La silenciosa traición oculta tras el luto

LA SILENCIOSA TRAICIÓN OCULTA TRAS EL LUTO

—¿Naoya Zen'in... Usted es el familiar?

—Sí —respondió con voz plana y distante, mientras su rostro inmaculado se mantenía impasible, con una mueca recta en los labios y la mirada altiva al nivel de su barbilla levantada.

Recibió una mirada crítica por parte del enfermero, pero no le importó y solo firmó los documentos que le entregó, para después seguirlo por el corredor.

—Es por aquí.

Naoya fue llevado en silencio por el hospital hasta bajar a la morgue, dónde se encontró con otro pasadizo bien iluminado, frío y estéril, que le hizo sentir como si se dirigiera a la horca. Era su culpa por haber pedido verlo.

El eco de sus pasos era pesado y los murmullos de las pláticas de algunas enfermeras, junto con el llanto doloroso a la lejanía, le causó escalofríos en la nuca. Cuando por fin llegaron, tuvo que obligarse a tragar el nudo en su garganta y respirar profundo, pues pese a lucir en perfecta calma, su corazón se estaba ahogando.

El enfermero, respetuoso y con la vista agachada, abrió la puerta sin decir nada y le dejó espacio para entrar, así que Naoya lo hizo.

El rechinar pesado de la puerta al cerrarse le quitó algo de la tensión que cargaba, solo para duplicarla cuando fue consciente de que estaba encerrando con la realidad en esa habitación pequeña: El frío no le importó nada cuando su mirada quedó anclada a las dos planchas colocadas bajo la luz de la lámpara, que con sutileza formaban sombras a las montañas que construían bajo las sábanas los cuerpos inertes.

Naoya se abrazó para buscar algo de calor. Su mandíbula estaba tensa y sus labios apretados, mientras una sonrisa luchaba por salir junto a las traviesas lágrimas que empañaban sus ojos dorados.

El cabello blanco que sobresalía de la tela le advertía de la verdad y, aun sin lágrimas que derramar, sorbió la nariz y tras un suspiro se acercó a la camilla de la derecha, donde aquel cabello resaltaba.

Le tomo un momento, pero pudo reunir el coraje para moverse y estirar el brazo derecho. De una apartó la sábana con temblorosos movimientos, mientras una punzada en el pecho lo atacaba.

Entonces, sus ojos ámbares, que nadaban en un mar rojo, reconocieron el rostro al instante.

No había duda de que era él: Satoru Gojo estaba muerto ante sus ojos.

Respiró profundo y cerró los ojos, permitiéndose arrugar el ceño con dolor por primera vez desde que recibió la noticia. No le importaba ser juzgado como un hombre sin corazón ante la muerte de su esposo, porque bueno, decir que Satoru era su esposo era demasiado para Naoya.

De forma legal lo era... lo fue, pero Naoya no llamaría matrimonio a ese acuerdo sin amor. Al menos no a un amor unilateral.

Naoya sonrió con amargura y poco a poco calmó la tormenta en su mente, para contemplar a detalle una última vez el rostro de su imposible amor.

Aunque parecía dormido, estaba pálido, con los ojos hundidos pese a tenerlos cerrados. Sus labios habían perdido su brillo; estaban agrietados y descoloridos. Ya no había ni rastro de su ceño divertido o sus gestos molestos. Muerte es todo lo que quedaba en un recipiente vacío sin alma.

Con indecisión levantó su mano para delinear desde el entrecejo hasta la punta de la nariz de Satoru, y bajo hasta sus labios, como si buscará comprobar que en verdad se había ido.

—Ahora te ves en paz —musitó—. No te preocupes, algún día se me pasará esto y me olvidaré de ti.

Mintió en voz alta para tratar de convencerse de que estaba bien con su muerte. No sé podría decir si había dolor u odio en su voz, quizá una mezcla de ambos, y mientras acariciaba la fría mejilla de Satoru en lugar de abofetearlo con furia, apretó los labios para contener los tormentosos sentimientos que se gestaban en su pecho.

El reporte forense dictaba una muerte inmediata tras un accidente en carretera, en un viaje sin destino, con un acompañante que no era Naoya, sino el hombre que yacía junto a Satoru en esa morgue.

No le dijeron el nombre de aquel extraño, tampoco esclarecieron el motivo del viaje ni el destino, pero no importaba, porque de todos modos Naoya conocía todas las respuestas.

Los matrimonios arreglados nunca son por amor, se terminan luego de un par de años, hay infidelidades y corazones rotos. Es la regla. Naoya lo sabía y por eso se juró nuca sentir afecto por Satoru, pero cada día que compartieron juntos, los momentos de bromas tontas, descubrir lo que tenían en común como los herederos ricos, mimados y tontos de sus respectivas casas, junto a las charlas profundas sobre sus familias, terminaron acercando a Naoya a los brazos de Satoru.

El Zen'in se acostumbró a la presencia de Gojo. En silencio admiró su libertad y determinación para hacer lo que quería, aunque estuviera atado a matrimonio infeliz. Lo adoró por su belleza, por su riqueza y carisma, pero también lo odió por traicionarlo. Lo odió por tener una aventura. Lo odió por ser feliz a pesar de todo. Lo odió, porque en el fondo lo amó.

Fue un tonto por creer que algo así no le pasaría a él, después de todo Satoru le dejo bien en claro que él siempre amaría a otro.

El corazón de Satoru Gojo siempre le perteneció a alguien más. Alguien que era totalmente diferente a él y, quizá, ahí estaba la magia que los unía como almas gemelas, porque Suguru Geto era el complemento perfecto, el alma designada para acompañar a Satoru, que el destino se encaprichó por separar.



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En el texto hay: fanfic, angst, gojo x naoya

Editado: 09.02.2024

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