Susana le dio una mordida a su pastel de chocolate mientras veía una comedia romántica de Hugh Grant de los noventa.
“Eras tan guapo”, pensó y suspiro.
La silla estaba a su lado, enfocada en la trama.
Hugh Grant tomó la mano de Andie McDowell y la miró fijamente a los ojos. Ella estaba hipnotizada por sus ojos azules.
“Te amo, ¿Por qué no podemos estar juntos?”, le preguntó Andie.
“Yo también te amo, pero es imposible. Tengo una vida; una esposa; dos hijos; un amigo gay; no puedo dejarlos por una mujer que conocí hace dos días, por muy hermosa que sea.”
Andie McDowell no dijo nada más. Su amado había tomado una decisión que no podía cambiar.
“Pero podemos ser amigos”.
Hugh Grant le dio un inesperado beso de lengua que duró dos minutos exactos.
“Amigos con derechos.”
La silla miró a Susana, la joven tenía una evidente cara de asco. El pastel era enorme y se lo tenía que comer ella solita.
—¿Qué tal el pastel?
—Es como si a una piedra le echaras un montón de mierda —respondió Susana. Miró el resto del pastel y se rindió —. Se acabó. Voy a tirar esta porquería.
—Tiene que admitir que todo es tu culpa. Tú debes ser la única persona en todo el planeta que es capaz de confundir el azúcar con la pimienta.
—Déjame en paz —mascullo Susana. Cualquier rastro de energía, que alguna vez tuvo, desapareció por completo.
Susana le dio otra mordida. Su expresión mejoró. Lo que mordió no era el pastel impresentable; sino un pastel esponjoso, húmedo y con una generosa cantidad de fudge y mermelada de fresa.
Susana se hubiera alegrado más si ese no fuera el mismo pastel envenenado que la silla estuvo insistiéndole que coma toda la tarde.
Susana escupió un masa marrón a medio masticar.
—Bastardo, infeliz…
—¿Por qué hiciste eso? El pastel no estaba envenenado.
—¿Ah no?
—Claro que no.
—Pero, ¿Por qué?
—Los dos hemos pasado una tarde repleta de emociones y un muerto. Creo que es suficiente por un día. Ahora solo quiero disfrutar la película… contigo.
Susana decidió confiar en la silla. Le dio otra mordida al pastel. Con unas cuantas mas se quitará el horrible sabor del “otro postre” de la boca. Lo que quedaba de la rebanada aumentó de tamaño.
—¿Quieres saber por qué hice eso? —preguntó la silla con timidez.
Susana negó con la cabeza.
—Llevamos juntos más de un año. Hemos tenido nuestras diferencias. Nuestros pros y nuestras contras. Lo que quiero decir, mierda esto es muy difícil. Lo que quiero decir es que creo que te amo.
Los ojos de Susana se abrieron de par en par. Su corazón latió a mayor velocidad y sus mejillas se pusieron coloradas.
—¿De veras? —preguntó Susana con una voz tan baja que sonaba como una ardilla.
—Claro que no —respondió la silla con unas risas crueles —. No podremos ser más incompatibles ni aunque quisiéramos. Yo soy una silla y tú eres un humano, creo.
—Imbécil.
Susana sintió un golpe en su corazón. No quería admitir que, muy en el fondo, se había enamorado de la silla.
—Pero podemos ser amigos —dijo la silla imitando a la perfección la voz de Hugh Grant.
—¿Sabes que los amigos no incentivan a sus amigos a suicidarse, no?
—Llevo haciéndolo por varios años. Estaba aburrido. Además no tenemos que los típicos amigos de siempre. Digo, eres la amiga de una silla. ¿Qué más extraño puede ser.
—Tienes un punto.
Un cierre apareció en el centro del asiento. Se abrió solo y una luz rojiza se dejó ver. De su interior salió una mano amarillenta llena de venas verdes y uñas negras. La mano se estiró un metro hasta llegar al alcance de Susana.
—No hay nada como un apretón de manos para consolidar una amistad.
Susana le dio el deseado apretón. La mano estaba helada, cosa curiosa porque parecía venir de un lugar supuestamente caliente.
La mano regresó a la silla; el cierre se cerró y desapareció.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro. Lo que sea menos los números de la lotería. Ni siquiera yo puedo adivinarlos.
—No, nada de eso. Todo este tipo te he llamado “Silla”. ¿Tienes algún nombre o tengo que dártelo yo?
—De hecho. Si, tengo un nombre. Proviene desde antes de la llegada de la civilización, dónde los primeros habitantes…
—Ve al grano que ya terminó la tanda comercial.
—Sparkinimordalaaardaan. Ese es mi nombre. Se pronuncia de golpe y sin pausas.
—Sparky.
La primera reacción de Susana fue reírse a carcajadas ante semejante revelación. La silla no entendía la gracia. Ese nombre era muy común de dónde venía.