El humo limitaba su visión. Intentó retroceder con cuidado. De nuevo Tomás había olvidado la existencia de sus compañeros y se había precipitado. El suelo se sacudió levemente. Sentía que en cualquier momento se caería o chocaría con alguien. ¡No podía permitirlo! ¡Apenas iniciaban! Concentró su energía, si entraba en pánico todo sería peor. Respiró hondo, sintiendo cómo recorría su cuerpo hacia sus palmas. Luz.
Logró disipar la neblina. Antes de poder celebrar, una sombra pasó justo detrás suyo. Se puso en posición defensiva. Logró esquivar su primer ataque. No era tan rápido como los demás.
Dean volvió a lanzar otro golpe, usando su puño. Amara volvió a esquivarlo sin problema. Aprovechó que su amigo estaba cerca e intentó tomar el pañuelo amarillo que él llevaba en su brazo. Sin notarlo, en un movimiento rápido Isaac apareció justo detrás suyo, con la intención de robar el pañuelo rojo de Amara. Estaba rodeada, Dean frente a ella, Isaac detrás. Acorralada, optó por lo primero que le vino a la mente. Una ráfaga de aire empujó a ambos hacia atrás.
Empezó a correr hacia el frente. Entre más se adentraba en el bosque, más desorientada se sentía. Acompañada por el sonido de las hojas secas bajo sus pies. Era culpa de Gregorio por decidir irse solo y dejarla a ella atrás.
Se detuvo cuando escuchó a Eyra gritar, luego un golpe en el suelo y finalmente los gritos de… Gregorio. Se apresuró en buscar a su compañero. ¡No los iban a eliminar tan rápido! Lo primero que vio fue una figura en el suelo, que forcejeaba para poder liberarse. Amara se detuvo en seco, sintiendo alivio. Eyra se encontraba en el suelo, con las manos atadas y la boca cubierta con cinta. ¿De dónde había salido todo eso? Gregorio estaba sentado sobre su espalda, impidiéndole moverse.
—¡Amara! ¡Al fin llega! —exclamó Gregorio mientras buscaba en una bolsa de tela celeste, tenía bordadas la letra E en color verde claro, con varias mariposas—. Cuidado le quita la cinta de la boca, que ya invocó una rama que casi me cae encima.
Eyra poseía un Nerlec bastante interesante. Podía crear objetos y controlarlos cuando narraba una historia. Su debilidad era por supuesto que, si no podía hablar, quedaba completamente vulnerable. Para su suerte, Gregorio conocía muy bien su habilidad. Le hubiera sido muy difícil acercarse a ella.
—Dean e Isaac venían detrás mío. Deberíamos irnos —explicó Amara, mirando en todas direcciones. El hecho de que Isaac pudiera teletransportarse le causaba terror—. ¿Dónde está Diana?
—Ni idea, hace un buen rato que no la veo.
Gregorio seguía concentrado en la bolsita, hasta que exclamó “Ajá”, sacando de ella una pequeña cuchilla. ¿Eyra traía todo eso siempre? ¿De ahí venían la soga y la cinta? Él la guardó en su bolsillo e inmediatamente se puso de pie. Eyra intentó darse la vuelta, para mirar hacia arriba.
—Pensé que era más fuerte, la atrapé muy facilito —dijo el muchacho soltando una carcajada.
“Demasiado fácil… ¿a alguien tan cuidadosa como Eyra?”.
—Greg… —empezó a decir Amara, siendo interrumpida por un ardor en sus ojos. La luz era demasiado intensa. Intentó mirar en la dirección opuesta. No podía moverse. ¡No podía moverse!
Sintió sus pies despegarse del suelo. Como si se encontrara sumergida en agua, una corriente invisible movía su cuerpo. ¿Qué hacía? De nuevo entró en pánico. Si no podía moverse, no podría lanzar ráfagas de viento. Luego la luz dejó de brillar, al fin pudo abrir sus ojos. La imagen con la que se encontró era aún más confusa. Estaba levitando en el aire al menos a un metro del suelo, al lado de Eyra, quien la miraba con los ojos muy abiertos. Gregorio estaba en el centro, suspendido en el aire, con la mirada al frente. Observó a Diana, quien con una mano se sostenía de una gruesa raíz de un árbol, su otra mano estaba en el aire.
Claro, su mano había quedado atrapada en el “dominio” de Gregorio o así lo llamaba él. El espacio de unos cinco metros donde él era capaz de controlar la gravedad. Parece que fue más rápido que Diana, aunque la atrapó por poco.
Parte del cuerpo de Diana levitaba, una fuerza invisible levantaba su mano derecha.
—Lástima, Dianita. Por poco nos atrapa —dijo Gregorio con una gran sonrisa.
Como si nadara en el aire, se acercó a Diana y la tomó de la muñeca. Ella intentó zafarse, sin éxito. Se aferraba con mucha fuerza a la raíz. Cuando el muchacho se acercó, el resto del cuerpo de Diana empezó a flotar. Ni siquiera con los pies por encima de su cuerpo, se soltó. Como un ancla, se sostuvo con gran fuerza.
No impidió que Gregorio se acercara a su talón y soltara fácilmente el pañuelo morado.
Quedaron eliminadas.
Amara solamente podía observar la escena desde el aire.
Poco a poco, sintió que se acercaba al suelo. Hasta sentir el zacate picando su mejilla. Gregorio aterrizó con gracia, muy tranquilo. Eyra decía algo que no era capaz de escuchar. Amara se incorporó rápidamente, alejándose un poco de los demás, se sentía mareada. Sostuvo su cuerpo contra el árbol más cercano.
—Uno menos —susurró él, muy confiado.
Diana se puso de pie con cuidado, extendiendo su mano hacia él, admitiendo derrota. Amara se sentía desorientada. Aun así, lo recordó. En un movimiento rápido, Diana arrebató el pañuelo rojo del cuello de Gregorio. Él ni se inmutó, colocó sus manos en sus bolsillos y la miró curioso.