—¡Me rindo! ¡Es imposible! —exclamó Tomás.
Era apenas la clase de la mañana. Habían decidido que la mejor opción que tenían era iniciar su entrenamiento desde temprano. Obviamente su mentora no se negó, por lo cual procedieron a crear sus armaduras. Con el paso del tiempo, algunos de sus compañeros caían por el cansancio, la decepción e incluso la desesperación. Uno de los factores que influyó en esa explosión de ira de Tomás Vega, fue el observar cómo los demás, aunque fuera poco a poco, obtenían mejores resultados que los suyos.
—Con esa actitud, ya entiendo por qué no lo has logrado —le decía Buitrago.
—¡Esto es innecesario! Podría estar aprendiendo algo más importante —reclamaba el muchacho. Esa era su actitud desde que Erick lo humilló frente a todos, fingía indiferencia, parecía furioso y en clases miraba a sus compañeros con disgusto.
—¿Más importante? ¿Para ti qué lo es? —preguntó ella, recostándose en el báculo.
Tomás vaciló. Sería peligroso si diera una respuesta incorrecta.
—Creo que usar nuestro Nerlec es más importante. Tal vez deberíamos utilizarlo, para apoyarlo luego con el Vorlec. Pero sin dominarlo… pensaba que era inútil. Solo pensaba... —explicó él, bajando la cabeza, y evitando contacto visual con la señora.
Buitrago suspiró y se volvió hacia la clase.
—Quiero que esto sea una democracia. Así que ¿quién está de acuerdo con la opinión de Vega? —Miró a los chicos, esperando. Levantó el báculo.
Amara prefirió mantenerse en silencio. No quería involucrarse en otro problema gracias a Tomás. Dean bajó la cabeza, mientras solamente tres apoyaron al chico. Los mellizos y Gregorio. Buitrago sonrió, bajó el báculo y se dirigió a Isaac.
—Caal, ¿por qué Vega está equivocado?
—E-emmm. Porque el Vorlec no es un complemento es otra herramienta incluso podría llegar a salvar a aquellos que tienen Nerlec débiles o que no lo manejan bien —explicaba muy rápido. A Amara le fue difícil descifrar cada palabra.
—Muy bien —asintió. Se volvió hacia el malhumorado muchacho, quien la miraba muy enojado—. No todos los Nerlec están hechos para luchar. Por ejemplo, si alguien tiene la habilidad de curar a otros, esta no sería muy útil en las situaciones de riesgo en las que los Guardianes se ven envueltos. Por eso los creadores innovaron el Nerlec y diseñaron el Vorlec. De esta forma, todos tienen las mismas posibilidades. ¿Alguna duda, Vega?
—No, señora. Ya entendí.
—No esperaba un comentario así del hijo de la General. Quiero que recuerdes, escucha a tus mentores y debes hacer lo que te digan. Desafiarnos no logrará nada. ¿Bien? —le advirtió.
Tomás no respondió. La mención de su madre le molestó aún más.
Buitrago esperó unos segundos. Con el báculo, señaló el bosque.
—En cinco semanas nos veremos en la entrada, al lado de la estatua. Sean puntuales, no se perderán de nuevo —les indicó.
Ese día, sería el último para perfeccionar su armadura. Según Buitrago, debían presentarles su progreso. Si no lo lograba, recibiría la asignación extra. No quería eso, jamás. Miró cómo los demás ya habían logrado la armadura en sus brazos, piernas e incluso torso. Abril la había logrado desde el día anterior, así que la perfeccionaba. Los mellizos estaban cerca de lograrlo. Dean, solamente debía finalizar parte del pecho y rostro. Sentía que se quedaba atrás. ¿Por qué no lograba que se extendiera por su cuerpo?
Una armadura así era inútil. No le permitiría pasar la prueba de Buitrago. Pensó en poner a prueba el consejo de su hermano, le pediría ayuda a Abril o a los mellizos. Sí, eso haría.
Se acercó muy decidida a la chica que, con sus ojos cerrados, acumulaba su energía en sus brazos. La armadura se fortalecía más y más. Era como una especie de cristal muy flexible, de color rojizo. Al abrir los ojos y ver a Amara, la saludó. Ella se sentó a su lado.
—¿En qué puedo ayudarte, Amara? —preguntó, desvaneciendo la armadura.
—Bueno... ¿Podrías ayudarme con mi armadura? —le pidió apenada.
Ella la miró pensativa. Su seria expresión la intimidaba. Había algo en Abril que le decía que debía tratarla con cuidado. No era miedo, era… respeto.
—¡Claro! —asintió—. ¿Puedo verla?
Amara lo pensó. Le avergonzaba mostrarle su avance.
Cerrando sus ojos, imaginó cómo su energía fluía. Sintió el cosquilleo que siempre causaba. Luego la imaginó cubrir, muy lentamente, sus brazos. Poco a poco se acumulaba, en sus dedos, muñeca, codo y finalmente en su hombro. Tardó un minuto, mientras sentía el peso aumentar. Abrió sus ojos y admiró la capa morada.
Abril se acercó.
—¿Es todo lo que puedes hacer? —preguntó.
Sintió un pinchazo en el estómago. “Qué vergüenza. Qué vergüenza”, pensó sonrojándose.
—Sí...
—Ya veo el problema —aseguró su compañera muy tranquila. Con sus manos examinó la armadura, luego le dio unos golpecitos con su dedo—. Mira bien el color, su masa y compárala con la de mi armadura.
Así lo hizo. Su capa era de un morado muy oscuro, casi llegando a negro, la de ella, era de un rojo casi transparente. Claro, le era imposible levantar sus brazos. Miró a la chica sorprendida, cuya armadura podía levantar sin problema y moverse con ella. ¿Por qué la suya era tan pesada?