La Séptima: Saga de Guardianes

17. Ustedes son el problema

De camino a su salón, después de salir de los vestidores, Tomás comentaba los detalles de su juego. Acusaba a Amara e Isaac de hacer trampa, ya que hacer equipo era injusto para los demás. Los chicos lo ignoraban mientras caminaban entre los largos pasillos. Dean le repetía a Isaac que fue una gran idea, mientras él bajaba la cabeza, realmente no sabía cómo tomar un cumplido.

Amara y Dean llevaban las deliciosas bebidas dulces que vendían en la cafetería, ella llevaba una de mango y él una de menta. Siempre que podían compraban una. Sofía tenía su pedido preferido, unos pastelitos de chocolate junto a un té frío de limón. Mientras que Isaac llevaba un plátano con queso, que siempre tomaba junto a un café con leche.

Tomás le robaba un pastelito a Sofía y luego le regalaba una bolsita de galletas de dulce de leche. Una pequeña rutina de su grupito que a Amara le recordaba un poco a sus días en la escuela.

Miraron pequeños orbes dorados aparecer fuera de las ventanas. Gregorio se detuvo en seco, acercándose a los seres. La nueva información proporcionada por su mentor cambiaba su manera de percibir aquel lugar. Ya no era un pequeño detalle de fondo, eran cámaras de vigilancia.

Oliver y Diana se acercaron a la ventana, analizando con cuidado los espíritus mensajeros.

—No me sorprende, siendo Oculus Aquilae —dijo Abril rompiendo el silencio.

—¿Que nos vigilen todo el tiempo? Es… incómodo —admitió Sofía.

—Ahora sabes lo que se siente —le susurró Amara, intentando aligerar la tensión.

Ella sonrió nerviosamente. Inmediatamente las criaturas se disiparon en el aire.

—¿Por qué nos lo dijo? —preguntó Oliver volviéndose hacia sus compañeros.

Intercambiaron miradas pensativas.

—¿Advertencia o amenaza? —se preguntó Dean.

—Las dos —concluyó Gregorio antes de continuar su camino.

Los demás se alejaron en silencio. Una interacción bastante incómoda. Aunque era de las pocas veces que lo hacían.

“Algo es algo”.

Los cuatro de Liternia se quedaron atrás, Sofía parecía impaciente por comentarles un descubrimiento suyo. Fue interrumpida por una voz muy conoci

—¡Hace tiempo que no nos veíamos! —exclamó Kate Rose. Se veía diferente. Tenía el cabello corto hasta los hombros, era mucho más alta ahora. Cargaba varios libros enormes bajo su brazo. Los saludaba con una sonrisa. Su extraña expresión de arrogancia había desaparecido, se veía más tranquila… ¿tranquila? ¿Era esa la palabra?

—¡Kate! —exclamó Tomás asustado—. ¡Hace meses no la vemos!

Y era cierto. Amara la había visto por los pasillos en unas ocasiones, aunque había hecho lo imposible para evitarla. Dean le había mencionado que a veces la veía en la cafetería y hablaban un poco. Se sentía impactada por lo diferente que se veía.

—¿Cómo han estado? No he escuchado nada sobre ustedes en un buen tiempo —dijo ella mirándolos a todos—. ¿Con qué grupos han entrenado? ¡Sería genial que lo hicieran con el mío, así nos veríamos más seguido!

No lo decía en forma de burla ni sarcástica. Genuinamente quería verlos más seguido. ¿Era ella realmente Kate o un imitador?

“No, un imitador no cambiaría tanto su personalidad”, consideró Amara.

—No hemos entrenado con ningún grupo —explicó Dean muy tranquilo, ¿no le importaba ese cambio de personalidad tan drástico?

—¿Cómo que no? Todos los demás hemos trabajado juntos en algún punto, pronto tendremos otra asignación con el grupo seis.

¿Otra? Ellos ni siquiera habían tenido su primera asignación. Amara se preguntó si era usual que los demás entrenaran juntos. Pensándolo bien, Dorian le había preguntado lo mismo, se sorprendió al saber que no habían tenido la oportunidad de interactuar con otros grupos.

—¿Por qué no le preguntas a tu mentor? Podríamos ponernos de acuerdo —propuso Dean.

—¡Esperen! ¿Ustedes ya tienen asignaciones y trabajan con otros grupos? ¿Por qué nosotros no? ¡Ya han pasado como ocho meses! —exclamó Tomás preocupado. Kate lo miró pensativa.

—Seis meses, pero tiene razón… —recordó Sofía.

Kate se encogió de hombros.

—Perdón, de verdad, no sabía que no les habían asignado ninguna… —dijo apenada, miró a Amara y bajó la mirada rápidamente—. No era mi intención…

—Por supuesto que no… —dijo Amara dudando.

—¡Lo digo en serio!

—Bueno, si usted lo dice —Su cortante respuesta generó disgusto entre sus amigos. La miraron molestos, ¿por qué? A ninguno nunca le agradó Kate. Mucho menos a Sofía—. Preguntémosle a Raziel, puede que nos diga la verdad.

“Como lo hizo sobre los espíritus mensajeros”.

—¡Es lo primero que haré cuando regresemos! ¡No se vale! —exclamó Tomás enfadado.

—Bueno, creo que debo irme… —dijo Kate revisando el reloj rosa en su brazo—. ¡Un gusto verlos! Deberíamos almorzar juntos algún día.

—Claro, nos vemos —se despidió Dean.

Ella les sonrió y se alejó.

—No parece la misma persona —señaló Sofía.

—Y no había necesidad de tratarla así, Amara —dijo Dean muy serio.

—¡Perdón! Pero es raro que cambie así de la nada.

—¡Ya pasó la media hora! —escuchó a Isaac llamándolos desde el otro lado del pasillo, tomando un sorbo de su café. Dejaron la conversación ahí y se alejaron rápidamente hacia su salón.

***

—¿Qué noticia nos darán? —preguntaba Tomás muy emocionado—. ¿Al fin conoceremos a Morgan?

—Puede ser —pensó Sofía—. Aunque escuché que su asignación se complicó.

—¿Y si es una sorpresa? Dijeron eso para que no esperemos su llegada.

—No diga estupideces, Tomás. No harían eso —aseguró Gregorio—. A nadie le emociona conocer a Morgan.

Tomás bajó su cabeza. Usualmente respondía de manera agresiva, por alguna razón nunca decía nada a los comentarios toscos de Gregorio. Parecía sentirse intimidado por él. Amara no, ella era la única que lo defendía en esos casos.

—A mí me emociona verla —dijo ella. No mentía, realmente quería conocerla.




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