La Séptima: Saga de Guardianes

15. Una familia, en una fecha, en un lugar

Las calles llenas de niños y adolescentes daban la bienvenida a las vacaciones de medio año. Vacaciones de las que ya debía olvidarse. Su organización no tenía un descanso definido como las demás ni como su escuela. Usualmente, los miembros de Oculus Aquilae elegían las fechas festivas para disfrutar sus días libres. Dorian le explicó a Amara que era como en un trabajo, aunque aún no entendía bien cómo funcionaban.

Dean caminaba rápidamente entre los grupos de amigos y familias. Ese día había una oferta en su heladería favorita, por lo que se dirigían al parque de Liternia. Al observar las torres de la iglesia sobre los árboles, cruzaron hacia la derecha. ¡No había fila! La cantidad de personas se debía a una feria que había en el parque, donde se escuchaba música en vivo.

La chica inmediatamente pidió su sabor favorito, naranja piña. Dean no, él era lo opuesto a ella, le gustaba elegir un sabor diferente cada vez que iban, que según él era para “poder probarlos todos”. Amara sería fiel a su sabor favorito sin importar qué, así como siempre pedía su mismo fresco de leche, sus mismas papitas y su mismo quequito. Con sus conos en mano, se dirigieron a las gradas de la iglesia, ya que no había espacio para sentarse en las bancas del parque. Ingresaron al jardín lateral, sentándose en el pasto, nadie los molestaba ahí siempre y cuando no hicieran ruido.

Ese día se reunirían con Raziel, lo cual les parecía extraño. Insistió en verse en Liternia, en una hora y media, irían a Soda Carmela. Hacía ya cuatro meses que hablaron con él sobre la misteriosa Daniela, donde les aseguró que averiguaría sobre Nerlecs peculiares.

—¿Crees que descubrió algo? —preguntó Dean al terminar su helado. Los cantos de la iglesia acompañaron su conversación.

—Eso espero, ¡hace meses que no nos dice nada! —reclamó Amara, si no fuera porque estaban muy ocupados entre las tareas de Celestina y el propio Raziel, ella misma hubiera ido a hablar con Daniela—. ¡Hubiéramos ido a buscarla! Hablar con ella y preguntar.

Dean pensó un momento.

—Bueno, papi ya lo hizo. Ellos siguen investigando la situación.

—¿Nada?

—Nada.

Ella se recostó en el zacate. Lo ocurrido no tenía sentido, o alguien mentía o la situación era sumamente peligrosa. Ese sentimiento de estar en un espiral de dudas la mareaba. Así se sentía su vida desde aquel día en el gimnasio de su escuela. Si no fuera por sus amigos, posiblemente se hubiera vuelto loca.

Esperaron mientras charlaban sobre su entrenamiento y la nueva serie que estaban viendo. Dean iba a su casa todos los viernes para poder ver el estreno juntos, sin importar sus tareas o exámenes. Nathan aprovechaba para visitar a Sebas y pasar la tarde jugando con su consola. Le alegraba que al menos esa parte de su cotidianidad no cambiara.

De camino a la soda, una mano tocó el hombro de Amara, quien se sobresaltó.

—¡Perdón, mi chiquita! No quería asustarla —se disculpó la muy conocida voz.

—¡Doña Soledad! ¿Cómo está? —saludó Amara mirando a la señora a los ojos. Era mucho más bajita que ella. Tenía el cabello de un negro muy oscuro, siempre se lo teñía. Con su corte sobre el hombro y su rostro largo, esbozó su característica sonrisa. Era imposible verla seria o enojada. Detrás de ella, su nieta, quien parecía un clon suyo.

—Todo bien, gracias a Dios. Me traje a Sofi a la feria del agricultor, como está entrenando mucho ya me puede ayudar con las bolsas pesadas —explicó ella señalando con la mirada el carrito con sus compras. Sofía llevaba una pipa en la mano, que bebía con muchas ganas—. Que lindo verlos a ambos, llevaba tiempo sin ver a Deancito. Ya está enorme, bien guapo como su papá.

Él se sonrojó mientras saludaba a la señora.

—¿Vinieron a la feria del parque? —preguntó Sofía. A lo lejos se escuchaba una cimarrona.

—No, vinimos por la oferta de helado —explicó Amara—. Ahora vamos a comprar unas empanadas que pidieron Sebas y Nate.

“No me gusta mentirle”, pensó ella. Sofía era de confianza, podrían explicarle la situación. Podría ayudarles. Además, doña Soledad era una investigadora increíble. Antes de pensionarse la llevaban por todo el mundo. Era la cazadora de asesinos seriales más joven. Dejó de ser investigadora cuando su nieta cumplió seis años, desde entonces la cuida como su hija. Sofía no sólo había heredado su Nerlec, sino también su inteligencia y astucia.

La alegre señora la miraba a los ojos. Unos ojos muy profundos. Era la cazadora de asesinos seriales más joven. Por supuesto sabría si mentía. ¿Lo sabía? ¡Lo sabía!

—Mentí —se interrumpió Amara. Miró a Dean, quien entendió perfectamente lo que estaba por decir.

Le explicaron en detalle la situación. Sofía escuchaba asombrada. Así estaban, los cuatro, en media acera conversando temas sensibles como si nada. Doña Soledad escuchaba con calma sin interrumpir ni preguntar.

—Me alegra que decidieran contarme —dijo ella finalmente—. Voy a poner a la Sofi a ayudarme con esto.

—¡¿En serio?! —exclamó Sofía con una gran sonrisa y un conocido brillo en sus ojos.

—Bueno, ya está grande. Y en Oculus Aquilae, le serviría bastante la práctica —explicó la señora. Sofía le dio un abrazo y un gran beso en la mejilla.




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