dirigiéndose de nuevo al frente—. El Vorlec representa habilidades fuera del Nerlec. Fueron diseñadas por creadores hace muchos años, con el propósito de brindar una nueva herramienta a guardianes con Nerlec no tan poderosos. En teoría, cualquier Guardián debe ser capaz de usarlo. También requieren de energía, disciplina, entrenamiento... Entrenamiento más que todo.




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